La varita mágica del Guggenheim
En 12 años, el museo proyectado por Frank O. Gehry ha cambiado Bilbao. La casa madre neoyorquina celebra su 50º aniversario y el vástago vasco homenajea a Frank Lloyd Wright, arquitecto del museo en Manhattan
El Guggenheim mira estos días a la historia de su propio nombre. Las dos exposiciones temporales que coinciden en sus salas hablan de los rasgos que marcaron la personalidad Guggenheim a lo largo del siglo XX, mucho antes de que cuajara la idea de exportar la marca fuera de Estados Unidos: la arquitectura de Frank Lloyd Wright, el autor del edificio en espiral del Guggenheim de Nueva York, y las aportaciones de los coleccionistas privados que se sumaron a los fondos de arte contemporáneo que atesoraba Solomon R. Guggenheim. El cruce de las exposiciones, en plena conmemoración del 50º aniversario del Guggenheim de Nueva York, revela el origen de la casa madre, que hace 12 años heredó el museo de Bilbao e incorporó con éxito a otro edificio de formas impactantes, el diseñado por Frank O. Gehry con sus formas curvas y su cubierta de titanio.
Wright, el arquitecto que buscaba la armonía física y espiritual entre los edificios, los seres humanos que los utilizaban y el entorno, creó al final de una prolífica carrera de siete décadas de duración un museo radicalmente diferente. La obra que cerró su trayectoria surgió de un proceso que se prolongó 16 años. En ese tiempo cambiaron aspectos fundamentales del proyecto, construido con acero y hormigón, pero desde los primeros bocetos estaba presente la rampa en espiral que aumentaba de tamaño al irse elevando. La exposición que se muestra en el Guggenheim de Bilbao recorre toda su carrera, con dibujos, fotografías, maquetas y vídeos de animación de más de 60 proyectos, incluidos los que no llegaron a realizarse. Detrás del talento de Wright en el proyecto del Guggenheim estaba el dinero de Guggenheim y el estímulo de Hilla Rebay, artista y mano derecha del magnate. Rebay encaminó la pasión coleccionista de Guggenheim hacia el arte no objetivo, hacia las nuevas manifestaciones que emergían en el convulso mundo de la primera mitad del siglo XX. La exposición De lo privado a lo público: las colecciones Guggenheim pone el foco de atención en las compras de Rebay que acabaron engrosando la colección y las que con el paso de los años fueron aportando los galeristas Karl Nierendorf y Justin Tannhauser; la sobrina del fundador, Peggy Guggenheim, y la mecenas Catherine S. Dreier, la creadora del primer museo de arte moderno de Estados Unidos. Con sus colecciones llegaron al Guggenheim las obras que configuraron su personalidad.
El Guggenheim Bilbao echó a andar en 1997 con el gancho de su arquitectura garantizado por la obra de Frank O. Gehry. "La identidad del Guggenheim Bilbao no es definitiva. Es un museo que funciona en red con las instituciones de Nueva York y Venecia, una iniciativa heterodoxa que al principio fue criticada, pero que se ha convertido en una opción para mantener una presencia global", señala el director general del Guggenheim, Juan Ignacio Vidarte.
Una colección propia
Los fondos de la red Guggenheim nutren sus exposiciones, pero ya antes de que abriera sus puertas comenzó a gestarse su propia colección. En 2010, una exposición presentará una selección del centenar de obras adquiridas con los fondos que han ido aportando el Gobierno vasco y la Diputación de Vizcaya, que ya se acercan a los 100 millones de euros. Por vez primera se podrán ver conjuntamente piezas que el público ha contemplado de forma esporádica o como parte de otras presentaciones. El espacio disponible en el museo, 11.000 metros de salas de exposición, no es suficiente para mostrar la totalidad de la colección, centrada en los artistas de la segunda mitad del siglo XX y el siglo XXI.
El escultor Richard Serra y el pintor Cy Twombly han entrado en los fondos con obras singulares (la instalación de esculturas de acero La materia del Tiempo y la serie de lienzos Discurso de Cómodo, respectivamente). Anselm Kiefer y Eduardo Chillida están representados con conjuntos de obras más amplios, y en otros casos (Jenny Holzer, Daniel Buren) han realizado obras para espacios específicos. En la colección hay piezas de Rothko, de De Kooning y de artistas vascos de la última generación. En febrero del próximo año, la inauguración de la muestra coincidirá con la publicación de un libro que analizará el conjunto de la colección de Bilbao.
El Guggenheim se va haciendo mayor. En sus primeros años de vida se sumaban los éxitos. La arquitectura, la gestión, las exposiciones, la afluencia de visitantes, los índices de autofinanciación y el impacto en la actividad económica merecían el aplauso. Pero el efecto Guggenheim acabó ensombrecido por los problemas en la gestión económica, al descubrirse pérdidas de siete millones de euros en las operaciones de cambio de divisas para pagar los 20 millones de dólares (poco más de 13 millones de euros al cambio actual) que costaron las esculturas de Serra. La revisión de las cuentas para aclarar los perjuicios ocasionados por la compra de dólares descubrió otro escándalo: el ex director financiero, Roberto Cearsolo, confesó ser el autor de un desfalco de medio millón de euros a lo largo de 10 años. Cearsolo fue despedido y llevado ante los tribunales. El Parlamento vasco censuró con dureza la actuación de la dirección del museo en las operaciones con divisas, pero el Guggenheim ha seguido con Vidarte al frente en medio de la tormenta política.
