MMGO, DIVERSIÓN SOCIAL Y MINÚSCULA
Accedo a la que se ha convertido la morada digital de 350 millones de internautas globales, Facebook, y me encuentro con la pecera deshabitada. En la granja se mantiene la producción, mientras que en una Nueva York virtual, mi familia mafiosa sufre pérdidas por ataques a sus turbios negocios. Nada que el dinero no pueda solucionar. En este instante deslizo la tarjeta de crédito por el sistema de cobro virtual de estos pequeños videojuegos insertos en redes sociales y páginas webs, los MMGO. Compro créditos a cambio de dinero real para obtener alimento para mis peces de FishVille, decoro la pecera con elegantes corales y obtengo, de paso, un habitáculo luminoso para las criaturas. Con el primer problema resuelto, visto traje de marca, sombrero Borsalino y oscurezco mi tono de voz en Mafia Wars. He de levantar mi imperio y clamar venganza contra aquel que forjó una traición letal. De nuevo, recurro a la tarjeta de crédito para comprar puntos que invertir en propiedades y recuperar la condición de gánster. La cordura retorna al negocio urbano con garantías para viajar a las explotaciones agrarias de FarmVille, donde la producción de frutas transcurre según lo previsto. Recolecto la venta diaria y me acerco a la tienda virtual, donde paso por tercera vez por caja para comprar luces navideñas y un gorro de Papá Noel.
Todo son pequeñas aventuras multijugador a través de Internet, sin necesidad de instalación en el PC, ya que se juegan directamente desde el navegador; así son los microjuegos que en 2009 han tomado las redes sociales, y que lidera el consumo de horas de ocio, y que se costean a base de ligeros micropagos digitales.
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