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Reportaje:

Tuvimos selección gallega de esquí

Gonzalo Gurriarán creó el club Peña Trevinca para huir de la presión franquista

En plena dictadura, Galicia tuvo lo que ahora ni se plantea tener: una selección gallega de esquí. El equipo, con sus dos estrellas, Quintín Alonso y Javier Pinacho, participaba en los campeonatos de España luciendo un jersey que llevaba bordado el nombre de la comunidad. El debut de este combinado nacional tuvo lugar en la Sierra de Guadarrama, y entre sus miembros también se encontraba el propio seleccionador, Gonzalo Gurriarán, un estomatólogo de O Barco que buscó en el deporte una vía de escape a la presión franquista.

Para muchos vecinos, Gurriarán era un tipo extravagante, un señorito raro que patinaba por la plaza mayor, que tomaba el sol en el río con bañadores demasiado breves, que andaba en bicicleta, que se pegaba caminatas de varios días, fotografiaba las cumbres trevincas y hacía la machada de desnudarse en la nieve para retratarse en calzoncillos. Gurriarán Gurriarán (de primero y de segundo) era vástago de una familia de herreros vascos que se habían convertido en grandes empresarios después de asentarse en Valdeorras. Y fueron precisamente las influencias que tenía su familia las que lo salvaron de morir paseado, con 34 años, en 1936, como los hermanos Dositeo y Juan Guntiñas, o Martín, el hijo de un tonelero portugués, que fue de los primeros en caer.

Hubo mucha represión en la comarca, y otros amigos de Gurriarán escaparon al monte. Pero él se libró a cambio de entrar a servir como médico civil y sin sueldo en el frente de los sublevados. Y eso que en Valdeorras lo habían alcumado Negrín, porque conocían sus vínculos con el que había sido profesor suyo en Medicina y presidente de la República.

Gonzalo tenía sus ideas, vale, pero lo que más le interesaba era la ciencia. Desde los ocho años había estudiado fuera. Había coincidido en la Residencia de Estudiantes con Lorca y Dalí, y había conseguido becas para seguir preparándose en Estrasburgo. Era una gran promesa, recibía premios importantes ya antes de cumplir los 30, pero la postguerra lo confinó en su pueblo. Cuando fue depurado y logró colegiarse, abrió una clínica y no le faltaron pacientes, pero los falangistas vigilaban atentos por si daba un paso en falso. Recibía la correspondencia abierta, necesitaba pedir un salvoconducto para salir del municipio y no tenía pasaporte para viajar fuera de España. Cuando necesitaba respirar aire menos enrarecido, subía al monte, y aprovechaba las excursiones para curar a los huidos.

Hace 75 años, ya casi 76, se topó con otros cuatro montañeros (Antonio y Pepe Villaverde, Natalio Abad y José Barbosa), que venían de Vigo y, desde Manzaneda, habían visto a lo lejos el perfil nevado y más escarpado de Pena Trevinca. Les enseñó las sendas mineras por las que él había aprendido a llegar arriba, y después de unos cuantos encuentros y algunas cartas comprendieron que todos hablaban la misma lengua. "Se notaron el tufillo", explica el hijo del médico, el historiador Ricardo Gurriarán.

En primavera del 44, los amigos fundan el que hoy es el club montañero más viejo de Galicia. Había otro grupo anterior, el Celta, pero entonces era sólo una sección del equipo de fútbol, y todavía no se había constituido como club autónomo. Gurriarán nunca sería presidente de la entidad. Su carné de socio, con la bandera de Galicia al fondo, sería el número uno y el de su mujer, Pilar Rodríguez, el dos, pero se mantendrían siempre en un segundo plano para no perjudicar a un club que pronto llegó a los mil afiliados.

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El hijo del estomatólogo aún conserva en casa el dibujo original del emblema de los trevincos. Un ciervo al pie de las montañas que diseñó para Gurriarán un topógrafo de la mina de Valborrás, cerca de Casaio de Valdeorras, donde el médico había trabajado asistiendo a los prisioneros de guerra condenados a extraer wolframio para Hitler.

Ricardo Gurriarán cuenta que su padre nunca habló en casa de la represión. De todos sus contactos se enteró cuando ya había muerto, leyendo las 5.000 cartas que guardaba, entre ellas las de Otero Pedrayo, mentor galleguista del club. Valdeorras era un foco de la guerrilla y estaba tomada por los militares, la resistencia aprovechaba la orografía abrupta de Trevinca para esconderse, así que el club montañero que daba escape a Gurriarán no podía haberse llamado de otra manera.

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