_
_
_
_
LA COLUMNA | OPINIÓN
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La libertad de los parlamentarios

Josep Ramoneda

Ocurre muy excepcionalmente; por tanto, es noticia. De cuando en cuando, leemos que los partidos han dado libertad de voto a sus diputados. Es decir, los parlamentarios son un colectivo con la libertad limitada. El diputado deposita su conciencia en los armarios del grupo parlamentario y sólo de vez en cuando se le permite recuperarla para entrar en el hemiciclo con ella. El parlamentario tiene su criterio secuestrado por el partido político y es algo que está perfectamente asumido.

En el orden burocrático establecido, el ejercicio de la libertad es visto como una amenaza para el buen gobierno. Nadie se acuerda ya de que la democracia es deliberación, y el Parlamento, un espacio colaborativo para estudiar problemas y buscar soluciones conjuntamente. Y para ello el criterio y la conciencia de cada cual deberían ser imprescindibles e intransferibles. Oyendo a Richard Sennett en Barcelona, me daba cuenta cómo los Parlamentos se han ido convirtiendo en sistemas cerrados, en que la toma de decisiones se reduce a la ratificación de lo ya previsto y decidido, que actúan con evidente retraso respecto de los sistemas abiertos de la cultura de la red, donde la suma de voces no es vista como un problema, sino como un enorme potencial. Unos Parlamentos marcados por el voto de obediencia -sólo muy excepcionalmente levantado por la autoridad competente- tienden inevitablemente a alejarse de una realidad social dinámica y a encerrarse en una cultura de casta.

Aunque la exención del voto de obediencia es cada vez más rara -el Partido Popular, por ejemplo, la ha suprimido-, es curioso que en las últimas semanas algunos partidos la hayan concedido en dos casos: la votación de la ley del aborto en el Parlamento español y la votación de la admisión de la iniciativa popular para la prohibición de los toros en el Parlamento catalán. No hay que ser psicoanalista para ver el peso de lo atávico en estas dos excepciones: la sangre, la vida, la muerte, la tradición. La conciencia católica y la conciencia patriótica han operado en este caso como inhibidores del sistema de control parlamentario en aquellos partidos que todavía admiten la capacidad de dudar. No ha sido el caso del PP, que nunca tiene dudas: no al aborto, a los toros. La identidad religiosa y la identidad patriótica no admiten fisuras en la derecha. Todavía hoy me viene a la mente la imagen siniestra de la derecha celebrando, como si de una fiesta se tratara, el voto sin fisuras de su grupo parlamentario a favor de la guerra de Irak. Pero esta tímida brecha, abierta con el aborto y los toros, en la rigidez de los partidos debería ser aprovechada. Soy escéptico. El PSC parece que ya se ha arrepentido de la libertad dada en la prohibición de los toros: ante las próximas elecciones necesita hacer emerger, entre independentistas y nacionalistas, su identidad como principal partido que sigue defendiendo la pertenencia de Cataluña a España. Los escrúpulos de conciencia se desvanecen rápido ante la llamada de las urnas.

Pero si con el aborto y con los toros se ha hecho alguna concesión a la libertad de los diputados, ¿no es posible aspirar a que esta fina brecha en el espacio cerrado se convierta en anchas ventanas que permitan que el aire de la sociedad traiga vida a las endogámicas estructuras parlamentarias? Si los poderes políticos se ablandan en la disciplina ante un pecado mayúsculo o ante una tradición emblemática, ¿por qué no podrían hacerlo en otros muchos casos tan importantes como puedan ser éstos? Por dos razones: porque el poder es lo primero, y el poder ve cualquier desviación como una amenaza, y porque los propios diputados demediados aceptan su mutilación sin rechistar. Temen los costes del ejercicio de la libertad. Y que las burocracias de los partidos sigan afinando en la selección de personal sumiso y entregado. ¿Miedo o realidad? Si algunos se atrevieran a desafiar la obediencia, ¿realmente lo pagarían o acabarían teniendo premio? Dos ejemplos: Rato y Mayor Oreja demostraron perfil propio en la sucesión de Aznar; ganó Rajoy, que "estaba por ahí". Aznar tenía el partido en un puño y no había espacio para significarse. Zapatero, después de una década de diputado sumiso, desafío al aparato y ganó a Bono, el candidato oficial, pero en aquel momento el PSOE era un guirigay y ni siquiera se soñaba en volver al poder. Es un problema cultural. La política tiene que adaptarse a la cultura abierta de la sociedad de la información; de lo contrario, cada vez llegará más tarde y cada vez se le verá más lejos, que es lo que perciben los ciudadanos de modo creciente.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_