Si fuera del mismo Bilbao...
Cien, número redondo y cerrado, de ésos que dan la sensación de ser el fin de un camino, de una vida, de una carrera profesional. Nos encantan los números de este estilo, pulcros, limpios, sin aristas. Llegan en un momento y se tarda una vida en lograrlos. Llegan sin pensarlo, sin darse cuenta de lo que significan, sin percibir que ya nunca volveremos a vivir otro día como éste que ya se ha ido. Tan curioso como que una hora y media antes de que el árbitro pite el final del partido nada de eso existe. Una gripe, una molestia, un dolor de cabeza te pueden alejar de ese momento estelar, pero, cuando el árbitro señala el final del encuentro, el único objetivo ha de ser el de romper la esfera perfecta, dejar ese número mágico para comenzar a caminar hacia la simétrica equidistancia del 101.
Recuerdo hace muchos años, en otro siglo, en otros tiempos, cuando José Ángel Iríbar rompía con todos los récords y llegaba a los 49 partidos internacionales. Cifra estratosférica, inigualable; cifra que dejaba atrás al mítico don Ricardo Zamora, el padre de todos los porteros; cifra que dejaba a El Chopo a un paso de la media centena. Nunca lo consiguió, nunca jugó ese minuto que habría dejado su trayectoria internacional de selecciones en la media centena. Y nunca se arrepintió ni reclamó nada para cerrar su carrera ejemplar. ¡Qué hermosa imperfección la del 49!
Contra Argentina, Iker Casillas cruzaba la frontera de los 100 partidos internacionales y permitía que su pasaporte deportivo tuviera un nuevo sello, éste en relieve, que acompañará a otros tantos logros que ya reúne en su historial. Y nos decía que todo ha llegado casi sin darse cuenta, sin proponérselo, casi como un camino que se había ido construyendo sin pensarlo, sin planificarlo. Sólo con la dedicación de cada partido, con el superar de cada escollo, con la convicción de que era capaz de superar todas las dificultades porque no se crean que el camino del de Móstoles ha sido un comienzo a los 18 y dentro de 10 años, 100 internacionalidades, así de fácil, sin ninguna discusión ni debate. No todos los días fueron de vino y rosas, que los hubo de amargor y banquillo. Cierto es, y ya lo he escrito, que, cuando uno tiene nombre vasco, es zurdo y debuta en Primera División jugando contra el Athletic y en San Mamés, ya debíamos haber pensado que los hados tenían reservado para el chaval un futuro venturoso. Tan cierto como lo anterior es que a Iker nadie le ha regalado nada, tampoco deberían, no hoy, que tampoco, cuando todos hablan, hablamos, de su gloria y de su inmortalidad futbolística, sino cuando despuntaba, cuando su carrera se consolidaba, cuando algunos andaban con el metro para saber si cinco centímetros convertían a un tipo alto en un excepcional portero.
Pero no es el día de recordar lo amargo, sino para rebozarnos en lo alegre. Y, ya ven, mientras Casillas celebraba su partido número 100, quien esto suscribe se quedaba sin otro de sus récords. Dicen que hasta el pasado sábado era el jugador internacional que más partidos había ganado con la selección española. Ninguna tristeza en el momento del relevo, ningún sentimiento de dolor, nada de nada. Cuando me recuerdan estas cifras que Iker va triturando a su paso, me suelen preguntar, con un tono cariñoso, sobre los efectos en mi autoestima y siempre respondo que para que me afectasen, primero, debería conocerlos. Es decir, uno no pierde nada que no siente poseer. De hecho, suelo pensar que para qué sirven, de verdad, tantos números, tantas cifras. Suelo responderme que son la constancia de una hermosa carrera, de un tiempo en el que fui capaz de responder a los retos que el fútbol puso delante de mí, son el resumen rápido y apresurado de muchos días de frío y algunos de gloria. Hace unos meses, ante la avalancha de mis cifras que entre Casillas y Valdés iban dejando para el arrastre, pensé, por un segundo no más, en dimitir de todos mis récords. Pensé que, para que sólo me fueran recordados en el momento de perderlos, mejor dejarlos de lado y olvidarme de ellos. No se crean que un récord en fútbol te permite vivir del mismo de por vida. No te da más entradas para los partidos ni un sitio fijo en el palco de honor. No te convierte en el embajador de nada que no sea ser embajador de uno mismo, tarea que todos llevamos encima con orgullo y cierto pesar.
Pero lo pensé mejor y decidí, como dice la copla, que me quiten lo bailao y empezar a preparar mis mejores galas para ir haciendo sitio en la clasificación a este chico, que con eso de que es de Móstoles se atreve con todo. Hasta con los mayores, no se ha visto mayor irreverencia. Si llega a ser del mismo Bilbao...
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