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DON DE GENTES | OPINIÓN
Columna
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El Planeta y su fauna

Nosotros, en casa, le tenemos ley a santa Teresa, porque hace 18 años, Teresa, la santa esposa del viejo Lara, puso en manos de mi novio un premio, el Planeta, que nos permitió comenzar una vida que se nos presentaba económicamente imposible. Fue un 15 de octubre, día de santa Teresa de 1991, en un comedor abarrotado de gente que parecía haber compartido tantas cenas gratis como chismes literarios. Cuando sonó el nombre del ganador se me lo llevaron medio en volandas y lo colocaron en un estrado, junto a un Pujol, un Lara y un Néstor Luján. Todos ellos con más mundo y una sonrisa más encajada. La sonrisa de un ganador del Planeta (a no ser que sea un vicioso de la celebridad) suele ser de susto. Susto por lo que se le viene encima y por el público asistente, que chismorrea de tal manera ante el ganador que se puede distinguir la nube de sarcasmo que flota por encima de las cabezas. Yo, desde mi rincón, recuerdo haber sentido aquella noche un pánico escénico delegado. Pero dejando a un lado el miedo a una exposición tan despiadada, el premio cumplió su función: más lectores y más tranquilidad económica, que en ciertos momentos es un sentimiento que se parece mucho a la felicidad. Bien, la vida siguió, el trofeo fue a parar a la estantería de una madre, el dinero nos lo comimos y los libros siguieron escribiéndose a pesar de la pereza. Aquel recuerdo planetario parecía encapsulado en el tiempo, hasta que hace unos seis años me entero por la radio, de boca de un cronista cultural tremendamente informado, que el Planeta, ese año me toca a mí y seguidamente añade que la dotación del premio ha aumentado un 40% y que la ganadora, yo, se va a embolsar una suma astronómica. Durante unos segundos fugaces sentí una alegría infantil, lo juro, porque eso de "tocar" me sonaba como a la lotería y en mi familia siempre hemos tenido gran suerte en los juegos de azar. Aquella misma tarde me empezaron a llamar mis hermanos: para felicitarme por anticipado y para contarme sus muchos problemas económicos. Les decepcioné una vez más: no podía ganar un premio al cual no me había presentado. El caso es que aquel rumorcillo se ha mantenido latente y, cada octubre, los echadores de cartas culturales vislumbran mi nombre entre los de los posibles ganadores. Este año uno de esos aramis fuster del periodismo cultural lo vio, no claro, lo siguiente; con tanta seguridad extendió el rumor que de rumor pasó a ser hecho consumado, de tal forma que en prensa, radio y televisión se hablaba de mí como candidata favorita, dando a entender al lector o al espectador que un candidato al Planeta es aquel que se ha presentado. ¿Qué hacía yo en esos días previos? Estaba fuera de juego, o sea, fuera de España. Sólo el mismo día de santa Teresa, que Dios la tenga en su gloria, al levantarme y conectar el ordenador para enfrentarme con la novela que estoy escribiendo empecé a leer mensajes de lectores aquí o allá deseándome toda la suerte del mundo en una competición que habían vendido como "reñida". El perfil de la mayoría de los que me escribieron era el de personas ajenas al meollo del cogollo cultural. Unos me hacían en Barcelona ya, había otros que, atribuyéndome un poco de extravagancia, pensaban que recibiría el premio por videoconferencia. Lo espeluznante es que a ninguno de esos periodistas que con tanto aplomo daban mi nombre se les ocurriera llamar a este teléfono para comprobar que la favorita estaba medio griposa, a seis mil kilómetros de distancia y aturdida por esta gran majadería. El señor Lara, no sé si por darle más vidilla a su célebre concurso, contribuyó poderosamente a fortalecer el rumor: "Cuando el río suena...", vino a decir. Llegó la noche y santa Teresa, ahora desde el cielo, nombró a la ganadora, Ángeles Caso. Entonces comenzaron a llegarme por una vía u otra mensajes de pésame: "No te desanimes, ¡otra vez será!". Al día siguiente les preguntaba a algunos amigos del entorno editorial, "¿es lógico que tu nombre se vea manoseado en relación con un concurso al cual no te has presentado?". Querían tranquilizarme, "todo el mundo sabe, me decían, que si no resultas ganadora es porque no te has presentado". Todo el mundo. ¡Ja! Discrepo. Ese "todo el mundo" no va más allá del mínimo entorno chismoso en el que se cuece la cultura, pero hay otro mundo, otro mundo en el que muchos de sus habitantes mantienen una cierta inocencia con respecto a la vida cultural, hasta piensan que las noticias de un telediario no son el sitio adecuado para difundir rumores. En ese otro mundo viven la mayoría de nuestros lectores, médicos, maestras, profesores de universidad, barrenderos o dentistas, qué sé yo, a los que nuestros sobrentendidos les importan, por fortuna, una mierda.

La sonrisa de un ganador del Planeta (a no ser que sea un vicioso de la celebridad) suele ser de susto
"¿Es lógico que tu nombre se vea manoseado en relación a un concurso al cual no te has presentado?"

La noche del 15 de octubre, incapaz de escribir ya por la fiebre, puse la tele. Siendo justos, tengo algo nuevo que agradecerle a la inefable santa Teresa, el regalo de una felicidad inesperada: la de no estar allí. Vi una película de mi infancia, Mujercitas. Arropada con mi manta, bebiendo un colacao, disfruté de esa cursilería que emanan sus personajes, llenos de grandes y juveniles propósitos: las ilusiones de Jo March, la joven que soñaba con ser escritora. Se me contagió su entusiasmo, como cuando tenía nueve años.

La escritora Ángeles Caso, último premio Planeta.
La escritora Ángeles Caso, último premio Planeta.Edu Bayer

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