_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Mientras la UE cabildea

Cabildear: gestionar con actividad y maña para ganar voluntades en un cuerpo colegiado o corporación (RAE).

El proceso de elección de líderes produce resultados diferentes según sea la fórmula empleada. No es lo mismo la elección del presidente de Estados Unidos, con primarias, que la manera de elegir, vía fumata, al Papa de Roma en el cónclave vaticano. Suspiramos aliviados porque Europa, tras una década de ensimismada contemplación de su propio ombligo, ha cerrado su arquitectura institucional. Pero el alivio queda en suspenso ante el confuso espectáculo de la elección del nuevo presidente/a de Europa. Y no es sólo una cuestión procesal. La forma de llevarlo a cabo puede producir un resultado contrario al perseguido -darle más peso y una voz única a Europa-, al no designar a la persona idónea. Y provocar una segunda derivada: alejar aún más a los ciudadanos de la idea de Europa. Mientras Europa cabildea, Obama desembarca en Asia para visitar a su principal acreedor, convertido en socio estratégico con el que definir el siglo XXI. La relación transatlántica se desvanece a favor del Pacífico. Estados Unidos reconoce que solo no puede, que necesita a China, por la que se siente retado. Un símbolo: Pekín acaba de presentar una nueva supercomputadora, bautizada como Tianhe (Vía Láctea), capaz de realizar más de un cuatrillón, mil billones de cálculos por segundo. Europa ya no viaja en el asiento de copiloto con Obama. El nuevo escenario urge a la UE a decidir ya qué quiere ser de mayor.

El teléfono único en Bruselas será como el de Ban Ki-moon. Inoperante en la práctica

El primer ministro sueco, Frederik Reinfeldt, presidente de turno de la Unión, debe lograr, antes de la noche del próximo jueves, un nombre para presidir Europa, y otro para ejercer como ministro de Exteriores. Aceptables para el colegio electoral integrado por los líderes de los Veintisiete. Tiene más nombres que cargos. No están todos los que son, ni son todos los que están circulando en las listas. En el secreto juego de las sillas compiten actuales primeros ministros y ex presidentes de Gobierno. No se atreven a postularse porque sería humillante volver a sus cargos tras una derrota. Se trata de llegar a la cena del día 19 en Bruselas con un consenso que hiciera innecesaria una votación, que tendría que obtener una mayoría necesaria de 225 votos de un total de 345, representantes de un 62% de la población europea. Cada país tiene un peso electoral en función de su población.

Es pertinente plantear dos cuestiones previas a la elección de la que será la cara de Europa. ¿Qué atribuciones le concede el Tratado de Lisboa al presidente? Presidir las reuniones del Consejo Europeo. Impulsar sus trabajos, facilitando la cohesión y el consenso, y asumir la representación exterior de la Unión. Algo más parecido a una reina madre o a una secretaría general, pero en ningún caso la presidencia efectiva de Europa. Europa no contará con una figura con poder ejecutivo comparable a Obama en Estados Unidos, o a Hu Jintao en China. No confundamos a la ciudadanía, el teléfono único en Bruselas será similar al del secretario general de la ONU en Nueva York. Inoperante en la práctica. Claro que Ban Ki-moon habla con Obama o Hu, pero saben que no decide nada. Por lo tanto, cuando nos llamen de Washington o Pekín, el que conteste al teléfono no podrá dar una respuesta ejecutiva y única.

Aceptar que esto es así ayuda a responder a la segunda pregunta. ¿Qué presidente queremos? Ya no sería necesaria esa gran personalidad, respetada internacionalmente, capaz de hablar de tú a tú con los centros de poder mundiales. Los atributos que parecían rodear a Tony Blair, hoy al parecer fuera de la carrera. Europa estaría buscando más bien un gestor que engrase las voluntades nacionales. Alguien que no haga sombra a los líderes de Francia, Alemania o el Reino Unido. Sobra también un visionario. Merkel y Sarkozy han puesto el dedo en el primer ministro belga, Van Rompuy, "Van qué" para la mayoría de la opinión pública. Democristiano flamenco, 62 años, políglota, buen negociador que ha pacificado la compleja política belga, educado por los jesuitas en Lovaina, autor de Cristianismo, un pensamiento moderado, antipopulista. "Alguien entre lo incoloro y lo gris", en palabras del diario económico Handelsblatt. Podría ser. La casa inglesa de apuestas Ladbroke le da favorito por 3 a 1 en una larga lista que pasa por otros políticos del Benelux, nórdicos, de las repúblicas bálticas, dos mujeres, e incluso Felipe González, que pagaría 17 a 1.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_