"La Iglesia simboliza la libertad de Polonia"
Curtido en la lucha por la democracia desde el sindicato Solidaridad, el presidente de la Eurocámara es el símbolo de la reunificación europea. Este verano, con 69 años, se convirtió en el primer presidente del Parlamento Europeo procedente de un país de la antigua órbita soviética. Y lo hizo, además, con el más elevado apoyo de su historia (555 votos de un total de 713 emitidos).
La trayectoria personal y política de Jerzy Buzek ofrece también connotaciones simbólicas. Nació en plena Guerra Mundial, en el verano de 1940, en una ciudad (Smilowice) que ya ni siquiera pertenece a Polonia, su país, sino a la República Checa. De la guerra se acuerda del exquisito sabor del chocolate, que no sabe si se lo ofreció un soldado polaco, alemán o ruso. De la posguerra recuerda una infancia feliz y un padre perseguido por su religiosidad y su negativa a integrarse en el Partido Comunista.
"Cuando Solidaridad empezó a lanzar sus primeras señales, el anticomunismo era ya imparable"
"Mi padre llegaba a veces de madrugada tras ser detenido por la policía secreta o por la policía comunista"
"Erich Honecker [líder de Alemania Oriental] planeó invadir Polonia tras la victoria electoral de Solidaridad en 1989"
"Mucha gente, como yo, se siente próxima a la Iglesia. Pero no creo que Polonia sea muy distinta al resto de Europa"
Ingeniero químico de formación y autor de 200 obras científicas, su nombre de guerra en el sindicato Solidaridad fue Karol. Llegó a ser primer ministro (entre 1997 y 2001) y en 2004 ocupó un escaño del Parlamento Europeo, donde trabajó en la confección del programa marco de investigación oponiéndose férreamente al uso de las células madre embrionarias con fines científicos. Conservador y de profundas convicciones religiosas, defiende el papel de la Iglesia católica (aunque él es protestante) y admira a Juan Pablo II.
Pregunta. Usted nació al poco de estallar la II Guerra Mundial. ¿Guarda algún recuerdo directo de aquellos momentos de primera infancia?
Respuesta. Recuerdo una o dos bombas, y también, el sabor del chocolate. Yo debía de tener tres años y era el final de la guerra cuando probé por primera vez el chocolate. No recuerdo de dónde provenía. Quizá de los soldados rusos o de los soldados alemanes que querían escapar. A lo mejor eran soldados polacos. Lo que sé es que el sabor del chocolate era fantástico [Se ríe].
P. ¿Cuáles fueron las consecuencias de la guerra para su ciudad y para su familia?
R. Mi padre se había graduado antes de la guerra en la Universidad Técnica de Dánzig (Gdansk) y allí había estudiantes polacos y alemanes. Como hablaba muy bien el alemán, quisieron enrolarlo en actividades diversas, pero él no quiso, lo que le supuso serios problemas tanto durante la guerra como después de la guerra. Tuvo muchos problemas con los nazis y, después, con los comunistas. Una combinación fantástica, podría decir. Sufrió y trabajó mucho durante diez años. Vivió experiencias muy duras. Se negó a participar en el Partido Comunista. Desgraciadamente, murió poco tiempo después de la guerra. Pero, mire, yo tengo muy buenos recuerdos de mi infancia. La infancia es siempre buena, incluso si no dispones de chocolate. Con que haya pan y mantequilla es suficiente, y mi infancia fue fantástica.
P. Usted nació en Smilovice, una ciudad que ahora es de la República Checa. ¿Qué recuerda de esa época?
R. Después de la guerra vivimos en una pequeña granja. No tuvimos grandes problemas como los tuvieron los que vivían en Varsovia, donde no había comida. Todo aquello fue muy duro para mis padres y mis abuelos. Vivieron historias terribles.
P. Después de la muerte de su padre, supongo que su madre se tuvo que ocupar por entero de sacar adelante a la familia.
R. Sí. Mi padre trabajaba en una gran compañía de electricidad y era entonces la única persona de la empresa con estudios superiores. Ni siquiera el presidente tenía estudios superiores. En la época comunista no eran necesarios. No hacía falta saber nada; sólo seguir las directrices políticas. Así que cada uno de los accidentes que se producían en la empresa se lo achacaban a mi padre porque no era miembro del partido y rechazaba entrar en él. Fue una época muy dura para él. Recuerdo que a veces llegaba a las dos de la mañana a casa, tras ser detenido por la policía secreta o por la policía comunista. Mi padre cayó gravemente enfermo y murió pronto, y mi madre tomó las riendas.
P. ¿Tenía un empleo en aquella época?
R. Buscó un trabajo a tiempo completo. Dejaba mi casa a las seis de la mañana y volvía a las seis de la tarde. Yo tuve que ser responsable de mí mismo enseguida porque mi hermana iba a la escuela. He de decir que la educación en la época comunista no era un problema. Era totalmente gratuita. Desde ese punto de vista, no estuvo mal. En eso debo ser honesto.
