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Crítica:PURO TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Luces de invierno

Marcos Ordóñez

1 Cosas grandes que han pasado en Barcelona últimamente: el circo del Barón de Evel y El jardí dels cinc arbres. Dos luces atrapadas, revividas. En la plaza de Xirgu, junto al Mercat de les Flors, que coproduce con Temporada Alta el espectáculo (¡bravo!), se ha encendido la primera, una imaginaria luz de acetileno, de circo francés y ochocentista, perdido en el desierto de Arizona. A diferencia de los circos de tres pistas, donde ves mucho pero miras poco, o de los circos fascistas, donde artistas y animales se doblan bajo el mismo látigo, éste es un circo íntimo, de compañeros: tres humanos y un caballo. Y 250 espectadores, no más. Asientos de madera, una pista de apenas seis metros de diámetro. Avanzamos por un pasadizo que rodea la grada y creamos la fanfarria inaugural, golpeando, al cruzar, cilindros de metal, de madera, de plumas. Comenzamos a respirar al mismo ritmo de lo que nos espera. El circo del Barón de Evel (me gusta más ese apelativo que el título, un tanto pomposo, de la función: La sort du dedans, que podría traducirse como "el viaje interior") es una joven compañía de Gensac-sur-Garonne. Parecen haber crecido en una arena pretérita, cuando el tiempo era más lento, más intenso, más elástico. Es esa duración la que atrapan y sirven. Comunican con el público (¡y cómo!) pero sin vender mercancía previsible, sin falsa poesía, que es el gran riesgo del circo. Como si jugaran en un claro del bosque, como si nadie mirase. Ellos tres y Bonito, un caballo árabe que entra y sale solo, como una aparición sin amo. Ellos tres son Blai Mateu, Camille Decourtye y Thibaud Solas. Blai Mateu es el hijo de Tortell Poltrona. Un clown de casta, desde luego. Más que eso: un auténtico fenómeno, con la mirada extraterrestre de Keaton, y la contención gestual de Tati, y la gracia flexible de Dick Van Dyke. Clown y danzarín y acróbata, con un control absoluto del movimiento y del gag. Un mutante continuo. Se calza unos zapatos rojos, de tacón alto, y es una mujer, sin parodias groseras. O un caballo, un hermano de Bonito. Antes, cuando no había tantas cosas ni se sucedían tan aprisa, un clown se hubiera consagrado sólo con "el número del caballo". Por eso hoy, aquí, se impone levantar la mano para decir "atención: prodigio". Camille Decourtye, su novia lunar, es una espléndida payasa en la línea de Annie Fratellini. Y bailarina, y equilibrista, y ecuyère, y estremecedora cantante de melismas zíngaras. Thibaud Solas, gran contrabajista y acróbata, tercero en concordia, es otro mutante de imponente aspecto: recuerda a Genet con el abrigo de Nosferatu. Se me quedan cortas las definiciones, porque son mucho más (y muchos más) de lo que digo. Los tres hacen de todo, una disciplina se convierte en otra antes de que te des cuenta. Aquí no hay "números" propiamente dichos sino continuidad: una forma ceñida y libérrima, mitad metal líquido mitad serpiente de agua. Todo suma, todo fluye, todo es logro y pórtico al mismo tiempo. Metáforas hechas acción: la pareja que intenta bailar sin encontrarse, sin lograr el abrazo; los cuerpos de los tres hechos uno, luchando blandamente para tocar el contrabajo; Camille encerrada en la funda de tela del instrumento, creando formas sin cabeza ni cola, un poco a lo Mummenschanz (¿alguien se acuerda?), ahora una cría de dinosaurio o nutria, ahora una oruga que busca rajar la crisálida para salir aleteando. Y las muestras (sin exhibicionismo) de fuerza y ligereza: las torres humanas de los portés, los saltos con báscula. Una última imagen, una devolución: el rostro del niño rubio, en la primera fila de la grada. Siempre hay, en el gran circo, un niño exultante, maravillado, riendo a carcajadas. Era imposible no mirarlo, no fijarse en aquella cara empapada de felicidad. Y el reflejo de la función en su cara, iluminándola.

Siempre hay, en el gran circo, un niño exultante, maravillado, riendo a carcajadas. Era imposible no mirarlo

2 Segunda luz. Espriu la clavó en un solo verso: "Llum de retorn de barca". Luz de atardecer, eternizada, justo antes de la noche, cuando las barcas vuelven a Sinera, el pequeño reino afortunado del poeta, su reino junto al mar. El jardí dels cinc arbres, de fugacísimo paso por el Nacional catalán (sólo una semana, ¿por qué?) fue un nuevo regalo de Joan Ollé, una zambullida lenta en la narrativa y la poesía de Salvador Espriu. Otro circo, donde bailan, bajo esa luz, el Oso Nicolau y los saltimbanquis, y el viejo Salom, y Ariadna, y los mendigos ciegos, goyescos, luchando a garrotazos, y María Castelló subiendo, erguida (¡más difícil todavía!) los cuarenta escalones que le separaban de la muerte. Todo espléndidamente dicho y sentido. Once oficiantes, entre los que destacan Àngels Poch, y Enric Majó, sobrio y doliente como nunca, y el gran Joan Anguera, evocando, en la letanía final, a los muertos de Sinera, hermanos de los de Spoon River, de Macondo, de Ferrara. Y, revelación, la voz catalana y flamenquísima de Sílvia Pérez Cruz, poniendo música a las palabras del poeta. Y, reconsagración, la descomunal Montserrat Carulla dando vida valleinclanesca al fantasma de Esperançeta Trinquis y corporeizando, inesperada carambola, a otro espectro feliz: la Concheta de Julia Caba Alba en Plácido. Me pido y le pido a Lady Carulla una función, con Mario Gas en el papel del hijo, para que todo quede en familia: Días enteros en las ramas, de la Duras, que estrenaron Madeleine Renaud y Michael Lonsdale. La madre enamorada del hijo golfo, gloriosamente irrecuperable; el retorno de aquel primer y fulgurante idilio de la infancia.

3 Exitazo en el Español: Glengarry Glen Ross, el clásico de Mamet, cosido a mano, con hilo eléctrico, por Daniel Veronese, que firma versión y dirección. Gran espectáculo, tenso y vibrante, con el tempo preciso; una auténtica fiesta teatral. Àlex Rigola ya lo bordó en el Lliure, hará cinco años, y ahora llega, en castellano, con un elenco superlativo y afinadísimo, encabezado por Carlos Hipólito y Gonzalo de Castro en la cima de sus poderes, aunque todos juegan aquí como el Barça de Guardiola. Título posible para la crónica de la semana próxima: El gran golpe de los 7 hombres de oro. Reserven entradas pitando, que está a rebosar la cosa.

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