La sociedad devora a la política
Puede ser que el fenómeno haya ocurrido mucho antes. Es decir, que su culminación se produjera en silencio hace tiempo y sólo ahora conozcamos su ruido ensordecedor. Pero la cuestión es ésta: la sociedad ha devorado a la práctica totalidad de la esfera política, ha escupido sus restos y en lo sucesivo apenas quedarán unos huesos malolientes para seguir fingiendo su realidad.
El flagrante mundo de la corrupción política general, desde Latinoamérica a Europa u Oceanía, desde las democracias basura a las democracias pirata, desde uno a otro punto del mundo, hacen saber mediante su pestilencia que su entidad se descompone y nos enferma.
Se dice (¡todavía!) que el ciudadano tiene en su mano el voto (sagrado) para castigar en su día (lejanísimo, acaso cuatrienal) a los representantes pero, ¿qué es un voto cada cuatro años frente a los millones de euros o dólares que se embolsan sin tregua o su soberbia infame o sin control?
Un Gobierno honesto, inteligente, actualizado y eficaz parece ya imposible bajo las formas vigentes
Los actuales políticos o su política no solamente han terminado representando a un sector de gentes muy pesadas, irresponsables y nocivas, sino también obsoletas. Los retortijones en sus propios organismos, sus insoportables borborigmos, despiden un tufo que viene a confirmar el funcionamiento de un sistema cuya irreversible avería despide las destilaciones de su exacta pudrición.
Entretanto, la sociedad procura atender sus problemas en medio de la peor crisis económica conocida. Los parados hacen cola, los marginales tratan de sobrevivir día a día mientras sus dirigentes se enzarzan en reyertas personales o en programas demagógicos que no llevan a ninguna parte distinta de su enajenado interés de poder.
Si la crisis ha procurado alguna enseñanza, entre las más importantes se encuentra el desenmascaramiento de los intermediarios nefastos, parasitarios e improductivos. La sociedad tiene necesidad de mediadores pero sólo de aquellos que multiplican su valor. Por el contrario, los intermediarios políticos que succionan réditos para sí mismos, al modo de los explotadores comerciales del campo o de las instituciones financieras tan tóxicas como delictivas, se revelan como una ominosa excrecencia del sistema.
La institución política en vigor expuesta como una estéril pugna entre el Gobierno y la oposición sólo vale como triste alimento de tertulianos y columnistas tan asendereados como mal pagados.
La sociedad real ha devorado de sobra a la fingida política teatral e incluso sus posibles migajas menudas y sanas. Un Gobierno honesto, inteligente, actualizado y eficaz parece ya imposible bajo las formas vigentes y la continuidad de su esperpento no hace sino contribuir a la delincuencia, la malversación y la desgracia.
Así, del mismo modo que los usuarios de la Red ha comprobado la posibilidad de intercambios (físicos y no físicos) sin intermediarios, y han llegado a pactos y negocios sin la sombra de parásitos políticos, pronto su sistema reordenado apropiadamente por la dialéctica de su función mejor llevará a revelar el insufrible anacronismo del sistema político actual, pensado para el siglo XIX y con los males económicos derivados de las inercias delegadas del siglo XVIII.
Pronto, la sociedad ganará a la política vetusta y sin violencia exterior alguna la clase política logrará su saludable autodestrucción. Porque al igual que sucede en el mundo de la biología serán las cancerosas células internas las que terminarán por estrangular al organismo y declarar su indefectible defunción.
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