200 años y un día
La mansión de Downe, donde Darwin vivió cuatro décadas, recibió en 2009 miles de visitantes por el bicentenario del científico
Los coches frenan para que unas jóvenes amazonas con caballos que llevan bandas reflectantes en las patas crucen la High Street o Calle Mayor de Downe, el pueblo del condado de Kent donde vivió Darwin cuarenta años. Más gente no se ve por el centro, donde destaca el techo picudo, como un sombrero de Halloween, del campanario de Saint Mary. Esa parroquia anglicana, sobre un edificio original del siglo XIV, está flanqueada por las dos tabernas del lugar: The Queen's Head y George and Dragon. Esta última, que ya funcionaba en tiempos de Darwin, se ufana de servir los domingos el mejor rosbif. En el cementerio, un simple jardín al pie de la iglesia, yace Emma, la mujer de Darwin, y tres de sus hijos. Aguantan mejor la intemperie el reloj de sol incrustado en el campanario y la placa puesta: "En memoria de Charles Darwin...". Una forma de congraciarse con él. Desde 1851, cuando murió de tuberculosis su hija Annie, Darwin se limitó a esperar en la calle a que salieran su mujer y sus otros hijos de los oficios religiosos.
Aparte de la iglesia, muchas casas y muros de Downe son de pedernal, ésa es su piedra y su carácter, además del ladrillo y la pátina verdinegra del tiempo, alegrada por los macizos de hortensias y el humo que sale por las chimeneas. Una flecha de madera indica que hay un cuarto de milla hasta Down House, la mansión donde Darwin vivió desde 1842 hasta su muerte en 1882. Cuatro décadas bastante felices para él y la humanidad, sin olvidar la sociedad de los simios, esos que horrorizaban tanto a Samuel Wilberforce, obispo de Oxford y enemigo de la evolución.
Una campiña intocada
No hay que confundir Down (pronunciado daun), el nombre de la casa de Darwin, con Downe (pronunciado doun), el pueblo del condado de Kent donde se ubica. Es un capricho fonético y toponímico digno de una rima de Edward Lear, y eso hace aún más ameno el paseo entre acebos y serbales. A lo lejos se divisan sotos de castaños y por doquier brilla una campiña como en tiempos de Darwin, sin rastro de smog, ni ruidos mayores que los que hacen las cornejas.
Down House, una vivienda de época georgiana con muchos añadidos, tal vez no sea la casa más bella de Inglaterra, pero produce emoción saber que ahí dentro se esforzaba un hombre que cambió la historia de la ciencia y en buena parte la filosofía y la moral. Ponen una bandeja con vasitos de hidromiel junto al mostrador donde venden las entradas para la visita. Ahí también se pueden comprar recuerdos, libros y productos de la comarca. Luego das dos pasos y penetras en el antiguo estudio de Darwin, con sus instrumentos y papeles. El molde de un cráneo de mono preside un gran casillero y recuerda de dónde vino el tema de fondo. Darwin se sentaba en una butaca de cuero negro, y en sus anchos brazos apoyaba una plancha de madera para escribir. Con letras como hormigas sepias Darwin redactó El origen de las especies por medio de la selección natural, sentando las bases de la teoría de la evolución. Un cataclismo, dirían los beatos. "El hombre no es sino un gusano", ironizó un dibujo del Punch's Almanack for 1882 que decora una pared. En el viejo estudio de Darwin (se le quedó pequeño y se hizo otro donde ahora está el vestíbulo con la taquilla) se pueden admirar microscopios, frascos y pastilleros para meter bichos. Y libros no sólo técnicos, sino también un Das Kapital, encuadernado en tela verde, regalo de "su sincero admirador" Karl Marx en 1873.
La gente visita Down House con recogimiento y puede que con gratitud. Causa ternura ver el billar, con su paño verde ya amarillento, donde Darwin jugaba para hacer un poco de descompresión mental. El cercano salón de estar, con sus butacas, su mesa camilla y su chimenea, es otro paradigma del confort victoriano. Darwin y su familia veían desde ahí el jardín donde las flores cantaban casi todo el año sobre céspedes que parecían rasurados por la navaja de Occam, y en su defecto, por un jardinero que apreciaba el amor de su amo por todo lo que vivía. Por eso tal vez Darwin puso unos gusanos sobre el piano de cola que solía tocar Emma, a ver si reaccionaban a la música. Más fiable era la wormstone del jardín, la "piedra de los gusanos" cuyo hundimiento en el terreno Darwin medía con un aparato de caoba y latón. También diseccionaba percebes, estudiaba en vivo las palomas y cultivaba plantas carnívoras en el invernadero. Su favorita era una flor insectívora inglesa, la sundew o "rocío de sol" (Drosera rotundifolia).
Down House alterna los recuerdos del impagable trabajo de Darwin y objetos cotidianos como la vajilla Wedgwood desplegada sobre la mesa del comedor con sus dibujos de nenúfares y su elegante opulencia. Su mujer, Emma, aparte de prima carnal suya, era hija del heredero de la gran fábrica inglesa de porcelana. No les faltó el dinero en una casa sólida y cómoda para la pareja, que llegó a tener 10 hijos. En 2009 las numerosas habitaciones de la planta superior se han reconvertido en salas de exposición. Una de ellas recrea el camarote del Beagle, donde un joven Darwin flotando en imagen mira especies por el microscopio como se supone que hizo en su vuelta al mundo de cinco años. Transcurrieron más de dos décadas hasta atreverse a publicar su obra clave, la que se muestra en una vitrina con todos los honores: un ejemplar de la primera edición de El origen de las especies... (1859) dedicado al geólogo Charles Lyell, quien tanto le inspiró en el Beagle con sus ideas. Sin que falte la Biblia familiar, de cuero negro estampado en oro, que alguna vez debió de ojear Darwin. Ni un mechón de cabellos rubios cenicientos de Emma. Ni los juguetes de los niños, que usaban las ramas de una morera, aún viva, para bajar al jardín desde su habitación.
El espíritu de Down House no se encierra entre cuatro paredes. Darwin compró dieciocho acres de tierra (algo más de siete hectáreas). Una magnífica pomarada produce manzanas rojas como las mejillas de una doncella inglesa. Más prosaicos nabos y remolachas, ruibarbos y repollos, atestiguan el potencial de un huerto que en tiempos de Darwin daba de comer a una veintena de personas entre familia y criados. Al final arranca el Sandwalk, por donde Darwin paseaba a diario y que luego fue apodado el Thinking Path, el sendero pensante, pues sin duda también se hace camino al pensar, y más siendo Darwin.
» Luis Pancorbo es autor de Avatares. Viajes por la India de los dioses (Miraguano, 2008).
Guía
Información
» Casa de Darwin (0044 16 89 85 91 19; www.english-heritage.org.uk). Kent. La casa vuelve a abrir, tras el paréntesis de invierno, el 1 de febrero. Desde esta fecha hasta el 31 de marzo el horario es de 11.00 a 16.00 (lunes y martes, cerrado). Precio: 9,80 euros. Se accede por carretera por Luxted Road, Downe, A-21 o A-233. En tren se llega fácilmente desde las estaciones Victoria y Charing Cross de Londres hasta la estación de Bromley South; desde ahí se toma el autobús 146.
» www.visitbritain.es.
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