Taiwan, la montaña de jade

Taiwan huele a nuevo. Pero a pesar de su imagen de joven ejecutivo a la moda, en realidad es una anciana sabia y coqueta. Sus rascacielos parecen recién construidos; su capital, Taipei, recién motorizada (un millón de motocicletas se agolpan como enjambres ante los semáforos); sus carreteras, recién trazadas; sus túneles, recién excavados, y sus cadenas montañosas, recién estratificadas. Y, sin embargo, son mil años de tradición taiwanesa. O china. O las dos, porque la que fue Formosa para los navegantes portugueses es hoy la República de China, un nombre que recuerda una historia común bifurcada sólo por causas políticas. El Gobierno de Pekín reclama la soberanía de la isla desde que en 1949 el general Chiang Kai-chek, opuesto a la revolución de Mao, se refugiara en ella con dos millones de integrantes de la élite china disidente. Hoy es un territorio autónomo, aunque China no lo considera independiente, y flota en una especie de inopia diplomática: sólo lo reconocen 23 países.

Pero rezuma esencia china. Porque, en el fondo, la separación del continente es tan sólo geográfica, apenas una falla tectónica: las aguas del estrecho de Taiwan, con una anchura media de 180 kilómetros. Por eso, viajar a Taiwan es como visitar un apéndice de la gran China milenaria: un remedo de sus ancestros continentales con cuerpo de adolescente. Eso sí: un adolescente capitalista, cosmopolita y amante de las marcas, aunque con la estética japonesa actual como referencia y las tradiciones chinas en el espíritu.

El Gobierno taiwanés declaró 2009 Año para Viajar a Taiwan. ¿Hay razones para ello? Muchas. Resumidas en cuatro, se quedan cortas pero valen como pistas:

01 Lo más verde

Pese a su pequeña extensión (400 kilómetros de Norte a Sur y 145 de Este a Oeste en su punto más ancho) es una de las pocas islas con altas montañas en la zona tropical. Dos terceras partes de su territorio están cubiertas por cadenas montañosas, favorecidas con un suelo fértil y lluvias abundantes. Su Montaña de Jade es el pico más alto en Asia al este del Himalaya. El 19,1% de la isla está protegida bajo la fórmula de 7 parques nacionales, 19 reservas naturales y 6 reservas forestales. Los adornan playas de arena fina, ríos cortos y caudalosos y corrientes de aguas sulfurosas que nacen en manantiales termales, como las de Guanzai y Yilan. Pero la variedad climatológica que favorece tanta diversidad también es traicionera: Taiwan se sitúa en uno de los corredores de los tifones asiáticos, que circulan por su suelo entre mayo y octubre. En 2009, dos la han tocado con especial virulencia: el Parma, en octubre, y el Morakot, en agosto, que dejó más de 600 muertos y ha pasado a la historia como el más mortífero desde el registrado en 1959.

02 Tocar el cielo

Con 634 personas por kilómetro cuadrado, Taiwan presenta la segunda densidad demográfica más alta del mundo, después de Bangladesh. Para colmo, el 75% de su población se concentra en las ciudades, como Taipei o Kaohsiung; algunas, encerradas entre colinas, crecen hacia el cielo en modernos rascacielos. La capital es paradigma del síndrome de Dorian Gray que caracteriza a la isla. Lo simboliza el Taipei 101, el edificio más alto del mundo (a falta de que la torre Burj Dubai, de 818 metros, sea inaugurada oficialmente). Desde sus 508 metros y 101 pisos con forma de inmensa flor de loto se contempla a vista de pájaro la paradoja: futuristas construcciones inteligentes que conviven con edificios de estructura arquitectónica clásica china, como el Grand Hotel, un bello complejo construido por Chiang Kai-chek en 1952 para albergar a los embajadores extranjeros; el Museo del Palacio Nacional, que acoge una de las colecciones de arte chino más hermosas del mundo (con 608.985 reliquias culturales que fueron sacadas del continente por los disidentes de Mao o donadas posteriormente), o el Monumento Conmemorativo a Chiang Kai-chek, en una plaza faraónica flanqueada por el Teatro Nacional y el Vestíbulo del Concierto Nacional.

03 Las citas festivas

El pueblo taiwanés es un pueblo devoto. Combina ritos budistas, taoístas y confucionistas, y vive la religión con el folclore y el colorido de la China ancestral. Por eso la escenifica en sus calles, con celebraciones populares en forma de festivales, que pueden ser disfrutados por el visitante en casi cada mes del año. Basados en el calendario chino, que toma como referencia los movimientos de la Luna, las tres fiestas más importantes son el Año Nuevo chino -con su Festival de los Faroles, del 13 al 22 de febrero)-, el Festival de los Botes del Dragón (mediados de junio) y el de Medio Otoño (finales de septiembre), aunque otros, como el Festival de las Ánimas en Keelung (septiembre), son especialmente vistosos.

04 Paladares exquisitos

El taiwanés Ang Lee consiguió con su película Comer, beber, amar que Occidente imaginase en celuloide olores y sabores desconocidos. Pero, en el fondo, no hizo más que reflejar la cotidianeidad de su pueblo. Porque Taiwan se precia de ser una tierra de paladares exquisitos. Sus calles están impregnadas de perfumes, aunque alguno impresiona desagradablemente a la nariz occidental, como el chou tofu, un tofu fermentado que lleva implícito en el nombre su principal característica: huele mal. En contraposición, ingredientes como el cerdo, el pato, el marisco, el arroz y la soja sirven de base a deliciosas recetas herederas de las cocinas de Cantón, Pekín, Szechuan, Shanghai, Hunan y Mongolia.

En los mercados callejeros, los puestos de moda, relojes o electrónica comparten espacio con chiringuitos de dumplings, pastelillos dulces y salados, crepés taiwaneses... eso sí, todo apto para el estómago del turista, porque la limpieza que impera en la isla también reina en las cocinas.

Y ésta es la gran parábola de todo Taiwan: fusión de colores, aromas y sabores, como símbolo de un pueblo de aluvión, anciano y al mismo tiempo jovial.

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