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Columna
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Alcohol

Una subcomisión del Congreso ha propuesto la reforma del Código Penal para que el consumo de alcohol y drogas sea un agravante en los casos de maltrato doméstico y no, como hasta ahora, un eximente. Suena bastante sensato, ¿no es así? Tan sensato que, por una vez, todos los partidos han aparcado su ferocidad cainita y se han puesto de acuerdo. Pero como se ve que en este país nacemos con el gen del disentimiento, algunos medios y algunos juristas han puesto el grito en el cielo contra la medida, considerándola discriminatoria y tal y cual.

O sea, que por lo visto hay gente a la que le parece bien que, a la hora de romperle los lomos a una mujer o de quemarla viva, la cogorza siga siendo un atenuante, mientras que si te pillan con dos copitas de más cuando conduces se te ha caído el pelo. Quiero decir que la supuesta discriminación ya estaba ahí, con los conductores, y nadie dijo nada, antes al contrario. Además, según las estadísticas, la embriaguez tiene una influencia mayor en el maltrato (del 48% al 87% de los casos) que en los accidentes de coche (el 40%).

Y los expertos en agresiones domésticas cuentan que hay un patrón de conducta muy repetido: el del tipo que bebe premeditadamente para pegar. Yo creo que el alcohol debería ser siempre un agravante cuando hay consecuencias violentas: hombres contra mujeres, mujeres contra hombres, hombres y mujeres contra niños y viejos y animales. En fin, todas las combinaciones posibles de brutalidad etílica.

En cuanto a esos juristas que tanto se inquietan por esta reforma del Código, ¿por qué no se preocupan, por ejemplo, de que en España prostituir a la fuerza a una chica, incluso a una menor, a base de amenazas y palizas, se castigue tan sólo con penas de entre dos y cuatro años? Ya sé que la justicia es ciega, pero a veces, además, parece loca.

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