En 12 años de vida, por las salas del Guggenheim han pasado exposiciones de arte contemporáneo, arqueología china y azteca, motocicletas, arte antiguo ruso, joyas de colecciones de pintura de las escuelas europeas, los diseños de Giorgio Armani, los artistas que destacan en los países africanos, las maquetas de los edificios de Gehry, los grandes nombres del pop americano (Andy Warhol, Robert Rauschenberg, James Rosenquist), la escultura de Eduardo Chillida, los mejores móviles de Alexander Calder y los dibujos surgidos de las explosiones de pólvora del chino Cai Guo-Quiang, entre otras.
El Guggenheim ha sido desde su inauguración destino de cerca de un millón de visitantes al año. Y escenario de otras historias. Allí se han grabado videoclips musicales de Simple Minds y Mariah Carey, películas de James Bond y Bollywood, han sonado en primicias las canciones del grupo Smashing Pumpkins, ha sido pasarela de la moda de Carolina Herrera y Paco Rabanne. La artista estadounidense Andrea Fraser sembró el desconcierto entre el público al aparecer en el atrio restregando su cuerpo por las paredes. Parecía el resultado de haber bebido alguna copa de más, pero resultó ser una acción convenientemente registrada en vídeo. Y ha habido anécdotas más chuscas. Un colectivo de artistas burló en 2003 la seguridad del museo al conseguir colgar un cuadro, Torbellino de amor se titulaba, en la sala más grande del Guggenheim. Fue tomado por una obra más de la colección por espacio de dos horas, hasta que se descubrió la farsa.
Nostalgia portuaria
El entorno del Guggenheim ha cambiado radicalmente desde 1997. Ya no queda rastro de los contenedores que en el solar contiguo hablaban del pasado portuario de la Ría de Bilbao, ni de las vías del tren que cortaban el acceso desde el centro de la ciudad, ni se adivina dónde quedaban las naves de los astilleros, activas hasta la reconversión naval de los años ochenta. Ahora los vecinos del Guggenheim son la biblioteca de la Universidad de Deusto, edificio de Rafael Moneo; un hotel de cinco estrellas obra de Ricardo Legorreta y un complejo de viviendas con la firma de Arata Isozaki. Avanza a buen ritmo la construcción de los 41 pisos destinados a oficinas que tendrá la torre Iberdrola, que ha diseñado César Pelli. En parte, la función del Guggenheim fue hacer de tractor de la regeneración urbanística de Bilbao, y ha cumplido la misión. Tanto se han transformado los alrededores del museo, con los nuevos edificios y un paseo en la ribera de la ría, que el arquitecto del Guggenheim, Frank O. Gehry, añora el aspecto que tenía la zona cuando se hizo cargo del proyecto. Ahora, dice, tanto jardín le resulta empalagoso.
Un 'chef' premiado
El Guggenheim buscó desde el principio que la oferta de los servicios complementarios para sus visitantes quedase plenamente integrada en el conjunto del museo. El restaurante sigue llamando la atención por las sillas de láminas de madera y las mesas curvilíneas diseñadas por Gehry. La cocina es el reino del chef Josean Martínez Arija, un treintañero formado a la sombra de Martín Berasategui que acaba de ser distinguido por la guía italiana de cocina de autor Identitá Golose como mejor chef extranjero. El jurado cree que cocina con la cabeza, utiliza los productos de temporada, no tiene miedo a la tecnología, conoce la tradición gastronómica de su tierra y mantiene abiertos los ojos al futuro. La carta del Guggenheim ofrece este otoño, por ejemplo, hebras de berenjena asada con makil goxo (regaliz de palo, en euskera) y yogur de aceite de olivos milenarios. Martínez Alija suele decir que no vende cocina, sino emociones.
Más información en la Guía del País Vasco
Arte y sabores
» MuseoGuggenheim de Bilbao (www.guggenheim-bilbao.es; 944 35 90 80). Avenida de Abandoibarra, 2. De martes a domingo, de 10.00 a 20.00; lunes, cerrado. Entrada, 11 euros (existen varios precios reducidos).
» Visitas guiadas gratuitas. Para el público general, mañanas, a las 11.00 y a las 12.30; tardes, a las 16.30 y a las 18.30. Para familias y niños, domingos, a las 12.00.
» Restaurante. (www.restauranteguggenheim.com; 944 23 93 33). Los diferentes espacios gastronómicos del museo, gestionados por el grupo Martín Berasategui, y con Josean Martínez Alija liderando la cocina, tienen accesos y horarios independientes al museo, aunque también cierran los lunes. Los precios oscilan desde los 18 euros del menú en el bistrot hasta los 70 que cuesta el menú degustación en el restaurante gastronómico.
» Exposiciones temporales. El museo ofrece conferencias, ciclos de cine y visitas con conservadores para conocer las exposiciones temporales, De lo privado a lo público y Frank Lloyd Wright en profundidad.
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