Un olvido imperdonable
El recién inaugurado Centro Danza Canal no tiene las barras ancladas en los muros que utilizan los bailarines
La parte que menos se ve del geometrista conjunto de los Teatros del Canal, proyectado por Juan Navarro Baldeweg, es el tercer bloque. Aunque su rodaje empezó hace meses, el edificio se inauguró ayer oficialmente como el Centro Danza Canal (CDC), con toda probabilidad el más completo y amplio de cuantos existen hoy en España.
Suelos adecuados, pianos de cola, equipos de audio y vídeo, ventanales y altos puntales los convierten en casi perfectos, aunque alguien ha colocado barras de ballet portátiles, en lugar de las reglamentarias, que se anclan en los muros.
La presidenta regional, Esperanza Aguirre, se paseó con celeridad por cada una de las aulas en sentido inverso, de arriba hacia abajo, y terminó en la número 1, donde ya habían instalado podio y micrófonos. Detrás, a trote ligero, la seguía una corte de funcionarios con y sin corbata, edecanes, secretarios, gacetilleros, cámaras y Albert Boadella, director artístico del teatro. La procesión se detenía, como vía crucis laico, cada vez que la presidenta lo hacía ante esforzados bailarines que representaban un pedacito del montaje en proceso. Así se vieron rachas de conceptualismo, minimalismo, flamenco estilizado, escuela bolera y ballet moderno. De todo, como en botica bien surtida. En la última estación le regalaron unas zapatillas de puntas (nuevas) que Ullate firmó. Esperanza dijo: "Hace 50 años que no me las pongo". Con lo que hay que agregar a su amplio currículo que estudió ballet, aspecto poco o nunca citado por sus hagiógrafos.
El espacio es el más completo y amplio de cuantos existen hoy en España
Y aquí entra una vez más el no tan maltraído paralelismo con Catalina de Médicis, que también estudió ballet y se paseaba (con su apretada corte de negro riguroso) por los salones del Louvre a ver qué estaban haciendo sus artistas (de vez en cuando consultaba los argumentos de las danzas con Nostradamus, al que mantenía como becario en un sótano). Uno de aquellos coreógrafos del Ballet de Corte de la Reina le consagró una pieza que preconizó (o avisó, dicen otros) la Noche de san Bartolomé, donde no quedó protestante con cabeza. Eran otros tiempos.
De alguna manera sutil se ha evitado llamar al CDC "centro coreográfico", que era su destino inicial y al que su uso actual responde sólo parcialmente, sobre todo si partimos de los modelos foráneos precedentes en el entorno europeo. El CDC es un contenedor que ofrece nueve espaciosas salas a los coreógrafos y sus compañías y a la vez es sede oficial del Ballet de la Comunidad que dirige Víctor Ullate.
Prosopopeya aparte, carece de una dirección artística real, específica y propia de la especialidad. Se tutela desde la consejería regional y no genera proyectos propios, pues el llamado Programa de residencias temporales resulta el eje de sus contenidos, lo que sí llena una faltante lógica en el panorama de la danza y el ballet locales, pero no articula una coherente función perspectiva. No se ha olvidado la polémica desatada cuando se habló de alquilar las salas "a precio de mercado". Entonces, alguien con inteligencia medicea recogió velas. De dinero ayer no se habló y Esperanza cerró su discurso hablando del tema del día: Rodrigo Rato.
Esta vez, una treintena de compañías se presentó a optar por el usufructo de los espacios por un espacio de 90 días. Poco tiempo. Pujaban madrileños, catalanes y hasta una compañía milanesa. Diez fueron seleccionados, entre ellos Dani Panullo, José Porcel, Aída Gómez, Antonio Ruz, Aracaladanza y el Human Dance Project que lidera Jesús Pastor, todos de reconocida trayectoria.
Pero la más alentadora noticia estrictamente de ballet del día no se dio en voz alta. No hubo manera. No hubo turno de preguntas ni ronda de parabienes. Visto y no visto. "Queda inaugurado este centro..." y allá que me voy en busca de otros focos. Víctor Ullate, en la sala 1, estaba de muy buen humor remontando Jaleos, su mejor ballet en una línea que por desgracia aparcó en busca de otros horizontes estéticos. Ensayaban 16 bailarines muy jóvenes, pero hechos a la exigencia, y allí se supo por fin que los primeros bailarines cubanos Yolanda Correa y Joel Carreño se integrarán próximamente en la compañía madrileña. La estelar pareja cubana no se irá al Ballet de la Ópera de Budapest, donde un drástico recorte de presupuesto ha dejado al conjunto mayar en paños menores, y han aprovechado el permiso de Alicia Alonso, directora del Ballet Nacional de Cuba, para radicarse en Madrid.
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