Ferrari
Algunas polémicas son incomprensibles. La última en torno a Francisco Camps, por ejemplo. Hay quien considera de mal gusto que el presidente valenciano se haya paseado en un coche de lujo. Francamente, desde ese punto de vista, el de la actuación de Camps, no veo ningún problema. Francisco Camps se subió al coche como podía haberse subido a un globo o a un patinete: se trataba de un acto publicitario a gran escala y eso, como sabemos todos, supone hoy la máxima prioridad para un político. Camps promocionó Valencia y se promocionó a sí mismo. Está para eso, ¿no? Porque para administrar con prudencia el dinero del contribuyente no ha estado nunca, eso ha quedado ya sobradamente demostrado. Doy por supuesto que ni siquiera el más fiel de sus votantes, que son bastantes, le exige esto último.
Cualquier cosa que haga Camps suscitará malestar en unos o en otros. Es un político empequeñecido, arrinconado en su propio partido, oscurecido por la sombra de la sospecha y afligido por lamentables reacciones de paranoia. Hay que estar muy mal, muy mal, para afirmar que tus adversarios quieren ir a tu casa, llevarte a una cuneta y pegarte un tiro. Pronunciar frases como esa en un Parlamento es gravísimo. Acudir a una charanga automovilística no lo es. Desde un punto de vista político, insisto.
Yo, por supuesto, estoy indignado. Pero no con Camps. Como ferrarista de toda la vida, me daría de baja si eso fuera posible. Lo que hizo Ferrari el domingo no tiene nombre. Me resigno al ridículo de esta temporada. Me resigno a la presencia de Botín en los boxes. Me resigno al fichaje de Alonso. Me resigno incluso a la tabarra televisiva que habrá que aguantar con la nueva "españolidad" del cavallino.
Ahora bien, me parece intolerable que, de forma prevista o no, el presidente de Ferrari encalle su coche en la arena del circuito y que tengan que rescatarle, a bordo de un California descapotado (ocho cilindros, siete marchas, doble embrague), Francisco Camps y Rita Barberá. Camps y Barberá, nada menos. Esa foto se nos quedará clavada a muchos. Es como quedar segundo en un concurso de tontos. Es como para perder la fe.
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