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Columna
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Informe a la Academia

Al tiempo que el escritor Manuel Rivas tomaba las credenciales de su asiento en la Real Academia Galega, un sindicalista con denominación de origen, Ignacio Fernández Toxo, declaraba en un alarde académico que "el Gobierno debería tomar nota" de la protesta celebrada en Madrid a la misma hora del doce del doce.

Había ganas de pisar las calles nuevamente fuese cual fuese el estribillo y no digamos las de que una personalidad como Rivas atendiera por fin las súplicas de su novia académica en estos tiempos en los que se empieza a perder el habla con tanto disparate. Como telón de fondo ese doce del doce estaba la crisis, término al que confieren un significado muy distinto los sindicatos, los poetas líricos, y la archidiócesis de Mondoñedo-Lugo, de la que sigo atentamente sus pastorales a través de Internet, entre otras cosas para estar al loro de si hay algún pastor que nos ilumina en esta noche oscura (de Laporta tampoco me fío).

Feijóo condenó el sentimentalismo en Buenos Aires, donde se escribió 'Sempre en Galiza'

Debe de ser el frente frío que viene de Rusia que me ha dejado con ganas de cuento y batir palmas a la mínima que también ese sábado de gloria y casi al unísono parece que dos agresores se habían puesto de acuerdo para cumplir sus venganzas: el que le metió un Duomo en la jeta a Berlusconi y los que le zurraron la badana al doctor que dejó a Johnny Halliday para los restos. La mitomanía y la Academia, todo hay que decirlo, tienen comportamientos bastante similares a la hora de imprimir nuevas monedas de curso legal.

Pero volvamos a la guerra semántica. La de los sindicatos en Madrid para muchos académicos de la lengua fue una manifestación "pintoresca". Es ésta una palabra que se emplea siempre para mostrar perplejidad ante un jolgorio que no se entiende, como si no se adivinara bien si los manifestantes llevan a San Roque o a Paulina Rubio en andas, así que ni cortos ni perezosos alguien en Telemadrid, una televisión la mar de pintoresca, decretó que la misa del doce del doce concelebrada entre la UGT y Comisiones Obreras era lo mismo que aquellas manifestaciones sindicales del franquismo, es decir, totalmente verticales.

Al amplio abrigo de la paradoja, (no televisaron el discurso de Rivas que celebraba la ecología de las palabras aunque seguí el sermón de Hermann Terstch desde el hospital culpando a ZP de la paliza que le dieron en un bar), pasé un buen rato tratando de informar a la Academia también de varios fenómenos dignos de mención además de las hostias: el primero es el comportamiento de las bicicletas en Copenhague, una ciudad en las que hay más de trescientos kilómetros de carril-bici, y en la que a nadie sorprende que uno vaya a trabajar o a llevar a los niños a la guardería montado en una de ellas cosa que por aquí parece de pordioseros. La segunda, que me dejó patidifuso, que va a ser un negocio retirar las emisiones de CO2, yo que creía que la mierda había que enterrrarla por cuenta del finado. Así que uno de mis altos hornos preferidos (el de la Finsa en Pontecesures) podía, digo yo, ir bajando los humos y les invito a que, si conocen alguna chimenea, vayan poniéndola en la lista para Papá Noel. Seguro que conocen muchas y no es verdad eso de que cuanto más ahúman más empleo producen, eso era en tiempos del tren Varela.

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La tercera, por seguir con la matraca, es la voracidad de los políticos ante la carne de los mártires. ¿Conocen a alguien que no haya pasado por Lanzarote estos días? Lo de Rosa Díaz ya me parece de chiste: dónde hay turrón aquí aparece la Rosa de España, ya sea en apoyo de la Galicia Bilingüe que del Frente Polisario...

Pero hay algo más, señores académicos, la llamada al pragmatismo del presidente Feijóo presenta el mismo comportamiento que la chimenea de Finsa: no reduce las emisiones sino que se las fuma como un Montecristo. A veces parece que las palabras pronunciadas al otro lado del charco pierden el sentido, pero no es así. Sempre en Galiza fue escrito en Buenos Aires. Feijóo condenó el sentimentalismo en Buenos Aires. Ya sé que esto no le dirá nada al señor presidente, aunque confío que lea este informe a la Academia, pero un aristócrata de rancio abolengo gallego como fue el Marqués de Bradomín decía de sí mismo que era "feo, católico y sentimental". Un buen blasón reaccionario para ganarse el respeto. Nuestro presidente cumple a la perfección las dos primeras reglas pero falla estrepitosamente en la última.

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