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Columna
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Pura estadística

Durante el último fin de semana se produjo una manifestación contra el aborto, en realidad varias, porque algunos preferían jugar en casa sin desplazarse a Madrid. También hubo otra contra la reforma de la Ley de Extranjería y, en León, 250 mujeres se manifestaron para darse a conocer como supervivientes del cáncer de mama. En la comarca del Campo de Muñó, para exigir un enganche a la red de aguas de Burgos; y en San Sebastián, contra las detenciones de dirigentes de la llamada izquierda abertzale. Además, hubo manifestaciones contra la pobreza, un término ideológicamente peliagudo, sin duda, porque no fue contra la desigualdad, la marginación, la exclusión o más llanamente la explotación, no señor. Nuestras abuelas tenían tres o cuatro pobres fijos de fin de semana y ahora sus nietos se manifiestan por la multiplicación de los panes y los pobres, más como una virtud necesaria que como una crítica social. Hasta Fraga se manifiesta y nos dice quién de su entorno es más o menos honrado y honesto; ni en sueños hubiéramos imaginado que Fraga se convertiría en un referente de la moralidad pública de este país. Es lo bueno de las manifestaciones, que soñamos despiertos.

Podría seguir con la lista de manifestaciones de estos últimos días, pero es tan larga que excede con mucho el espacio que tengo asignado. Es más, propongo que la prensa sustituya la cartelera de espectáculos, en franca decadencia, por otra más pujante de manifestaciones propuestas, argumento incluido, para evitar así confusiones sobre dónde estamos y qué estamos defendiendo en realidad. Puede que no sean muchas sino una sola, España entera se manifiesta para demostrar que estamos ahí, que existimos y que estamos dispuestos a moderar los excesos de nuestros dirigentes, ya sean del gobierno o de la oposición, haciendo lo que no deben y en deuda por lo que no hacen. Es un toque de atención, simplemente, porque nadie espera tener éxito en sus demandas, nadie se cree que pueda desaparecer el aborto, ni resolver los problemas de la inmigración, como tampoco eliminar el cáncer o engancharse todos a la red de aguas de Burgos, impedir las detenciones, convertir la pobreza en justicia social o hacer que Fraga se hubiera callado durante estos años aunque solo fuera por decencia cívica. Imposible. Ninguno espera tanto, pero es una advertencia, un aviso de que estamos atentos aunque a veces confundamos los términos de la manifestación.

Como es sabido, pasamos una época terrible de tiempo de silencio y también de quietismo, después nos agitamos con una transición que se está haciendo eterna, y ahora exigimos un poco más de protagonismo ante el erial de la política, porque a los maestros ya nadie los espera. Y después de tanto fracaso, alguna vez tendremos éxito, digo yo, es pura estadística, alguna vez acertaremos.

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