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Columna
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De España

La primera vez que escuché hablar de Cuéntame fue a Felipe González contándole al escritor mexicano Héctor Aguilar Camín que se había iniciado la serie. Esta idea que plasmó primero que nadie el ahora añorado Tito Fernández fue recibida con la reticencia con la que España lo recibe casi todo, sobre todo si es de la televisión. El ex presidente ponía tanto entusiasmo que daba la impresión de que estaba refiriéndose a una serie extranjera. Pues, no, era española y trataba de España.

Ahora le han dado el Premio Nacional de la Televisión. Se lo merece. Se lo merecen los actores, Imanol Uribe, Ana Duato, María Galiana, Juan Echanove; a ellos cabe sumar la voz del extraordinario Carlos Hipólito; para que un actor dé tan sólo la voz y no exija cuota de cara en una serie de tanto éxito tienen que pasar dos cosas: o que no tenga cara o que sea un gran tipo. Y se da la segunda circunstancia.

Ahora ya se sabe que Cuéntame es una cabeza de serie; es una producción de la que debe sentirse orgullosa la televisión que la acoge, TVE. Su presidente, Albert Oliart, es de la época de Felipe. Como Oliart, como González y como muchos de los que seguimos mirando, esa época que empezó a contar Cuéntame forma parte de aquel tiempo de silencio que ahora se relata ahí como si hubiera roto a hablar el abuelo que estaba en una esquina rumiando lo que parecía o incomprensible o peligroso.

Creo que este premio es simbólico, premia también a un modo de concebir la historia en televisión. Claro que pudieron habérselo dado a otros: Antonio Mercero, que hizo una de las más brillantes incursiones en lo incomprensible filmando a López Vázquez dentro de una cabina; Narciso Ibáñez Serrador, a quien se deben algunos espectáculos que ahora podrían ser éxitos otra vez; o uno de los jurados que dio este premio, el maestro Juan Cueto, que concibió una manera moderna de ver la tele y luego arrancó una forma modernísima de hacerla, al frente de Canal +.

Así que, homenaje a la tele, vistazo a la historia. Aquella vez Felipe González entusiasmó a Héctor Aguilar. Ahora ya los convencidos son una legión, española, por cierto.

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