Despido
Los tres oficios de la "p" (putas, policías y periodistas) nunca han tenido muy buena fama. Los políticos tampoco gozan de gran cartel: cuando se quiere elogiar a uno de ellos se le llama "estadista", como sugiriendo que ya no piensa en el poder sino en la paz mundial. Y, ahora mismo, dudo que se escuchen aplausos al sonar la palabra "empresario". Como en todas las ocupaciones anteriormente mencionadas, habría que matizar, y mucho. En realidad, el empresario suele estar bien visto. Quien crea un negocio, pequeño o grande, y lo hace prosperar honradamente, posee un valor indiscutible y en general indiscutido. Ocurre que la lengua castellana no se siente demasiado cómoda ante las cuestiones mercantiles, y acaba generalizando.
El empresario impopular no suele ser empresario. Se le puede llamar ejecutivo, gestor, administrador o cualquier otra cosa. En un sentido estricto, su función viene a ser la de un capataz de capataces: cobra, a veces cantidades desmesuradas, por defender los intereses de otros. Cuando la empresa es muy grande y los accionistas son muchos, acaba sintiéndose dueño. Sigue siendo, sin embargo, un capataz.
Hay algo obsceno en cualquier despido. Más cuando el despedido no tiene otra culpa que la de verse considerado como un lastre. Más cuando quien despide tiene la vida asegurada (cuando el gran capataz es el lastre, goza de un retiro dorado) y el despedido tiene el desastre asegurado. Es decir, más durante una crisis tan grave como la actual.
La versión original de El aprendiz (The apprentice), debutó en la NBC estadounidense hace cinco años. La versión británica arrancó poco después. La economía marchaba y se había establecido la presunción de que marcharía siempre. Recuerden, los políticos prometían el pleno empleo. En ese contexto, el despido de concursantes no evocaba tragedias. Ahora, sí.
El aprendiz (La Sexta) no funciona ni a tiros. Su traslado al domingo ha conseguido reducir una audiencia que ya era insuficiente los lunes. Me parece probable que una de las razones del fracaso sea la desgraciada coyuntura socioeconómica. Otra razón posible radica en la misma mecánica del juego. A los concursantes se les exige aplicación en los juegos de poder y se premia al tirano más competente. El propio Bassat, un gran publicista, adopta el perfil de tirano cum laude, de mercader de vidas: en la empresa de El aprendiz no se produce nada, sólo se manda o se obedece, se despide o se es despedido. Es un programa que infunde tristeza.
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