La gélida noche de los irreductibles
Cerca de 650 personas desafían el frío invernal y duermen en la calle - Son reacios a ir a los albergues, donde piensan que van a perder su libertad
Primero colocan una gran caja de cartón aplastada en el suelo. Luego, a su alrededor, van apilando otras como si crearan un castillo. Hay que tapar todos los huecos, para que no entre el aire y la construcción mantenga el equilibrio. En apenas cinco minutos, recién pasadas las diez de la noche y con cero grados, Cristóbal y Carmen han terminado, sacan varias mantas de una gran bolsa de plástico y se acuestan. Están en la parte trasera de la Ópera, donde Cristóbal lleva casi tres años viviendo. Para Carmen es su primer invierno en la calle.
Como esta pareja, otras siete personas se disponen a pasar la noche al raso a las puertas de la Ópera. Hay otras tantas en la plaza Mayor, en la calle de Preciados, en la plaza de las Descalzas... Según un estudio del Samur Social del año pasado, son cerca de 650 las que lo hacen diariamente en Madrid. Da igual el frío, la nieve o el viento helador, como los de estos días. Son un puñado de irreductibles que no acuden a los albergues municipales. Prefieren soportar las bajas temperaturas, que han llegado a los seis grados bajo cero esta semana. Sus razones son diversas. "Nunca hay plazas libres", contesta automáticamente un hombre de pelos largos y gran barba blanca en una esquina de la plaza de Isabel II. "Somos españoles", apunta como única explicación Cristóbal mientras extiende mantas sobre su lecho de cartón. "No nos dejan ir con los perros", responde enfadado un indigente en Preciados.
"Sólo os acordáis de nosotros cuando llega el invierno", se queja un indigente
Los profesionales que trabajan con los sin techo apuntan otras causas. "Muchas veces rechazan los albergues como mecanismo de defensa, tienen miedo a perder su libertad o su anonimato porque creen que allí se les va a fichar", explica Darío Pérez, responsable del Samur Social. Antes de que se le pregunte, aclara: "No es cierto que no haya plazas". Esta semana, la primera del otoño con temperaturas ya invernales, los recursos han estado al 92% para los hombres y el 85% para las mujeres, asegura."Puedes imaginarlo, pero nunca te haces una idea del frío real que se pasa". Carmen, de pelo moreno y lacio que casi le tapa la cara, tiene una voz triste. De una desgana infinita. Se tumba en el suelo y llama a Cristóbal, que aún coloca algunas cajas alrededor. "Los de seguridad nos levantan a las 7.30", relata el hombre, con unos preciosos ojos azules. "Si tenemos dinero vamos a tomar un café a algún bar, si no directamente a pedir". Aunque a veces, sobre todo los fines de semana, son vándalos los que les despiertan. "Tiran las cajas, nos insultan... suelen ser borrachos que quieren hacer la gracia". Cuando alguna autoridad pública acude a la Ópera, los guardias de seguridad no les dejan dormir allí.
A su lado, Inger, una alemana de 58 años, comienza a sacar mantas de una gran bolsa de viaje. Lleva 16 años viviendo en las calles de diferentes ciudades europeas. "En Alemania tenía mucho dinero, luego en Italia se acabó", musita en un precario español. ¿Sabe que puede ir a algún albergue? "Yo siempre estoy en la calle. La vida es así. No tengo dinero y es lo que hay", sentencia.
"A veces, estas personas desconocen los recursos, pero esto es una minoría", apunta Dario Pérez. "Lo normal es que el abatimiento personal sea tal que les impide cualquier iniciativa". En otras muchas ocasiones, son problemas mentales o adicciones lo que provoca que los indigentes permanezcan en la calle. "Si alguien se cree Napoleón, no va a ir a un albergue a dormir, prefiere hacerlo a la puerta del Palacio Real". En febrero de 2008, 350 voluntarios recorrieron las calles de Madrid en busca de estas personas. Encontraron 651, el 90% hombres, con una media de edad de 24 años. Más de la mitad eran extranjeros y el 78% estaba soltero, separado o divorciado. La soledad como característica destacada. Como explica Juan Antonio Illán, de la Fundación RAIS, son personas que han sufrido tres grandes quiebras: económica, del proyecto vital y de las relaciones familiares y sociales. "Lo que viven es tan grave que al final el frío se convierte en una cosa accesoria", mantiene. "Hay una falta de confianza, que se consigue con un proceso largo de trabajo, no vale con ir una noche a un albergue".
A las puertas de Fnac, tres hombres recogen cartones para pasar la noche. Son "la nueva generación de vagabundos: sin techo pero con página web". El mayor, con una gran melena y alguna rasta saliendo de un mugriento gorro negro, se queja de la hipocresía de la sociedad, que "siempre mira para otro lado".
"Sólo os acordáis de nosotros cuando hace frío". Luis está a punto de echarse a dormir. Apura un café caliente que reparten unas voluntarias de Solidarios. Se trata sobre todo, cuentan en la ONG, de dar conversación a los indigentes, compartir un rato con ellos para "que se sientan personas normales". Pero, cuando se van, la soledad vuelve a invadir a Luis y al grupo de sin techo que se han ido acomodando bajo los soportales de la plaza Mayor. Son las once y cuarto y el termómetro ha bajado ya de los cero grados. "Se nota que estos días hay menos gente, por el frío". ¿Se puede dormir con estas temperaturas, que anoche rondaban los siete grados negativos? "Pues con un ojo abierto y otro cerrado", asume Luis. En la calle desde mediados de agosto, cuando perdió su trabajo, ha conseguido un contrato temporal de seis meses. "En cuanto cobre el primer sueldo me iré a una pensión".
La crisis, cuentan en el Samur Social, todavía no se está notando cuantitativamente en la calle. "Se ve más en los comedores sociales, la gente sólo tiene para pagar alojamiento y tienen que ir a pedir comida", explica Dario Pérez. Así andan, gastando lo justo para dormir bajo techo Rubén, de Bulgaria, y Martín, polaco de 27 años. "Cuando tenemos dinero vamos a una pensión, pero hay días que tenemos que dormir en la calle", cuenta Martín mientras apura una cerveza sentado en un portal de la calle Preciados. Al momento se arranca a tocar la guitarra, con la que pide limosna, mientras Rubén se afana en crear enormes burbujas de jabón con una cuerda. "Un día sacas 100 euros, pero otro puedes no ganar nada", explica Rubén. Hoy ha habido suerte y los amigos van a dormir en un hostal. Dos irreductibles menos en la calle.
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