P. De hecho, usted hizo estudios superiores, incluso en Cambridge.
R. Sí. Eso fue mucho más tarde. Mire, no todas las épocas comunistas son iguales. El periodo de Iósif Stalin fue difícil y especialmente peligroso para personas como mi padre, que rechazaba ser del Partido Comunista y que acudía a la iglesia, lo que estaba prohibido. Para él todo fue una lucha.
P. Supongo que su época en Cambridge, moverse por la Europa occidental, fue chocante para usted.
R. No tanto. Antes de la guerra, Polonia era un país libre, un país similar a Italia, con un nivel de prosperidad casi igual al de Francia o el Reino Unido y un nivel equiparable de democracia y legislación. En esa época, Polonia era un país europeo y esa historia era muy reciente para nosotros, para todos los polacos. Era una historia que yo conocía a través de mis padres, de mis tíos, de mis abuelos. Pero, claro, no había comparación posible entre la Polonia de los años setenta y la Universidad de Cambridge. Para mí fue un sueño, y, de hecho, cuando regresé a Polonia me costaba creer que aquello había sido real: estar en Cambridge y haber visto todo aquello.
P. Usted primero fue profesor durante años y sólo después entró en política, incorporándose a grupos anticomunistas.
R. Para la mayoría de los polacos y especialmente para la gente joven el comunismo era absolutamente inaceptable. Muchos años antes de que naciera el sindicato Solidaridad nosotros nos unimos a la revolución democrática. Nos movíamos. Me traje muchos libros de Cambridge. Los leían cientos de amigos. Eran libros que no estaban permitidos. Había muchos polacos viviendo en Francia, en Estados Unidos, en el Reino Unido. Formábamos una gran comunidad y, afortunadamente, podíamos contactar entre nosotros, aunque no de una manera abierta. La oposición democrática era algo natural y era bien sabido que en el instituto, en la Universidad Técnica, nueve de cada diez personas estaban en contra del comunismo y que todo ello ya lo hablábamos entre nosotros de forma abierta. Aquello era ya imparable cuando Solidaridad empezó a lanzar sus primeras señales. Durante unas pocas semanas 10 millones de personas se unieron a esa corriente, lo que significa prácticamente la totalidad de la gente que trabajaba en las ciudades. Fueron 10 millones de personas que gritaron: no aguantamos más.
P. Imagino el miedo de entonces. El dictador Wojciech Jaruzelski seguía en pie...
R. ¡Por supuesto! Fui el presidente del primer congreso de Solidaridad en 1981 por libre elección de los delegados, de 10 millones de personas. Aquella reunión tuvo lugar en Gdansk, y desde el mar vigilaban barcos armados, y desde el cielo, aviones también armados. Todo estaba preparado para atacarnos y sabíamos que cada día podía ser el último. Pasamos allí 12 días, pero cada uno de ellos podía haber sido el último. No fue fácil, pero había que hacerlo porque era nuestra obligación, porque era necesario. Porque te dabas cuenta de que millones de personas creían lo mismo que tú y podías sentirlo. Había que hacerlo, aunque tuvieras miedo, aunque no te sintieras seguro. Nada era seguro. Pero había que acabar con la Ley Marcial [impuesta por Jaruzelski entre diciembre de 1981 y diciembre de 1982, tras el estallido de protestas de Solidaridad y la consiguiente represión].
P. El papel que jugó Solidaridad fue crucial...
R. Sí. Organizamos todo desde la clandestinidad y hacíamos reuniones a nivel nacional cada seis semanas para tomar decisiones. La policía secreta desconocía los lugares de reunión. Para conseguirlo no podíamos utilizar el teléfono, pues la policía los habría interceptado. Así que toda la comunicación teníamos que hacerla cara a cara. Era agotador, pero muy interesante. Lograr reunir a tantas miles de personas provenientes de toda Polonia fue una experiencia fantástica.
P. ¿Cómo recuerda ahora todo aquello? ¿Tiene sentimientos de satisfacción?
R. No. Era triste. Extremadamente triste. Así como la infancia fue un periodo feliz, el resto fueron tiempos grises. Todo era gris oscuro. Incluso negro. No había perspectiva alguna. Fue un tiempo largo en el que no había gasolina ni nada en las tiendas. Apenas sí había pan. No había carne ni azúcar. Uno intentaba hacerse con cualquier cosa. No había golosinas para los niños. Mi hija tenía cinco o seis años cuando un día, estando de vacaciones, compré naranjas. Entonces, mi hija y una prima suya se sentaron ante la mesa, extrañadas, y preguntaron: "¿Qué es eso?". Estaban contentas. Yo les dije: "¡Naranjas!". ¿Puede usted imaginar eso?
