Escondite en Marvão
POUSADA DE SANTA MARIA, ambiente cálido y romántico para una escapada portuguesa
Muy cerca de las dehesas extremeñas, al otro lado de la frontera, Marvão defendió la raya portuguesa desde los tiempos del rey Dom Dinis, cuando el lugar constituía un nido de águilas en el sentido literal de la expresión. Dos de sus típicas casitas aldeanas, parapetadas tras sus murallas, quedaron ensambladas cuando la autoridad turística decidió implantar allí una pousada que aliviara un poco la economía deprimida del Alentejo y el entorno del parque natural de la sierra de São Mamede. Pues bien, objetivo logrado: el pueblo se llena frecuentemente de autocares y vehículos privados con legiones de españoles en versión actualizada de la atávica compra de toallas, sólo que ahora el domingueo se hace para darle un gusto al paladar. La cocina de Santa Maria no es nada del otro jueves, pero el comedor -o los varios comedores, que se distribuyen en rincones- goza de un ambiente romántico y familiar. Lo mejor, el cuchifrito de cordero lechal.
POUSADA DE SANTA MARIA
PUNTUACIÓN: 6
Categoría: no tiene calificación oficial. Dirección: 24 de Janeiro, 7. Marvão (Portalegre). Teléfono: 00351 245 99 32 01. Fax: 00351 245 99 34 40. Central de reservas: 00351 218 44 20 01 (Pousadas de Portugal). Internet: www.pousadas.pt. Instalaciones: sala de reuniones para 20 personas, salón con chimenea, bar, comedor. Habitaciones: 28 dobles, 3 suites. Servicios: no hay facilidades para discapacitados, no admite animales. Precios: desde 90 euros la habitación doble; oferta Short Break, 95 euros, con exigencia mínima de dos noches, desayuno y almuerzo incluidos.
El barrio alto
Una placa de hierro forjado significa la entrada. Las casas, originarias del siglo XVII, llevan seis décadas funcionando como pousada, lo que imprime carácter en los visitantes y, sobre todo, en la población local, entregada a reconducir a los viajeros por las empinadas callejas del barrio alto.
En su interior, la pousada es enrevesada, laberíntica, reluctante a los espacios abiertos y ruidosos que podrían sustraerle el filtro del silencio. Desde los ventanales del restaurante se avistan las tierras rojizas, parduzcas y reverdecidas que abrazan los pies de Marvão. Al este incluso cabe distinguir en días despejados la localidad española de Valencia de Alcántara.
Amueblados con camas portuguesas ya centenarias -no así los colchones, renovados de cuando en cuando-, los dormitorios mantienen la huella del tiempo en sus techos altos, sus paredes desnudas y su fragancia añeja. Son acogedores, aunque remilgados en la introducción de enseres más actuales. Las cajas grises de televisión desentonan y los cortinajes rayan lo cursi. En los cuartos de baño se vive encajonado en un exceso de sanitarios. Algo pequeños, el 311 y el 312 sacan a la calle un balcón con mesitas asomado a las casas vecinas. La suite 208 ofrece chimenea, lo que añade ambiente casero en estos meses fríos del Alentejo.
Para recordar que nos hallamos en el corazón de una villa medieval, una iglesia próxima emite cada media hora un repique animoso de campanas.
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