Un universo llamado Arnold
Conocidos actores y bailarines han crecido con un peculiar maestro de maestros
Hay una pregunta que corre entre los corrillos de actores y bailarines de Madrid. ¿Tú has ido/vas a Arnold? Responder afirmativamente a esa cuestión supone pertenecer a otro universo, ser miembro de un clan, al que ya pertenecen, por ejemplo, Carmen Maura, Ana Belén y su hija Marina, Miguel Ríos, Nacho Duato, Miguel Bosé, Luz Casal, el actor y director teatral Pepe Maya y su hijo José, los actores José Pedro Carrión y Elio Pedregal, Carmen Machi, y más recientemente, Eloy Azorín, Alberto Amarillo o María Pastor, que es alumna de tercera generación, después de su abuela y su madre.
La lista es infinita, son ya miles los artistas que han pasado y siguen asistiendo a las clases de Arnold Taraborreli (Filadelfia, 1931) desde que llegó a Madrid en los años sesenta deslumbrado por Lola Flores y por Mercedes y Albano, a quienes había conocido trabajando en la televisión en Puerto Rico. Primero en el estudio de Karen Taft en la calle de la Libertad y ahora, a los casi 80 años, en el número 9 de General Oraá, en el mismo edificio que habitaron el Marqués de Lozoya, Valle Inclán o la mismísima esposa de Franco, Carmen Polo. Allí, los lunes y los miércoles por la mañana y los martes y jueves por la tarde (todo el tiempo que le dejan libre las 17 horas de diálisis a las que tiene que someterse cada semana), se escuchan sus golpes de pandereta, y sus números que marcan el ritmo de los pasos y movimientos en inglés: "One, two, three, four, ¡ya!...".
En realidad, el estudio de Arnold -donde él mismo limpia, recoge y atiende las llamadas- es un punto de encuentro en el que nunca se sabe a quién se va a encontrar, ni qué va a pasar.
Desde allí se puede viajar, en cuestión de una hora y media, al cruce de la Quinta Avenida con la 56, a un campo húmedo y frondoso lleno de musgo, de lobos y búhos, se puede uno convertir en un lanzador de onda romano y luego subirse, por qué no, al ascensor más lujoso del mundo. O quizá se puede acabar en la calle contemplando un muro plagado de carteles o en el Museo del Prado. Las clases de Arnold están llenas de imágenes y de metáforas. Como los corchos de las paredes de su pequeña oficina, donde hay clavadas innumerables fotos de futbolistas: "Aquí Hamlet y Horacio", dice señalando una foto de David Beckham, "besándole la cabeza a otro jugador". "Un actor es la pantalla de la vida, tiene que saber mirarla para poder conseguir esa catarsis que el público espera", dice con acento inglés este caballero que estudió Bellas Artes (Fine Arts) en Nueva York y que muchos años después (1995), habiendo conocido la España franquista ("la del sereno, los trajes verde oliva de los hombres y las mujeres sin pantalones") y la democrática ("la de la libertad y la liberación sexual"), recibió la medalla (de plata) de las Bellas Artes de la Comunidad de Madrid.
¡Cla, cla!, marca con dos palmadas un movimiento, ¡cla, cla!, "¡luz!, ¡luz!", se golpea el pecho con fuerza suficiente para que suene. "Eso me lo enseñó Lola [Flores] una vez que discutía con una mujer en una corrala y, mirando desde el patio hacia su balcón, le gritaba golpeándose el pecho: '¿Usted sabe quién soy yo?', me impresionó muchísimo".
Eran los tiempos en los que Arnold rodaba Una señora estupenda, con Lola Flores de protagonista, pero también con Gracita Morales y José Luis López Vázquez. Eran los tiempos en los que Arnold era responsable de "ambientación", y se encargaba de comprarle las batas o los pendientes a La Faraona o de cuidar a sus hijos. Antes ya había trabajado mucho (de coreógrafo, escenógrafo, cartelista, preparando a actores ...) con los directores teatrales Miguel Narros y José Carlos Plaza. De este último luego se distanció y se quedó con sus clases: "Me dan la vida".
Hoy, sin que su sobrino Jay Randy Taraborrelli (biógrafo de Marilyn Monroe, Sinatra, Michael Jackson o Madonna) haya escrito sus memorias, es uno de los dos únicos inquilinos de un edificio de la calle de Prim del que le quieren echar. Vive en un apartamento de 30 metros ("el mismo desde 1963"), sin ascensor, ni televisión, ni lavadora, y hasta hace pocos años, hasta sin agua caliente. "Me siento rico, aunque no sea en dinero. Hago lo que quiero y moriré con las botas puestas: "¡Clá, clá!, ya".
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