P. Pero luego todo cambió...
R. Para Polonia, el momento decisivo tuvo lugar casi medio año antes de la caída del muro de Berlín, el 4 de junio de 1989. Hubo elecciones y Solidaridad las ganó. La caída del Muro no fue el resultado de una sola cosa. Mijaíl Gorbachov fue importante, como lo fueron los cambios registrados en la Unión Soviética. Hubo otras decisiones importantes, como la apertura de la frontera entre Austria y Hungría o la gran revolución de Praga. Pero todo ello aconteció después de nuestras elecciones del 4 de junio, así que la caída del Muro fue para los polacos algo casi natural. Lo que pasó en Polonia formaba parte de una larga cadena de acontecimientos. Aquellas elecciones fueron una gran victoria de Solidaridad, pero seguíamos siendo un país rodeado por gobiernos comunistas de la órbita de la Unión Soviética. En nuestro suelo había unos 120.000 soldados soviéticos, y el señor Erich Honecker
[presidente de la Alemania oriental en aquel momento] planeó invadir Polonia ese mismo verano.
P. Y finalmente pasaron ustedes del color gris del que antes hablaba, al dorado.
R. Sí, casi. Fue entonces cuando yo me dije: perfecto, éste es un gran país. Ahora puedo volver a mi profesión. Y volví a mi instituto [de Ingeniería Química de Silesia]. Realmente no quería seguir en la política.
P. Sin embargo, lo hizo y fue primer ministro.
R. Mis amigos de Solidaridad me lo pidieron.
P. Llegó usted a suscribir un acuerdo de gobierno para convertirse en primer ministro cuyo preámbulo decía: "No puede haber una Polonia moderna sin referencias al patriotismo, a las tradiciones cristianas de nuestra civilización y al amor por la libertad". Para muchos españoles resultaría incomprensible unir modernidad con Iglesia católica, una institución considerada muy conservadora.
R. Así de fantástica es Europa, con tantas experiencias distintas y tantas opiniones diferentes. Tenemos que mantener una actitud abierta entre nosotros para intentar entender al otro. En Polonia no hubiéramos ganado en la época de Solidaridad sin la ayuda crucial de la Iglesia. Gracias a ella pudimos organizar muchas actividades. Movilizó a la sociedad civil en los valores que nosotros deseábamos: la dignidad humana y la libertad. La Iglesia polaca luchaba por la libertad de nuestro país y por eso Solidaridad trabajaba con ella. Porque nosotros luchábamos por lo mismo.
P. ¿Es la misma razón por la cual usted defiende tan ardientemente a Juan Pablo II?
R. Por supuesto. Porque Juan Pablo II, siendo Papa, siguió luchando por esos mismos valores, cruciales también para los seres humanos.
P. ¿Y cree que la Iglesia sigue jugando el mismo papel en Polonia?
R. La Iglesia sigue desempeñando un papel muy importante en la sociedad civil y, desde luego, sigue siendo un símbolo de la libertad y de la independencia de Polonia. Mucha gente, como yo, se siente muy próxima a los conceptos que defiende la Iglesia. Pero yo no creo que Polonia sea un país muy diferente del resto de los países europeos.
P. ¿No cree que Polonia es un país mucho más conservador que el resto?
R. La gente cree en los valores que nos trajeron la libertad, y esa historia no es vieja; es muy reciente. Así que desde ese punto de vista nosotros somos conservadores. Es un conservadurismo moderno.
P. Ha sido usted elegido presidente del Parlamento Europeo con un número de votos récord en la historia, y es el primero procedente de la Europa del Este. ¿Se considera un icono, un símbolo de la definitiva reconciliación de Europa?
R. Se podría decir que soy un símbolo, pero la reconciliación ha dependido de muchas cosas y hubo muchas señales antes, como la apertura de frontera, la libertad de movimientos de los ciudadanos o la libertad de movimientos de los trabajadores. La reconciliación se inició en la década de los noventa. Se ha preparado durante muchísimos años.
P. En 2004, su amigo Bronislaw Geremek ya quiso ser presidente del Parlamento Europeo y no lo consiguió.
R. Quizá entonces era demasiado pronto para Polonia. En cinco años todo ha cambiado.
P. En 1999, siendo usted primer ministro, Polonia entró en la OTAN. ¿Qué es más importante para un país como el suyo, pertenecer a la OTAN o a la UE?
R. ¿Qué es más importante el padre o la madre? No podemos compararlos. Los dos son importantes. La OTAN significa seguridad, y nosotros nos hemos sentido inseguros en los últimos 300 años. Por tanto, para nosotros la seguridad es tremendamente importante. Con seguridad podemos aspirar a la prosperidad, y eso es lo que significa la UE. Es imposible decir cuál es más importante.
P. ¿Qué opinión le merece la decisión de Obama de renunciar al escudo antimisiles situado en suelo polaco, una decisión tan criticada desde su país?
R. Ahora estoy aquí en Bruselas. Cuando pasen estos dos años y medio de mandato le diré mi opinión al respecto.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.