Estados Unidos respira
La principal economía del mundo parece asentar la salida de la recesión que durante cuatro trimestres consecutivos (a partir del tercer trimestre de 2008) ha conformado la más larga y profunda recesión desde la Gran Depresión. La tasa de crecimiento correspondiente al tercer trimestre, el 3,5% en términos interanuales, algo superior a la esperada, es buena prueba de ello. En ese crecimiento del PIB ha sido decisiva la recuperación del consumo privado, que creció en ese mismo tercer trimestre a un ritmo del 3,4%, frente al 0,9% de tres meses antes. La entrada en zona de crecimiento de la economía estadounidense no hubiera sido posible sin el estímulo del gasto público. En esa agresividad excepcional de la inversión pública, esta crisis también ha demostrado su singularidad. Sin las inhibiciones de otros países, la Administración estadounidense ha comprometido 800.000 millones de dólares de dinero de los contribuyentes con el fin de fortalecer carencias de capital y estimular la venta de automóviles. La principal finalidad que las autoridades americanas han perseguido es evitar que la tasa de paro supere el fatídico 10%. Es probable que esa frontera se rebase en octubre, con los correspondientes efectos negativos sobre la confianza de los consumidores.
Por eso, sería un error deducir de ese último registro del PIB que lo que le queda a la economía de EE UU es una expansión sostenida en los próximos trimestres, sin riesgos ni amenazas. Otros indicadores, como los muy sensibles relativos al mercado de la vivienda o los de confianza de los agentes económicos, siguen advirtiendo de la precariedad de esa recuperación y, en todo caso, del moderado ritmo de crecimiento. Aunque los bancos que naufragan ya no son del tamaño de los que quebraron el año pasado, los registros siguen dando cuenta de quiebras por decenas y el Gobierno sigue manteniendo importantes empresas financieras nacionalizadas. La actividad crediticia a las empresas y a las familias está lejos de ser normal. En todo caso, el efecto favorable de esos estímulos presupuestarios ha sido en ese tercer trimestre cuando se han manifestado.
Esa dificultad para concretar un horizonte claro de recuperación, junto a la ausencia de tensiones inflacionistas, es lo que avala la continuidad de la tónica relajadora de la política monetaria de la Reserva Federal. Sus responsables, a diferencia de los del BCE, han asumido y transmitido que no tienen prisa por endurecer las condiciones de financiación de las empresas y de las familias. Así lo demostrarán los próximos días 3 y 4 de noviembre cuando se reúna su órgano decisorio. Es lo correcto en las circunstancias actuales. Demasiadas pérdidas de bienestar han sido las originadas por errores de los bancos privados y por las actuaciones equivocadas de las autoridades monetarias como para no ser cuidadosos con el abandono de los estímulos a la recuperación. Recordemos que el BCE elevaba tipos de interés en plena crisis, el 9 de julio de 2008, creyendo que lo que se convertiría en la principal crisis mundial no iba con la eurozona. Retiradas prematuras de los estímulos monetarios, en un contexto de apreciación del tipo de cambio del euro, retrasarían la recuperación sobre la que ya está experimentando la economía americana.
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