El leopardo se toma la revancha
El estampado felino más denostado vuelve - Cinco claves para usarlo y demostrar que no es hortera
El leopardo, siempre a caballo entre lo zafio y lo elegante, se sube una vez más a las pasarelas en busca de credibilidad.
- Qué. Estampado felino que este invierno amenaza con convertirse en "el nuevo negro". Un planteamiento que no por manido (lo es y mucho) está trasnochado. "Es tan versátil que nunca pasará de moda" cuenta Carol Gerland, codirectora creativa de la marca francesa Zadig & Voltaire. Su uso comedido nos puede acercar al estilo de Jackie Kennedy o al de Ava Gardner. Su abuso, al de Cindy Lauper o al de Paris Hilton. La cantante Alaska y su marido Mario Vaquerizo, confesos devotos del mismo, explican así esta ambivalencia: "El leopardo es el peor gusto convertido en el gusto más exquisito".
- Dónde. Este motivo es un préstamo que le hizo el reino animal a la moda en el año 1947, cuando la casa de sedas Bianchini Férier le ofreció a Christian Dior la posibilidad de usarlo en exclusiva. A partir de entonces -y en honor a su amiga Mitza Bricard, ociosa socialitie de la época que siempre llevaba anudado al cuello un pañuelo de muselina con este estampado- el modista lo convirtió en un fetiche que ninguno de sus sucesores ha eludido. "Dior y el leopardo son uno", explica Gaelle Collet, relaciones públicas de la firma en España. Superado el monopolio de la casa francesa, la tradición continuó en manos de otros, como Dolce & Gabbana, Versace, Cavalli y Dsquared2, que lo convirtieron en símbolo de la estética italiana más excesiva y decadente. Hoy, son estas mismas marcas, junto a otras como Isabel Marant, Diane Von Furstenberg o Betsey Joh, las encargadas de perpetuarlo.
- Por qué. Resulta curioso que el ser humano se ponga sobre su piel la de un leopardo (sintética se entiende) para significarse, no para camuflarse. En la naturaleza, origen de tantos y tantos juegos de apariencias que tan bien se han sabido usar en cuestiones de estrategia militar, las manchas sirven para alcanzar la invisibilidad a plena vista. Entonces... ¿por qué las tomamos prestadas nosotros? ¿Acaso lo que estamos buscando es el llamado efecto Zelig? En la película homónima, su camaleónico protagonista (interpretado por Woody Allen) es capaz, en un caso extremo de inseguridad, de adoptar la apariencia de quien le rodea con el fin de ser aceptado. Así, cuando se mezcla con personas judías le crecen barbas o cuando lo hace con negros, su piel y hasta su tono de voz cambian. En nuestro caso, la razón no puede ser otra que la de desear que se nos pegue algo de esa elegancia propia de estos depredadores de movimientos elásticos. Demostrar que tenemos un lado salvaje. Que somos sexys.
- Cómo. Tras varias temporadas mostrando su lado más lúdico; en la pasada se llevó en color fucsia, en ésta, todo lo que ha perdido de caricaturesco lo ha ganado de literal. Se lleva en su tonalidad original: el marrón. Entre las prendas susceptibles de asumirlo se encuentran todas. Hasta el punto de que se termina antes enumerando las que no lo han adoptado que las que sí lo han hecho. La estilista Beatriz Moreno de la Cova apunta: "Lo mejor para no dar patinazos estéticos es limitarse a llevarlo en un complemento o una sola pieza. Vestirlo de la cabeza a los pies no es una opción".
- ¿Merece la pena? La conveniencia de sumarse a esta tendencia se encuentra en función de una sola palabra: "depende". No es lo mismo llevarlo en forma de bufanda o bolso que hacerlo en forma de tanga o mini vestido de lycra. En cualquier caso, independientemente de su capacidad para resultar un estampado prostibulario, el leopardo entraña un evidente peligro: puede eclipsar a su portador con facilidad, de modo que no sea éste quien lleva la prenda, sino ésta la que lo lleve a él. Y nadie quiere que su ropa tenga más carisma que su persona.
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