Sol
Nick Griffin, máximo dirigente del Partido Nacional Británico, participó la semana pasada en Question Time, un programa de debate de la BBC. Griffin es ultraderechista y nazi, o filonazi, y su presencia en la televisión pública suscitó una intensa polémica en la prensa y varias protestas callejeras. El programa perdió su tono habitual y se convirtió en un tenso monográfico sobre las opiniones, pasadas y presentes, del político de ultraderecha.
Finalmente, el Question Time resultó interesante. No por lo que dijo Nick Griffin, sino por otras cosas. El periodista Max Hastings, que fue un gran corresponsal de guerra y dirigió los diarios conservadores The Daily Telegraph y Evening Standard, comentó al día siguiente en una de sus columnas que Griffin demostró ser todo lo "viscoso y repugnante" que cabía esperar, pero había permitido al público confrontar su demagogia racista y xenófoba con la posición oficial del ministro de Justicia, Jack Straw, en un tema tan sensible como la inmigración.
Al ministro le preguntaron si los recientes éxitos políticos del Partido Nacional (dos eurodiputados) tenían algo que ver con la política inmigratoria del Gobierno. El ministro afirmó que no, pese a que la ultraderecha crece especialmente en las zonas donde más crece la población musulmana. Y luego exhaló la conocida retahíla de vaguedades: no es posible cerrar las fronteras, no es posible saber el número exacto de clandestinos, etcétera. El ministro de Justicia fue, sin embargo, incapaz de decir si era partidario o no de que siguieran llegando inmigrantes.
Hablar de inmigración no es sencillo, porque no basta con poner por delante los grandes principios y las generalizaciones bienintencionadas no resuelven nada. En Europa brota de nuevo la xenofobia y resulta peligroso ignorarla. Aún más peligroso resulta conceder a la ultraderecha la exclusiva de las posiciones claras y comprensibles, por mal que huelan.
Fue bueno que la BBC invitara a Griffin, y fue bueno comprobar que Straw sólo podía hacerle frente irguiendo su superior estatura moral. Conviene recordar con frecuencia el viejo adagio sobre las bondades de la transparencia y la claridad: la luz del sol es el mejor desinfectante.
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