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Columna
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Schmidt

El anciano Helmut Schmidt es un fumador empedernido hasta cuando participa ante las cámaras de la televisión en tertulias y programas de carácter social o político. El que fuera uno de los mejores cancilleres socialdemócratas entre los años setenta y ochenta del pasado siglo tuvo y tiene un discurso, una oratoria política tan convincente como exenta de cualquier atisbo de retórica grandilocuente. Ya nonagenario, sigue en la brecha que abren las palabras mediante artículos periodísticos en los que trata con una sencillez literaria exquisita motivos sociales que van desde la política al amor o la música. Ahora acaba de publicarse una antología de entrevistas sustanciosas y cortas que duran lo que dura fumarse un cigarrillo, y en las que expone sus ideas sobre todo lo divino y humano, incluido determinado lenguaje enérgico, perentorio y autoritario de determinados políticos. Duda de la frase hecha y tajante de quienes están en el poder o sus aledaños. En demasiadas ocasiones no se sabe lo que hay detrás y deliberadamente se evita la claridad. La única retórica contundente que merece un elogio del viejo Schmidt la encuentra en el conocido discurso del conservador Winston Churchill cuando el británico, tras estallar la segunda Guerra Mundial, les decía a sus conciudadanos que sólo les podía ofrecer sangre, fatigas, lágrimas y sudor. Toda una lección.

Una lección y unas enseñanzas casi desconocidas por estos pagos. Porque apenas cierra uno el libro y enchufa la radio para informarse de la evolución de las inclemencias meteorológicas prenavideñas, cuando oye con atención la voz tronante de Mariano Rajoy hablando de la frivolidad del Gobierno, del tic autoritario de Zapatero y de que el presidente del Gobierno confunde la lealtad con la adhesión inquebrantable. Frases hechas y palabras tajantes para comentar el poco o nulo éxito de la reunión de los presidentes autonómicos. Fracaso debido, según todos los indicios, a la poca voluntad de los conservadores para llegar a acuerdo alguno y a la improvisación del Gobierno central a la hora de presentar unas propuestas en general coincidentes con las que suelen formular los conservadores. Pero no es el fondo quizás de la crítica de Mariano Rajoy sino la retórica tajante en la forma que utiliza y que oscurece la realidad, según explicaba el viejo Schmidt.

Rajoy hubiese podido comentar sin gritos que el Gobierno improvisó cuando presentó las propuestas como improvisó durante la campaña electoral, ante la crisis, con la reducción de los cuatrocientos euros en la declaración de Hacienda. Hubiese podido explicar el significado de frivolidad o si frívolos son los políticos emparentados con la trama Gürtel, apellido valenciano de raigambre. Porque desde luego la retórica preconstitucional, autoritaria y desmelenada de las adhesiones inquebrantables a ciudadanos ejemplares imputados en mil chanchullos, las tiene Rajoy en casa. Y es que Schmidt casi siempre tiene razón.

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