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Reportaje:

Ni pueblos ni ciudades, colonias

Los recintos industriales se transforman en espacios de residencia y de turismo

José Ángel Montañés

Esperanza Nieto tuvo que cumplir los 14 años para poder comenzar a trabajar como mechera en la colonia Sedó de Esparreguerra, donde su familia, de Almería, se había instalado antes de que ella naciera. De las cuatro de la madrugada a las dos de la tarde, cinco días a la semana, Esperanza era una de las muchas mujeres encargadas de que la fibra no se rompiera y pasara paralela por la máquina para que el hilo fuera más suave. Al cabo de unos años, además, empezó a hacer las faenas domésticas en casa del encargado. "Salíamos de casa toda la familia, mi padre y mis cuatro hermanos, antes de que la sirena anunciara el cambio de turno", asegura Esperanza. "Mi hermana era anudadora, mi padre y mis hermanos descargaban balas de algodón y yo estaba de pie 10 horas al día delante de la máquina, con mucho calor incluso en invierno", afirma. Pese a todo, Esperanza asegura con nostalgia: "Sólo tengo buenos recuerdos, por el buen ambiente que allí había y el compañerismo. Eso ya no volverá".

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Las colonia Sedó de Esparreguera, donde Esperanza trabajó cerca de 20 años, es un conjunto de edificios -fábrica, vivienda e iglesia- situados junto a un río. Un modelo que se repitió en muchos otros lugares desde la mitad del siglo XIX en Cataluña y dio ejemplos como la colonia Güell en Santa Coloma de Cervelló (Baix Llobregat), L'Ametlla de Merola, Cal Vidal y Cal Pons en Puig-reig y la colonia Borgonyà en Sant Vicenç de Torelló (Osona). Sobre ellas y muchas más el Museo de Historia de Cataluña (MHC) ha inaugurado la exposición Colonies Industriales, en la que analiza el mundo de estos recintos, pieza fundamental de la industrialización de Cataluña, su organización y funcionamiento, y las iniciativas actuales para devolverles la actividad bien como uso residencial o como centro cultural de interés histórico y patrimonial.

La colonia no es un invento catalán. Nació en Inglaterra durante la Revolución Industrial, a finales del siglo XVIII, pero en Cataluña el fenómeno destaca por su elevado número y concentración: 102 -si se cuentan los barrios industriales y las fábricas de río-, según el inventario que han establecido los comisarios de la exposición del MHC, el historiador Carles Enrech y el periodista Xavier Martí. Para Enrech, la ubicación junto a ríos como el Llobregat -"el más aprovechado del mundo", según el geógrafo francés Pierre Deffontaines- y el Ter se debió "a la utilización de la energía hidráulica necesaria para mover los telares y la facilidad para acceder a las minas que estaban en la cabecera de estos ríos".

Las colonias, aunque diferentes una de otras, compartían un mismo urbanismo: un espacio de producción donde estaba la fábrica y otro doméstico donde vivían los trabajadores y estaban los servicios que necesitaban: tienda, guardería, escuela, dispensario, casino y economato. Y en la parte más alta, la casa del dueño -donde pasaba cortas temporadas- y la iglesia. "Una estructura escalonada que reproducía la jerarquía laboral, de abajo arriba, y donde muchas veces competía en altura la torre de la iglesia con la chimenea de la fábrica", explica Martí.

Con el tiempo las duras condiciones de trabajo del comienzo -en 1911 se trabajaba 66 horas semanales- mejoraron y tras la Guerra Civil las colonias vivieron su mejor época. "El aumento frenético de la producción atrajo a miles de personas procedentes de toda España. Llegaron a trasladarse pueblos enteros en busca de mejores condiciones de vida", asegura Martí. Esto terminó cuando la crisis del petróleo de los años setenta afectó a sectores de la industria y obligó a muchas fábricas a bajar la persiana y a los colonos a buscar nuevas posibilidades de empleo.

El fin de este modelo utópico basado en el control del dueño, que a la vez velaba por sus empleados de una manera paternalista, dio comienzo a un proceso de fragmentación de la propiedad: las viviendas se vendieron a los antiguos trabajadores y los espacios públicos y otros edificios pasaron, poco a poco, a manos de los ayuntamientos. "No ha sido fácil el encaje, ya que las colonias no fueron ni pueblos ni ciudades, fueron mundos cerrados que vivieron de espaldas a los municipios donde estaban situadas y que se regían por leyes diferentes", afirman los comisarios. "La división de la propiedad ha comportado que haya sido casi imposible crear planes de actuación y ha llevado al abandono y la desaparición de muchas", aseguran.

Sin embargo, la celebración de los "150 años de las colonias" en 2005 marcó un punto de inflexión. Desde entones las colonias han empezado a verse como núcleos con un importante patrimonio arquitectónico que conservar y como lugares idóneos para crear nuevos espacios de residencia, de actividad productiva y turística, y "para preservar la memoria histórica".

En 2006, la consejería de Obras Públicas encargó la redacción de los planes directores para las colonias del Llobregat y Ter-Freser. El del Llobregat, que afecta a 18 colonias y 9 municipios, se aprobó en el año 2007, con la intención de invertir 3 millones de euros en rehabilitarlas y proteger el entorno natural que las rodea. Mientras, el del Ter, que afecta a 30 colonias y 20 municipios, está en fase de redacción. A su vez, el Consorci del Parc Fluvial del Llobregat, creado en 2003, coordina las actividades de 18 colonias y gestiona la visita a cinco espacios musealizados, entre ellos la Torre de l'Amo de Viladomiu Nou (desde 2008) y la iglesia de Cal Pons, "la catedral del Alt Llobregat", desde abril pasado.

El sector inmobiliario también ha puesto sus ojos en el patrimonio industrial. La tejana Hines compró en 2006 la colonia Vidal de Puig-Reig por 15 millones a la familia Vidal con la intención de rehabilitar y construir un centenar de apartamentos y un hotel de lujo, un proyecto que la crisis ha ralentizado. Por su parte, el Incasol reformará las viviendas de la colonia Sedó de Esparreguera.

Las colonias ya no son recintos cerrados, son barrios separados de los núcleos de población donde nacieron. "Lugares en transformación que han de superar problemas como la mejora de los servicios, la accesibilidad, el transporte y la reutilización de los espacios industriales", concluyen Enrech y Martí.

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Sobre la firma

José Ángel Montañés
Redactor de Cultura de EL PAÍS en Cataluña, donde hace el seguimiento de los temas de Arte y Patrimonio. Es licenciado en Prehistoria e Historia Antigua y diplomado en Restauración de Bienes Culturales y autor de libros como 'El niño secreto de los Dalí', publicado en 2020.

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