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Rebajas teñidas de blanco

Los buscadores de ofertas tuvieron que vérselas con la nieve y el frío, pero llenaron los grandes almacenes y las tiendas de moda del centro

Conversación a la puerta de la tienda de Stradivarius en la calle de Preciados:

-Ah, no, yo ahí no entro. Te espero fuera.

-Papá, qué dices, si está nevando.

-Mira, Patricia, mejor eso que meterme en la marabunta. Ya me dices si te gusta algo.

No habían pasado ni cinco minutos y Héctor Gómez, el sufrido progenitor de la adolescente, se tuvo que comer sus palabras y entrar a refugiarse en la tienda. Decir que estaba abarrotada es quedarse corto. Las camisetas volaban de mesa en mesa. Pantalones y chaquetas barrían el suelo. La cola del probador serpenteaba a un lado y a otro como una conga infinita. "Estoy reventado. Me tiene desde las diez de tienda en tienda; todo le gusta, todo se lo prueba. Con la que está cayendo...", se lamentaba Héctor, la cara roja de frío. Y sólo eran las doce y media.

El martillo que agujereaba Serrano se oía incluso en los probadores

Por más que la Comunidad de Madrid, junto con Murcia y Aragón, se empeñe en adelantar la fecha oficial de inicio de las rebajas al 2 de enero, la realidad cae por su propio peso año tras año. Las rebajas no son rebajas hasta que El Corte Inglés de Preciados abre sus puertas a las diez de la mañana del día 7, con las señoras parapetadas tras los vidrios, escrutando los carteles del interior: ¡30%, 40%, 60%! Lo saben las mujeres que entran corriendo con los brazos en alto, sabiéndose vencedoras; los señores, tan previsores que van a por ese chaquetón de los buenos que el otro día aún estaba caro; los chavales, que hacen apuestas con sus amigos para ver si salen en la tele; las familias de abuela, madre e hija que se disputan el mismo jersey y hasta los turistas latinoamericanos, que planean las vacaciones europeas para enlazar las rebajas de Londres con las de Madrid.

El ritual se repitió ayer. Caían gotas heladas, pero allí estaban los habituales, bajo sus paraguas. Tres, dos, uno. Estampida. Una vez dentro, abultaban más bien poco. "Es muy pronto y hace mal tiempo. Ya vendrán, ya", pronosticaba una dependienta de la planta de señoras. Y vaya si llegaron. A mediodía había cola para probarse ropa. Cola para pagarla. Cola hasta para poner un pie en la escalera mecánica.

Más de lo mismo en los comercios de la calle de Preciados. Las marcas de Inditex -la principal empresa del textil-, que también empezaron sus rebajas ayer, no daban abasto. Zara, Pull&Bear, Bershka estaban hasta arriba. Las dependientas soplaban: "Menudo día nos espera". Las asociaciones de comerciantes y los empresarios del sector venían prometiendo "rebajas agresivas". "De escándalo", las definió el secretario general de la Confederación Española del Comercio, Miguel Ángel Fraile. El reclamo funcionó.

En la calle, bolsas y más bolsas. Llovía, nevaba, soplaba una ventolera que retorcía los paraguas hasta dejarlos hechos un guiñapo. Pero el temporal no pudo con las rebajas. "Me daba un poco de pereza salir de casa, la verdad, pero ahora ya estoy en racha", decía José Luis Martín, de 32 años. Trajinaba nada menos que seis bolsas. Lo del gasto medio en rebajas que calculaba ayer la Federación de Usuarios y Consumidores Independientes (FUCI) no iba con él. Cada madrileño se gastará 108 euros en esta campaña, según la entidad, que calcula también que Madrid será la región más consumista. José Luis ya llevaba 350 euros. Iba él solo. "Vengo a lo que vengo. Esto tiene su técnica, como todo. Hay que seleccionar las prendas antes; yo me apunto lo que voy viendo para no olvidarme de nada", explicaba, didáctico. Un profesional.

Avanzaba el día y peor se ponía el tiempo. Los paraguas, tullidos, iban pereciendo y rebosaban en las papeleras de la Gran Vía y de la plaza de Callao. Pero ahí seguían los compradores, que se aventuraron incluso por la calle de Serrano. La moratoria que decretó el Ayuntamiento acabó ayer. Las obras en la vía pararon durante las fiestas navideñas para facilitar las compras en la Milla de Oro. Se trataba de ayudar a los comerciantes en la mejor época de ventas del año, anunció semanas antes la concejal de Obras y Espacios Públicos, Paz González.

Las rebajas devolvieron las máquinas a la calle. Tra, tra, tra, tra, tra... Los martillos neumáticos que agujereaban el pavimento atronaban incluso antes de salir del vestíbulo de la estación de metro de Serrano. En las tiendas, los compradores pedían las tallas casi a gritos. "Pobrecitas, lo que tenéis que aguantar", se apiadaba de las dependientas una señora, con cara de que ella también estaba aguantando lo suyo. No había escondite posible. El estrépito se oía incluso en el confín de las tiendas. En el probador de Uterqüe, en el sótano de Cortefiel. Un guardia de seguridad, imperturbable junto a la puerta abierta de una de ellas, resumía así sus opiniones sobre las rebajas, el tiempo y las obras: "Yo sólo quiero irme a mi casa".

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