Una solución inteligente
El anuncio de que Guardiola continuará al menos una temporada más en el Camp Nou es una de las sorprendentes consecuencias de la eliminación del Barça de la Copa. El éxito del Sevilla ha precipitado de alguna manera la decisión del técnico, que no quería afrontar su situación contractual hasta más adelante, como ya anunció el viernes en un ejercicio de sinceridad que provocó mil interpretaciones: "Todo lo que vais a publicar es falso (...). No hay negociaciones ni fichajes. Me obligan a responder preguntas sobre mi futuro que yo no quiero responder. Hablaré de mi renovación cuando lo crea oportuno. La derrota te desnuda porque no puedes esconder nada".
A falta de la palabra de Guardiola, el barcelonismo optó por preguntar a su familia y sus amigos, por plantear la cuestión al presidente en cada comparecencia, por demandar a los futbolistas en las distintas entrevistas, por requerir a los precandidatos. La renovación del entrenador del Barça amenizaba los almuerzos y las cenas, las misas y los conciertos, las páginas de los diarios y el facebook hasta convertirse en un asunto de Estado. El tema tomó un cariz tan preocupante que fomentó la cháchara y la maledicencia a partes iguales, como cuando finalizó su contrato como futbolista y fichó por el Brescia. Que si se lleva mal con Laporta, o tiene una oferta del Manchester, o igual no le conviene o se toma un año sabático. La maquinaria de la habladuría no tenía límite. Una cosa propia, por otra parte, de un personaje indescifrable para la crítica, que le acusa de ser demasiado autoexigente y atormentado, tan extremista y singular que a menudo sobreactúa.
La bola se hizo imparable porque las semanas sin partido, sin previas ni resacas, se hacen insoportables, y Guardiola claudicó ayer, víctima seguramente del entorno que convierte al club y al equipo en ingobernables. Muy a su pesar, el técnico no ha podido seleccionar el momento y por una vez no ha controlado el tempo del partido. A cambio, ha elegido la mejor manera, seguramente la más inteligente de cuantas se barajaban ante la dificultad del problema, y también la menos ventajosa económicamente para sus intereses: desveló que continuará en presencia de quienes le contrataron, una forma de ser agradecido, y firmará con el nuevo presidente para respetar así la voluntad de los socios y las atribuciones del nuevo mandatario.
Guardiola acaba con la incomodidad de cuantos se sienten parte de la familia barcelonista, facilita la estabilidad de la institución en un año electoral y evita ser utilizado por los candidatos, aun cuando limita su actuación porque cualquier aspirante a la presidencia que presente a un técnico para su proyecto significará que no quiere a Guardiola, hoy elegido por unanimidad.
El entrenador no quería precipitarse en su decisión precisamente para que nadie pudiera arrepentirse del acuerdo en función de los resultados. Hoy en día, no tiene dudas de que quiere continuar porque, pese al desgaste acumulado, ha renovado sus fuerzas desde que el Barça fue eliminado de la Copa. Guardiola sintió en Sevilla que el equipo estaba vivo y de que extrañaría al torneo. No necesitaba nada más para motivarse, ni siquiera saber el nombre del futuro presidente, de manera que ayer, dos días después de cumplir 39 años, dijo lo que sentía en el mejor de los escenarios -la sala de prensa, punto de encuentro con los periodistas- y con la mayor de las solemnidades: su palabra. Guardiola no ha hecho lo que él quería, más que nada por el momento, pero sí ha hecho lo que le convenía al club. Ahora le toca a Laporta marcar el calendario electoral.
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