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Columna
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Entre la oportunidad y más de lo mismo

Podemos instalarnos en la comodidad del lamento inútil acompañado de más o menos gesticulación, podemos quedarnos con cara de pasmo, podemos alentar una ola de moralismo hipócrita o aprovechar la crisis como una oportunidad para introducir cambios que mejoren nuestro sistema democrático. No se trata de apelar al voluntarismo bienintencionado, sino de tener una percepción ajustada de la gravedad del hartazgo ciudadano y de sus posibles consecuencias sobre el sistema de partidos y los liderazgos tradicionales.

Sorprende la perplejidad con la que algunos observadores y políticos han reaccionado a las detenciones de la operación pretoria y al escándalo del Palau. Parece que el crecimiento urbanístico descontrolado de los últimos años y la especulación bien visible en muchos de nuestros pueblos y ciudades no tuvieran beneficiarios hasta ahora y los pelotazos y el enriquecimiento fácil fuera lo más natural. Los catalanes nos vamos dando cuenta, con aparente disgusto, de que no somos un pueblo ungido y de que nuestros políticos son tan corruptos o tan virtuosos como los franceses, los italianos o los británicos. En definitiva, vemos cuánto se parecen los políticos a las sociedades que representan y cómo los nuestros se parecen a nosotros. Con nuestro extendido sector del pelotazo, los amiguetes y los pícaros que tanta literatura han proporcionado. Se parecen a una sociedad respecto a la que la organización de inspectores de Hacienda del Estado presentaba hace tan sólo unas semanas un plan de actuación que prevé recaudar en los próximos cuatro años 100.000 millones de euros hoy defraudados; una sociedad con una economía sumergida que se sitúa entre el 20% y el 25% del PIB, lo que significa que hablamos de unos 70.000 millones de euros.

Primarias, listas abiertas, rigor y transparencia en la financiación, menos gastos electorales y controles más eficaces

Nuestros partidos han pasado de taparse los ojos y extender la sospecha sobre los demás a hablar de regeneración democrática, pero con la boca pequeña. Y con el poco convencimiento del que hablan de acercar la política a los ciudadanos tras constatar los datos sobre la abstención tras cada elección en un debate cíclico y breve.

El problema es que para regenerar nuestra democracia, los partidos deberían tomar medidas que van contra su naturaleza actual, vertical, tendente a la homogeneidad y que premia la disciplina y la obediencia perjudicando el debate de ideas y la renovación.

No se trata de hacer una catarsis, no se trata de purgas, sino de que los políticos sean conscientes, en palabras de Stefan Zweig, de que "nunca el odio llega a ser tan fatal como el general desprecio". Los políticos son vistos cada día más como un problema por la opinión pública. Según la última encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) ninguno de los líderes de la primera línea llega al aprobado y el creciente descrédito de su actividad se traduce en que "la clase política y los partidos políticos" se convierten en la cuarta causa de preocupación para los españoles, superando el terrorismo. El 13,3% de los encuestados lo mencionan como motivo de inquietud, casi el doble que hace un año.

En el mismo sentido de creciente desapego ciudadano, las encuestas del pasado fin de semana en Cataluña muestran un aumento del voto en blanco. Los ciudadanos que confiesan espontáneamente que hoy votarían en blanco son ya el 6%, cuando en la pasada legislatura no superaban el 3%. El voto en blanco sería la cuarta opción en intención de voto tras CiU, PSC, ERC y por delante de ICV, el PP, Ciutadans y otras posibles opciones como Reagrupament.

No se trata de inventar la sopa de ajo de la política, pero sí de revisar lo que no funciona y el consenso mínimo es fácil cuando los líderes políticos hablan en privado. Se trata de circunscripciones electorales más pequeñas en las que el elector esté más cerca del cargo electo, de listas abiertas, de líderes elegidos en primarias, de transparencia y rigor en la financiación, de reducción de los gastos electorales, de eficiencia de los múltiples mecanismos de control ya existentes. También, de mejorar la calidad de nuestros políticos con la exigencia de competencia y experiencia profesional y ofreciendo buenos sueldos que no expulsen a los mejores.

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