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Columna
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Lluís Miquel en la memoria

Esto lo escribiría con más gracia Albert García, que durante un tiempo estuvo más cerca del asunto. Los 4 Z (o Els 4 Z, según como les diera), empezaron a darse a conocer hacia los años sesenta con un repertorio rompedor que mezclaba la severa canción francesa con las melodías italianas de apariencia más amable que sonaban como fondo en algunas películas de la gran época de la comedia cinematográfica italiana, por decirlo con brevedad. En Il sorpasso, una peli que aquí se tradujo como La escapada, cuando se trataba en realidad de un título muy político en la Italia de la época, donde Enrico Berlinguer era el gigante político del momento, pese a ser algo diminuto de talla un tipo mucho más grande de lo que después sería Julio Anguita y su recia armadura cordobesa, Dino Risi hacía una brutal metáfora sobre la inconsistencia de ese proyecto político, valiéndose de actores tan impagables como Vittorio Gassman y Jean Louis Trintignant. Pues bien, ahí mismo, en una escena de fiesta playera, sonaba un twist de Pepino di Capri (el título en castellano de la dichosa canción era, creo, No la cantéis más, que ya tenía tela, y era bailado por una joven playera en bikini y, vaya por dios, con una pierna escayolada). Pues bien, también de esa canción, que remitía de inmediato a ciertas improbabilidades políticas, hizo Lluís Miquel, y Els 4 Z, una versión, magnífica por cierto si mi escaso oído musical no me engaña.

En lo que estoy seguro de no engañarme es en el recuerdo de una patética fiesta de celebración de fin de año en El Micalet donde Los o Els 4 Z celebraron su propia defunción, por así decir, entonando desde el escenario otra de sus canciones de gran fama, L'Arbre, mientras la concurrencia, distribuida en mesitas de lo que antes fue platea del teatro, trasegaban cava no muy de marca y se atragantaba con las uvas del Vinalopó a las doce en punto de la noche. Recuerdo, quizás también otros no lo habrán olvidado, que Lluís Miquel dejó la canción, se puso a llorar como un poquito, bajó del escenario, se sentó en una de las mesitas (creo recordar que junto al amigo Vicent Soler, pero no lo aseguro), y ahí se acabó una fiesta triste que, en realidad (pero eso lo supimos más tarde) clausuraba una época sin anunciar para nada, y menos mal, ningún advenimiento. Se acabó, y eso es todo.

Lo malo es que se acabó, como es habitual por estas tierras, sin haber apenas empezado, y hasta un talento tan envidiable como Francesc Pí de la Serra andaba por ahí poco después poco menos que mendigando actuaciones a quien quisiera, y pudiera, hacerle ese favor. Poder sí que podían, vaya si podían, tanto en ése como en otros casos, sólo que no querían mucho. Acaso ese desdén indigno y prematuro está en el origen de lo que ahora tenemos.

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