Cartas desde El Cabanyal
Un aluvión de mensajes pide al Gobierno parar el plan
El despacho de la ministra de Cultura, Ángeles Gonzáles-Sinde, se ha llenado de historias de El Cabanyal. Le han llegado a través de más de un millar de cartas que piden que detenga el plan del PP de prolongar la avenida de Blasco Ibáñez de Valencia a través del barrio y declare que la destrucción de su singular trama urbanística y de 450 edificios supone un expolio del patrimonio histórico. El Tribunal Supremo reabrió el caso de El Cabanyal el pasado julio al ordenar al ministerio que argumente si el plan supone o no un expolio.
Muchas de las cartas reproducen el modelo de petición a la ministra lanzado por Salvem El Cabanyal con la campaña Soroll amb cultura, pero otras contienen reflexiones personales. Como la de Quini, cantante de Benito Kamelas, que organizó un concierto de apoyo a los vecinos, y que escribe: "El Cabanyal es arte en vivo, su arquitectura es única, sus gentes no entienden que algo tan bonito lo estén convirtiendo en un barrio marginal". El escritor Alfons Cervera habla de que El Cabanyal es uno "de esos sitios magníficos, habitados por lo humano, por la memoria, por las huellas que se han ido quedando por sus calles de sus antepasados". Belén Gopegui, también escritora, alaba que "los habitantes de El Cabanyal han sabido unir el arte, la resistencia y la participación ciudadana".
Una vecina pidió apoyo a Grisolía, pero el CVC no hizo dictamen del plan
Uno de esos habitantes era Dolores Martí, fallecida recientemente a los 89 años. Murió "con la pena de no ver su casa y su barrio libres de la amenaza". Así lo cuentan en su carta a la ministra sus hijos, que dan testimonio de la constancia de su madre en la lucha por preservar el barrio del plan. Esa tenacidad quedó recogida en la correspondencia de Dolores con el presidente del Consell Valencià de Cultura (CVC), Santiago Grisolía, que se paseó con miembros del organismo por El Cabanyal a petición de los vecinos. El organismo, institución consultiva y asesora de la Generalitat en las materias específicas referentes a la cultura valenciana, no ha emitido nunca un dictamen sobre un plan que prevé arrasar parte de una zona declarada Bien de Interés Cultural. El CVC se ha limitado a pedir en un informe la protección de las torres miramar. Aunque llegó a manejar un borrador en 1999, en plena polémica por la inminente aprobación del plan, aplazó el dictamen a la espera de más información. Algún consejero insinuó que se estaba evitando un problema con el Ayuntamiento del PP, lo que Grisolía negó. El dictamen nunca vio la luz.
Pero Dolores Martí no cejó en su empeño de buscar el apoyo de Grisolía, aquel "hombre sabio" que se emocionó "en la escuela de su infancia" al visitar el barrio, como le recordó en una carta el 8 de febrero de 1999.
La respuesta de Grisolía a esa carta revela el sentir del científico. Grisolía transmite su "solidaridad" y promete hacer lo posible para que las razones de los vecinos "sean al menos escuchadas", aunque teme que la marcha del asunto sea "más poderosa" que el "lúcido civismo" de Dolores y la sensibilidad que él comparte. Grisolía recuerda que la misión del CVC es "llamar la atención sobre la necesidad de promover los valores culturales propios", y añade: "Lamentablemente, el respeto por nuestra historia y nuestras formas culturales como una forma de fe en nosotros mismos no abunda entre los valencianos, y el resultado, si no estamos atentos, puede ser un mundo en el que no tendremos cabida". Finalmente, promete de nuevo hacer lo posible para que el plan de El Cabanyal "se examine desde el respeto a sus valores culturales e históricos", aunque el CVC no tenga poderes ejecutivos y deba buscar también el consenso en su seno.
Aquella carta causó "honda impresión" en Dolores, explican ahora sus hijos a la ministra. "Tanta que le pidió a Grisolía permiso para publicarla y mostrar así que no eran unos pocos locos los que se oponían al plan de la alcaldesa". La respuesta fue un jarro de agua fría: Grisolía no autorizó la divulgación de sus reflexiones "personales", porque los miembros del CVC podían sentirse "coaccionados".
Dolores, destacan sus hijos, respetó la petición de Grisolía, al que se dirigió una vez más en junio de 2000. Le decía que estaba "asustada" y preguntaba si había pasado informe a la Consejería de Cultura. "Me causa vergüenza pensar que no le hayan pedido su parecer", añadía. Esta vez la respuesta de Grisolía fue escueta. Reiteró su comprensión y afecto, y manifestó "que la institución hará públicos sus criterios cuando sea consultado". No ha llegado a hacerlo.
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