"No puedes querer ser un Cid"
El psicólogo explica la evolución del perfil de los indigentes en 30 años
Cerca de 2.000 personas carecen de un hogar en Madrid. El domingo celebraron su día y mañana el Ayuntamiento pone en marcha la Campaña del Frío para facilitarles alojamiento durante el invierno. Por unos días aparecen en los medios de comunicación y reciben un poco de atención. "Nosotros contamos para las estadísticas", denunciaba el manifiesto del Día de las Personas sin Hogar 2009. "Contamos para los abiertos de espíritu, los que creen en la igualdad y la solidaridad, los que creen en las personas y entienden los avatares de la vida", proseguía.
Una de esas personas "abiertas de espíritu" es Andrés Gabaldón, psicólogo madrileño de 56 años. Lleva 30 trabajando en el albergue de San Juan de Dios, desde que el centro abrió sus puertas en 1979. Treinta años viendo las caras de la pobreza, primero como psicólogo y ahora también como director ejecutivo del albergue. "Ahora todos estamos más cerca que antes de acabar en la calle", asegura con voz pausada.
"Ahora todos estamos más cerca de acabar en la calle que antes"
Desde octubre de 2008, la demanda de alojamiento ha subido un 30%
El albergue, con 140 plazas, ha alojado a más de 80.000 personas a lo largo de su historia. "Ofrecemos alojamiento, manutención, higiene y orientación", explica Gabaldón. La idea de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, que creó el centro y de la que depende, era "generar un espacio con dignidad que diera oportunidades para rehacer la vida" de los albergados. "Que las personas aquí no estén a la sopa boba", resume explícito Gabaldón. Por eso, el compromiso y la predisposición a mejorar son requisitos imprescindibles. "Apoyamos a las personas, pero sin que se cree una dependencia". Las estancias en el albergue eran de 34 días de media en 2008, y han subido hasta los 43 este año. "Las salidas se demoran por la mayor dificultad para encontrar empleo, no hay tanta movilidad y se ayuda a menos gente", se lamenta Gabaldón. Además, la demanda de alojamiento se ha incrementado un 30% desde el último trimestre de 2008. La cara de la crisis en su mayor crudeza, que también se ha notado en una mayor demanda de la renta mínima de integración y de las ayudas al retorno de extranjeros, explica el director del albergue. Un centro, en el distrito de Chamartín, que no es sólo una solución inmediata para tener un techo, sino que intenta ofrecer todo un itinerario de integración social.
Mientras las malas cifras van en aumento, los trabajadores y voluntarios del centro siguen con su labor. Lo primero, cuenta Gabaldón, "dignificar a la persona que llega": darle comida, un lugar donde dormir y asearse. Sobre esa base, se valora el estado de cada alojado y cómo se puede actuar en cada caso. "Muchos necesitan programas de rehabilitación por drogodependencias, enfermedad o tener mucha edad". Otros, cuenta, "se integran en los programas de empleo o se derivan a otros servicios externos como hospitales o residencias de ancianos".
Además de los talleres de orientación para buscar trabajo, el albergue oferta también programas de integración para grupos. El centro cuenta con un equipo de 10 personas entre encargados de la recepción de los indigentes, trabajadores sociales, psicólogos, empleados del botiquín y vigilantes de noche. "También colaboran religiosos de la congregación y 80 voluntarios laicos", resalta. Los primeros años, Gabaldón simultaneó su labor en el albergue con otros empleos. Hizo terapias y trabajó como psicólogo de recursos humanos de alguna empresa. Notaba "cierto recelo" de sus colegas por su labor social en el albergue. Pero, llegado el momento, se decidió por la cara más solidaria de su trabajo. "He aprendido mucho del contacto con esta realidad", asegura. Gabaldón tiene claro que "ha de haber una motivación íntima y personal" para seguir adelante, "porque este trabajo frustra y quema mucho". Algo que le molesta mucho es que "al trabajo social no se le concede valor".
Aunque también tiene sus alegrías y satisfacciones, como cuando alguna de las personas a las que han ayudado se pasa por el centro y les cuenta que ha rehecho su vida. "Pero tienes que saber que no puedes salvar el mundo, no puedes querer ser un Cid todopoderoso". Hay que tener claro las limitaciones con las que cuentan, según Gabaldón, "que cada vez son más".
Con 30 años de trabajo con las personas sin hogar a sus espaldas, el psicólogo cree que antes el sector de los indigentes "era más compacto, estaba más delimitado". Aunque los sin techo siguen teniendo una baja cualificación, "antes prácticamente eran analfabetos". Al principio, en el albergue recibían "sobre todo pobres de zonas rurales, temporeros de paso en Madrid". Luego, con el cambio de siglo, comenzaron a notar el fenómeno de la inmigración. "Y, definitivamente, a partir de 2004", recuerda. Si en el global de los 30 años de vida del albergue el 32% de los alojados son extranjeros, en el año 2008 el porcentaje inmigrante fue del 54%. Los indigentes extranjeros suelen ser más jóvenes que los españoles que viven en la calle, resalta.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.