Es hora de apostar por el capital humano
Los modelos de crecimiento neoclásicos establecían que el crecimiento aumentaba con la utilización y acumulación de los dos factores básicos de producción (capital físico y trabajo) y su productividad conjunta que crecía a largo plazo a una tasa dada de progreso técnico que era exógeno. Como la acumulación de capital físico mostraba rendimientos decrecientes a escala, llegaba a alcanzarse un estado "estable" en el que el stock de capital crecía con el PIB, la relación capital-producto tendía a ser constante y podía darse una convergencia de renta por habitante entre países a largo plazo.
Hoy, los nuevos modelos de crecimiento endógeno determinan que dicho crecimiento está definido por la acumulación de capital físico (bienes de equipo e infraestructuras) y de capital humano (antes trabajo y ahora además educación, formación e I+D+i) siendo ahora el progreso técnico o productividad total de los factores (PTF) endógeno, al depender de políticas que mejoren el nivel de capital humano, luego dicha convergencia a largo plazo no es segura.
Invertir en conocimiento e innovación produce retornos dos o tres veces mayores que hacerlo en capital físico
Estos modelos confirman que el capital humano produce rendimientos crecientes a escala mientras que la acumulación de capital físico sólo produce rendimientos constantes ya que el capital humano determina el nivel de conocimiento y de producción de nuevas ideas y éstas tienen dos ventajas fundamentales: que son independientes del capital físico ya que pueden crearse sin él y que a diferencia de éste y de los objetos, no son rivales.
El capital físico es rival, es decir, la utilización por una persona de un ordenador, un torno, un automóvil, una infraestructura o un átomo (la base primaria de un objeto) excluye que otras personas los puedan utilizar simultáneamente. El conocimiento y las ideas no son rivales ya que pueden utilizarse por todo el mundo al mismo tiempo sin que su utilización por una persona excluya a las demás.
Por ejemplo, el diseño de un chip puede ser utilizado por miles de fábricas en todo el mundo sin necesidad de tener que ser reinventado o reproducido cada vez que se produce el objeto o chip y una invención puede utilizarse simultáneamente por todas las personas del mundo que obtengan acceso a ella. Además, las ideas y el conocimiento son independientes de los objetos, ya que mientras que éstos necesitan átomos elementales para serlos, las ideas son instrucciones necesarias para organizar dichos átomos y producir objetos.
Estas características únicas del conocimiento hacen que el crecimiento pueda llegar a ser sostenible incluso cuando los objetos o sus materias primas sean finitos, puesto que a través de las ideas pueden encontrarse nuevas formas de organizar los átomos ya existentes para producir nuevos objetos. Por ejemplo, agua, azúcar y sal son objetos rivales, pero alguien tuvo la idea, no rival, de combinarlos, salvando así a millones de niños de morir de diarrea (ORT). Además, el conocimiento y las ideas pueden hoy transmitirse y difundirse por medios electrónicos con costes de transporte cercanos a cero, mientras que el coste de transporte del capital físico es mucho más elevado.
En definitiva, dada una tecnología o un estado de conocimiento, los factores de producción que son rivales, como el trabajo, el capital físico y el territorio, suelen tener rendimientos constantes o decrecientes a escala, mientras que las ideas producidas a través del capital humano, al no ser rivales, tienen rendimientos crecientes a su acumulación.
Ahora bien, la no rivalidad y sus rendimientos crecientes entran en conflicto con la competencia perfecta y con la "mano invisible" de Adam Smith, ya que la remuneración de las ideas antiguas no rivales, al tener un coste marginal cercano a cero, puede llegar a impedir el esfuerzo de investigar para crear nuevas ideas. En competencia perfecta, la eficiencia dicta que el precio debe de ser igual al coste marginal, pero con rendimientos crecientes el precio necesita exceder dicho coste marginal para poder incentivar la creación de nuevas ideas.
De ahí que se haya creado un sistema de competencia imperfecta, como el actual, que incentiva y protege la creación de nuevas ideas e invenciones mediante un periodo de explotación de su innovación y sus patentes, en régimen de monopolio temporal, que permita a sus creadores resarcirse a posteriori del coste tan elevado en el que han incurrido inicialmente. De no ser así, al no producirse nuevas ideas, la tasa de crecimiento mundial sería mucho menor. Sin embargo, la competencia se mantiene ya que existe un proceso creciente de "destrucción creadora" en el que nuevas ideas expulsan y sustituyen a las anteriores.
La evidencia empírica muestra que los retornos de la inversión privada en conocimiento e innovación son entre dos y tres veces mayores, según los países, que la inversión en capital físico. Además, dichos retornos se duplican al tener en cuenta sus efectos "derrame" a otras empresas, al ser su retorno social mucho mayor que su rendimiento privado. Su rentabilidad privada depende de los años de protección de la patente y como ningún sistema de propiedad intelectual garantiza una protección total, parte del nuevo conocimiento generado en una empresa puede terminar estando disponible para otras empresas o investigadores reduciendo así su coste de innovar. Además, cada nueva idea es siempre germen de nuevas ideas futuras.
Otras evidencias muestran que: el aumento de cuatro años de las tasas de escolarización en Estados Unidos ha explicado el 30% del crecimiento del producto por hora trabajada entre 1950 y 1993 y el aumento del stock de nuevas ideas ha explicado el 70% restante; el mayor y más rápido uso de las TIC en Estados Unidos entre 1994 y 2004 ha permitido aumentar su productividad media al 4,5% anual (frente al 2% de la UE) y al 10% la de sus sectores productores y utilizadores de TIC y las nuevas ideas han sido responsables de entre el 40% y el 60% del aumento de la PTF según los países.
Más todavía, la creciente globalización de bienes, servicios, capitales y personas ha creado un nuevo círculo virtuoso puesto que el mercado potencial de las ideas no rivales es ya casi global y la población que las crea o las utiliza se ha duplicado casi gracias a la apertura exterior de los países emergentes, produciendo un aumento todavía mayor de sus rendimientos, de los incentivos para innovar y del crecimiento mundial. Esto explica que a pesar de casi duplicarse el número de personas disponible con capacidad de crear ideas que está determinado por el volumen de la población y por su nivel educativo, la prima salarial de los que las crean o utilizan no ha caído.
Finalmente, muchos países en desarrollo están ahora intentando mejorar sus instituciones sociales, legales y políticas, al constatar que restringen su potencial de crecimiento al impedir que adopten y utilicen nuevas ideas. Dado que estas instituciones son asimismo ideas o invenciones que conforman la asignación de recursos, pueden y deben cambiarse. Por último, siendo Estados Unidos el principal productor de nuevas ideas y conocimiento, es necesario que un creciente porcentaje de la población no angloamericana aprenda inglés.
Pues bien, a pesar de estas contundentes evidencias, España lleva más de una década apostando más por la acumulación de capital físico que por la de capital humano, lo que ha hecho que el crecimiento de su productividad laboral haya sido cercano a cero y el de su PTF negativo. Es ahora imprescindible apostar en serio por el capital humano si queremos un futuro próspero y sostenible.
Guillermo de la Dehesa es presidente del Centre for Economic Policy Research, CEPR.
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