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El recurrente 'enemigo' catalán

Miquel Alberola

El Consell remitió ayer un requerimiento a Acció Cultural del País Valencià instando a la entidad a cesar en el plazo de diez días hábiles las "emisiones ilegales" de TV-3 en el área metropolitana de Valencia. El argumento del Gobierno valenciano, ahora en la expresión tierna de la portavoz Paula Sánchez de León, es "la defensa de la legalidad", ya que la organización propietaria de los repetidores "no cuenta con la oportuna concesión administrativa".

El episodio no es nuevo, como tampoco lo es su uso en momentos de oportunidad política o electoral para el partido que sustenta el Consell. Se trata de un reestreno. El objetivo, más allá de la consecución de otro multiplex o la manoseada reciprocidad de TV-3 y Canal 9, tensar el cable para que el principal partido de la oposición acabe defendiendo una "ilegalidad" y se alinee tras la pancarta y las banderas de los más fervientes defensores de las emisiones.

El fantasma catalán ha resultado tan rentable a la derecha valenciana que incluso el consejero de Inmigración, Rafael Blasco, le puso el eco al cierre del repetidor de TV-3 con que "la Ley de Extranjería esconde traslados de inmigrantes de Cataluña". Y sin duda habrá más en ese tono, dada la necesidad del Consell de retomar la iniciativa y disimular la deriva que le imprime la crisis en la que está instalado desde el estallido del caso Gürtel, con el consiguiente agrietamiento orgánico.

Porque los masajes al odio a lo catalán no sólo se han demostrado como un eficiente instrumento de demolición electoral del adversario (como ocurrió en la transición), sino también como un eficaz mecanismo de cohesión y agitación de la derecha valenciana contemporánea. Su disgregación durante la preautonomía sólo fue superada cuando el voto se agrupó, tras haber calentado la amenaza, bajo la llamada del anticatalanismo. Ahí alcanzó su máxima expresión el PP y ahogó a Unión Valenciana. El anticatalanismo es a la vez la sirena de alarma y la cortina de humo para camuflar psicodramas. Pero sobre todo, un aglutinante. Por eso pervive en el botiquín de emergencias del PP.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.
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