Karzai a mano alzada
La retirada electoral de Abdulá profundiza la crisis política en Afganistán
La proclamación de Ahmed Karzai como presidente de Afganistán por otros cinco años, tras la retirada de su rival Abdulá Abdulá, ha sido celebrada como un mal menor por las potencias occidentales y la ONU, que consideraban imposibles unas elecciones limpias en la segunda vuelta del día 7. Pero inexorablemente amplía el carácter de farsa de la política afgana y profundiza la crisis del país en guerra. La Comisión Electoral Independiente, que es cualquier cosa menos independiente, repleta como está de hombres del presidente, ha adoptado su decisión bajo presión internacional y sobre la base de una discutible interpretación de la porosa Constitución del país centroasiático.
Hasta el sábado por la noche parecía haber lugar para el compromiso entre Karzai y Abdulá, sobre la base de un Gobierno interino y un aplazamiento electoral que permitiera la instalación de un mecanismo solvente de control y verificación que evitase un nuevo fraude como el de agosto. La ruptura del diálogo y la retirada de Abdulá deja a Karzai lastrado irreversiblemente. A estas alturas, el presidente afgano es visto por Washington, que fue su mentor inicial y el que lo impuso, y por sus aliados occidentales como un jefe de Gobierno corrupto e incompetente. Irónicamente, para Barack Obama, que baraja agónicamente la posibilidad de enviar 40.000 nuevos soldados a Afganistán para no perder la guerra, nada es más importante que tener en Kabul a alguien con capacidad de liderazgo y credibilidad entre sus compatriotas.
Cinco años es un mundo en el Afganistán de hoy, confuso e incierto. Karzai depende de sus inmediatos actos de gobierno para ganar entre los suyos la legitimidad de la que ahora carece. Eso exige cambios drásticos de políticas y personas, liquidar la corrupción y mejorar la vida del conjunto de los afganos. Pero es dudoso que el presidente abrace ahora un reformismo no puesto en práctica durante siete años. Resulta evidente que tendrá que contar con el bando del tayiko Abdulá, reforzado tras su renuncia, en el nuevo Gobierno.
Para los talibanes y Al Qaeda, la proclamación de Karzai es una formidable arma propagandística. A los ojos de los fanáticos islamistas que van incrementando progresivamente su control sobre Afganistán, y de su numeroso público, significa simplemente que el proceso democrático contra el que combaten está herido de muerte en su país.
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