Los fieles de La Abadía
Para interpretar los cinco papeles más breves de El arte de la comedia, Carles Alfaro, su director, emplea una docena de actores, que se van turnando de una función a otra. Este montaje viene a ser un escaparate de los elencos que han ido pasando por La Abadía a lo largo de sus 15 años de vida. El teatro que dirige José Luis Gómez ha sido durante este tiempo centro de reciclaje de actores jóvenes con experiencia, que no cantera de noveles. En su primer elenco, el que alumbró el Retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte, había gente con hasta 15 años de experiencia en la profesión.
La Abadía les brindó cursos con maestros como Agustín García-Calvo y Tapa Sudana, y la oportunidad de desarrollar un trabajo profesional continuo a lo largo de una temporada o de varias: no hay formación mejor que la escena. De esa primera promoción salieron Carmen Machi, Alberto Jiménez, Ernesto Arias, Ester Bellver, Pedro Casablanc, Beatriz Arguello, Carmen Losa o Lola Dueñas, nombre hoy sobradamente conocidos.
El lugar brindó a los actores cursos con gente como Agustín García-Calvo
De cara a la profesión, La Abadía es un lugar de trabajo privilegiado. De cara al público, una garantía en la selección de espectáculos. Los más esperados son, claro, los de producción propia. Este año se aguarda con expectación el Final de partida que va a dirigir el polaco Krystian Lupa, con Gómez y Susi Sánchez en el reparto.
La Abadía también ha dado cancha antes que los teatros públicos a directores jóvenes como Roberto Cerdá, Ana Zamora o Carlos Aladro, que han trabajado luego en la Compañía Nacional de Teatro Clásico o en el Centro Dramático Nacional o que han estrenado allí alguna producción propia. También a otros como Hernán Gené, que ahora tiene un montaje en el Lara.
Respecto al debe de La Abadía, decir que su temporada suele acabar en primavera. Este año, el 27 de mayo. Aunque sea una fundación, cabe apelar a su vocación de servicio público para que busque la manera de exprimir su temporada al máximo sin que eso signifique abusar de nadie.
Montajes como El arte de la comedia, tan brillantes y pensados tan para todos los paladares, merecen permanecer en cartel más del ajustado mes y medio que se les asigna. Y sobre todo, lo merece el espectador madrileño, que suele verse obligado a acudir al teatro público o semipúblico y al alternativo para encontrar títulos y calidades de los que otrora la empresa privada le surtía regularmente.
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