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Columna
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Obama y Hu, la extraña pareja

Desde que Shakespeare escribiera en La tempestad que "la miseria familiariza al hombre con extraños compañeros de cama", la frase ha sido utilizada en el mundo anglosajón como paradigma de pragmatismo político, como ejemplo de que incluso enemigos políticos siempre tienen algo en común que pueden aprovechar en beneficio mutuo. Politics make strange bedfellows (la política hace compañeros de cama), se dice ahora. Y pocas veces el aforismo resulta tan real aplicado al líder del mundo libre, Barack Obama, y a su anfitrión en Pekín, Hu Jintao, presidente de la dictadura capitalista-leninista china. Nada tienen en común, ni personal, ni políticamente. Representan a dos sistemas diametralmente opuestos, democracia y dictadura. Pero, en un mundo globalizado, ambos se necesitan.

Todas las visitas de presidentes de EE UU a China han dejado a ambas partes sabor agridulce

Obama sabe que sin la anuencia china, sus planes para impedir la nuclearización de Corea del Norte e Irán son inviables por el veto de Pekín en el Consejo de Seguridad. Que nunca conseguirá que el Congreso de Washington apruebe sus ambiciosos planes sobre el cambio climático, uno de los proyectos estrella de su programa, si China no se sube al mismo carro. Que para estabilizar la situación en el frente afgano-paquistaní precisa de la presión de Pekín sobre Islamabad para que Pakistán incremente su esfuerzo militar contra los talibanes. Y así, un largo etcétera. Sin contar con el pequeño detalle de que China ha sobrepasado a Japón y se ha convertido este año en el primer prestamista de Estados Unidos con 800.000 millones de dólares de deuda americana en sus arcas. Por su parte, China necesita a Estados Unidos para seguir colocando sus productos en el mercado americano, su primer cliente; para proteger esa deuda que, en caso de incertidumbre, le supondría una sangría en sus reservas de dólares y, sobre todo, para afianzarse como potencia mundial con el apoyo y en un plan de igualdad con la hasta ahora única superpotencia, cuyo presidente ya ha expresado su deseo de convertir la relación chino-americana en "una asociación estratégica".

En 1905, un gran presidente americano, Theodore Roosevelt, escribió: "Nuestra historia futura estará más condicionada por nuestra posición en el Pacífico frente a China que por nuestra posición en el Atlántico de cara a Europa". Así parece haberlo entendido Barack Obama con su nuevo enfoque hacia Asia en general y China en particular, puesto de relieve en su reciente periplo asiático. Sin olvidar que el actual ocupante de la Casa Blanca ha recalcado siempre los lazos que le unen a Asia, producto de su estancia juvenil en Indonesia. Desde el histórico viaje de Richard Nixon a Pekín en 1972, que restableció una relación rota desde el triunfo comunista en la China continental en 1949, casi todos los presidentes americanos, conscientes de la importancia creciente de la República Popular, han visitado China, más recientemente Reagan, Bush padre, que fue el primer embajador estadounidense en Pekín tras el restablecimiento de relaciones; Bill Clinton y Bush hijo. Todas las visitas, muy cordiales a primera vista, dejaron en ambas partes un sabor agridulce. Ninguno se fiaba del otro. La continua represión china del Tíbet, la matanza de estudiantes hace ahora 20 años en la plaza de Tiananmen, el despliegue de misiles en el estrecho de Taiwan, el acoso y encarcelamiento de los defensores de los derechos civiles y la falta de libertad religiosa han sido los obstáculos que han impedido una relación fluida entre los dos países.

Obama ha querido establecer en su viaje unos nuevos parámetros en las relaciones chino-americanas. Pero, la máxima evangélica de "pedid y se os dará" no parece haber tenido, por el momento, mucho éxito. Lo proclamaba el New York Times en su primera página el miércoles. "Pocos logros para Obama en China", titulaba el diario liberal neoyorquino. Porque la realidad es que, aparte de las fotos oficiales de la visita, Obama no ha conseguido entrevistarse con ningún disidente, ni su intervención ante los estudiantes de la Universidad de Shanghai, todos ellos miembros de las juventudes comunistas, fue retransmitida por la televisión estatal china, la única existente en el país, como ocurrió con visitas anteriores de Clinton y Bush hijo. Ni siquiera en la comparecencia conjunta con Hu Jintao ante los medios se admitieron preguntas de los periodistas a los dos mandatarios. Obama ni siquiera consiguió el apoyo chino para unas posibles sanciones futuras a Irán, si este país sigue adelante, como cree la organización para la energía atómica de la ONU, con su programa nuclear. Obama debe mantener un difícil equilibrio: conseguir un acercamiento a China que no irrite a sus aliados asiáticos, cada vez más preocupados por el desorbitado rearme chino.

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