El hombre que consiguió poner verde a Franco
Antiguos obreros de Bazán evocan la fundición de la estatua ecuestre, motivo de disputa durante décadas en Ferrol
Es la estatua que más ha dado que hablar. El invitado incómodo que nadie se atrevía a desterrar. El destino de la estatua ecuestre de Franco, que durante tres décadas presidió la entrada a Ferrol, se ha convertido en un absurdo casi cómico que ha hecho correr ríos de tinta y alimentó durante años disputas partidistas y chascarrillos.
Fue un regalo de la ciudad al dictador a finales de los sesenta. Pasó 35 años sobre un pedestal, sobrevivió a dos bombas de los independentistas, que la vistieron de rosa, se paseó de madrugada por las calles de la ciudad, dentro de una jaula, entre aplausos y abucheos, el verano de 2002, y se convirtió en el símbolo mediático del franquismo en Ferrol, que arrastró la coletilla del Caudillo hasta diciembre del 82. El Ministerio de Defensa ordenó esta semana al ayuntamiento que retire la estatua -de titularidad municipal- del patio de Poniente del arsenal militar, donde quedó aparcada hace siete años. En cuestión de minutos, el gobierno local acordó el pasado jueves confinarla en un almacén del arsenal tapada con una lona.
Se costeó por suscripción popular pero el dictador se negó a inaugurarla
Los operarios descargaban su ira contra la estatua tras su fundición
Con esta solución, la más "sencilla, sensata y barata", según el alcalde socialista, Vicente Irisarri, el gobierno local cumple con la Ley de Memoria Histórica y da por zanjado un asunto todavía espinoso para los sectores más radicales de izquierdas y derechas. Izquierda Unida exigió su fundición mientras PP, Independientes por Ferrol y el BNG consintieron en confinar la estatua para cumplir la ley y sacudirse el problema.
La escultura del dictador a caballo fue un regalo a Franco de su ciudad natal. Bancos, asociaciones, vecinos y el ayuntamiento aflojaron el bolsillo en una cuestación popular hasta reunir más de un millón de pesetas para cuajar una estatua que firmó el escultor madrileño Federico Coulleaut. Representó a Franco pasando revista a las tropas al estilo imperial, a lomos de su corcel. A base de chatarra y hélices de antiguos barcos se amasó una mole de siete toneladas de bronce y estaño "de excelente calidad", que se fundió en los hornos de la antigua Bazán en 1967 para disgusto de muchos operarios, que peleaban contra el Régimen en la clandestinidad.
Regino Varela era uno de ellos. Hoy tiene 67 años y cuenta que la dirección del astillero lo apartó del taller de fundiciones "porque estaba fichado". Sin embargo, le tenían reservado un trabajo muy especial. Para disimular las soldaduras, Varela tuvo que aplicarle a la estatua un ácido y agua salada para darle al bronce una tonalidad verdosa. "Me tocó poner verde a Franco" bromea, "le tiraba el agua con rabia a la cara". Cuenta que otros compañeros aporreaban las partes bajas del jinete y su montura con todo tipo de chistes y mofas. "Ahora es gracioso pero entonces era cosa seria", apunta. Su amigo Ángel Porto recuerda que la estatua estuvo a punto de "ahorcarse", pero la maniobra se quedó en una anécdota jocosa. Para moverla en el taller le ataban cuerdas. Sujetaron a Franco por la cabeza pero un ingeniero los sorprendió cuando estaban a punto de colgarlo y exigió que lo ciñeran por el torso.
Dicen los cronistas de la época que Franco se negó a inaugurar su escultura por fea y desmesurada. Durante 12 años de dictadura y 23 de democracia, vigiló la entrada a Ferrol inamovible desde su atalaya en la plaza de España. Resistió sin despeinarse dos bombas del Exército Guerrilheiro y no se inmutó cuando los independentistas la pintaron de rosa y acamparon entre las patas del corcel.
Un alcalde del BNG, Xaime Bello, lo apeó del pedestal el 4 de julio de 2002 para reformar la plaza. La estatua se trasladó de noche, casi a hurtadillas, pero generó una enorme expectación y cruces de insultos entre partidarios y detractores. La depositaron en un lateral del patio de Poniente del arsenal, guardando la puerta del Museo Naval a la vista de vecinos más bien indiferentes, algún nostálgico y turistas curiosos. Franco seguía montado en su caballo de bronce cuando los Reyes y los Príncipes visitaron la ciudad en marzo de 2008 y pasaron muy cerca.
A la estatua le quedan pocas horas a la intemperie. En "cuestión de días", Defensa la retirará del patio y la guardará en un almacén del Arsenal bajo una lona. La Armada se ha ofrecido a trasladarla desde el patio hasta el interior del recinto militar, de acceso restringido.
Sin embargo, a Defensa y al ayuntamiento todavía les queda trabajo por hacer para eliminar de las calles y edificios públicos una decena de símbolos de la dictadura. El callejero del Arsenal rinde homenaje a Francisco Moreno, el Soldado Lois y otros militares del franquismo. Otros dos escudos preconstitucionales guardan la puerta del acuartelamiento Sánchez Aguilera y de la antigua cárcel de Caranza.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.