José Luis Borau, objetivo cumplido
La fundación que lleva su nombre acumula tesoros de una vida de cine y literatura abiertos al estudios
Para que luego digan que hay que tirar las cosas. Gracias al tesón y la paciencia de José Luis Borau, la fundación que hoy lleva su nombre es un pozo de tesoros y joyas de toda una vida dedicada al cine y la literatura, pero no sólo de la suya sino de todo lo relacionado con estas dos artes, que han perseguido desde siempre a este aragonés que acaba de cumplir 80 años. "Estoy hecho un asco", avanza bastón en mano Borau, con su presencia impactante y elegante, por el luminoso y cálido estudio principal de la sede de la fundación, en una zona tranquila de hotelitos en Madrid. No es así, se le ve satisfecho. Ha conseguido por fin dar salida y tener un objetivo claro con todo lo que ha ido reuniendo desde que en 1960 dirigiera su primer filme, En el río, hasta el último, Leo, en 2000. Un total de 560 cajas de mudanza, llenas de documentos, fotografías, carteles, cartas, libros y revistas, muchos de ellos de sus años en Hollywood, salieron de su antigua oficina para trasladarse a la sede de la Fundación José Luis Borau, creada hace dos años y ya plenamente en marcha. Fue su amigo José Luis Yuste quien, ante la falta de herederos, le recomendó la creación de una fundación que sirviera en el futuro para el estudio de todo lo relacionado con el cine y la literatura. Objetivo cumplido. La decisión de ayudar a cineastas jóvenes mediante la concesión de dos becas de estudio de dirección y guión -una para alumnos de la Escola Superior de Cinema i Audiovisuals de Catalunya (ESCAC) y otra para los estudiantes de la Escuela de Cinematografía y del Audiovisual de Madrid (ECAM), esta última con beca también de todo un curso de alojamiento en la Residencia de Estudiantes-, así como la creación de un premio dirigido a óperas primas, ya es una realidad. También editarán libros, con una filosofía alejada del interés comercial y centrada en el estudio y el placer, de los que ya tienen en la calle el primer ejemplar, Cambio de agujas, una serie de relatos de diferentes autores. Borau tiene a sus amigos colgados de las paredes. Dibujos del recientemente fallecido Iván Zulueta, de Vainica Doble, una foto de Carlos Saura o un cartel de Mi querida señorita comparten espacio con multitud de libros, todos ya catalogados, en grandes librerías de madera. Muchos más documentos y donaciones de cineastas y particulares aguardan en los sótanos el momento de ordenarlos. En una esquina del gran estudio, en el que hay una mesa central para el trabajo de investigadores y estudiosos, descansa una mecedora. "Es la mecedora de mi infancia. Durante la Guerra Civil como no iba al colegio me pasaba las tardes en esa mecedora. Ahí es donde me consolaba de la vida".
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