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Reportaje:Crisis en el Madrid

"¡Quiricocho!"

El conjuro del ayudante de Pellegrini pierde su efecto mágico

Diego Torres

Desde los matemáticos babilonios, la ciencia tuvo un anverso mágico. La contraparte del pensamiento técnico del ingeniero Manuel Pellegrini está presente en el banquillo del Madrid en la figura de su inseparable ayudante, el enigmático Rubén Osvaldo Cousillas.

Hace dos semanas, Cousillas asistió al Alcorcón-Atlético B en el estadio de Santo Domingo. Iba en calidad de espía, para estudiar al rival que enfrentaría en la Copa. Lo que vio fue un anticipo. Un Alcorcón dinámico y preciso que pasó por encima de su adversario hasta el descanso. El Atlético B alcanzó el intermedio como un náufrago que atrapa un madero. El partido iba 0-0 cuando los equipos volvieron al campo. Entonces entró en el partido Ibrahima Balde, un corpulento delantero senegalés de 19 años que atravesaba una época complicada. Balde había recurrido al tratamiento de un brujo en África para recuperar el toque y afinar el instinto definidor. En el Atlético B era suplente. Llevaba nueve meses sin cobrar. Cuando saltó contra el Alcorcón estaba desesperado. Pero a los cuatro minutos, marcó un gol y el Alcorcón no pudo recuperarse del embate de este chico arrebatador. El Atlético ganó 1-2.

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Cousillas asistió al espectáculo ignorante de las circunstancias sobrenaturales que envolvieron la actuación de Balde. De todas maneras, hay cosas que son imposibles de transmitir. Balde enfrentó al Alcorcón armado de la bendición del brujo y de la ambición que da el hambre. Dos semanas después, los jugadores del Madrid llegaron a Santo Domingo molestos después de pasar una noche concentrados en un hotel de cinco estrellas.

Cousillas, ex portero de River y San Lorenzo, es de pocas palabras. Pocos saben que supo hacerle unas cuantas paradas a Maradona, cuando el Pelusa se enfundaba la camiseta de Boca. En el vestuario, es menos conocido por su pasado glorioso en el campeonato argentino que por los extraños sonidos que emite durante los partidos. Normalmente, lo hace cuando el equipo contrario ataca. Entonces formula el conjuro defensivo. La palabra mágica resuena en todo el campo: "¡Quiricocho!". Los jugadores de ambos equipos se miran incrédulos. "¿Qué fue eso?".

El martes, el quiricocho pudo menos que otros factores. Pudo menos que el hambre.

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Sobre la firma

Diego Torres
Es licenciado en Derecho, máster en Periodismo por la UAM, especializado en información de Deportes desde que comenzó a trabajar para El País en el verano de 1997. Ha cubierto cinco Juegos Olímpicos, cinco Mundiales de Fútbol y seis Eurocopas.

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