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Columna
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El presidente calamidad

La Real Academia de la Lengua tiene por cobarde a la persona "pusilánime, sin valor ni espíritu para afrontar situaciones peligrosas o arriesgadas", y según la docta corporación es mentiroso "quien tiene la costumbre de mentir". Cobarde y mentiroso, una descripción cabal del comportamiento exhibido por el presidente Francisco Camps a lo largo del proceso y sobre todo del desenlace -provisional- de este folletón que han constituido sus relaciones con la trama de facinerosos que él mismo amparaba y el sacrificio propiciatorio del secretario general del PPCV, Ricardo Costa, este desventurado que aún estará rumiando la injusticia del rayo que le ha fulminado políticamente cuando se consideraba inocente, además de blindado, por la protección y compromiso de su jefe de partido, que tan tornadizo ha resultado.

Los hechos, que damos por conocidos y reproducidos -si se nos autoriza este económico recurso forense-, confirman sobradamente la devaluación personal de quien es el titular de la Generalitat, convertido en motivo de asombro y guasa generalizada en los ámbitos mediáticos que no sean obsecuentes. Asombro y aún reprobación que tampoco se disimulan entre las huestes y personalidades relevantes del PP, persuadidas de que las bellaquerías divulgadas conciernen de lleno al molt honorable, con el agravante de que tampoco ha sabido afrontarlas con la dignidad y celeridad que requerían. Pero, ¿acaso podía hacerlo sin ofrecer su cabeza a cambio de salvar la integridad del partido? Era esperar demasiada entereza de quien tanto ha mentido -lo que ha venido siendo una constante de su gestión- para salvar vergonzosamente y por ahora su pellejo.

Hoy, y a resultas de estos episodios, el presidente Camps es una calamidad para su partido tanto como para la Comunidad Valenciana. Para los suyos porque se ha convertido en un lastre, pues evoca la corrupción allí donde comparece, un efecto que se agrava a medida que se destapan asuntos ocultados -los sustanciosos lucros con la visita del Papa, por ejemplo- y carece en consecuencia de futuro político, por más que Mariano Rajoy le acoja en su seno mientras pueda. Además, agónico, se aúpa más cada día sobre el cadáver de terceros, de magistrados indulgentes hasta el absurdo o lo culposo, órganos directivos del partido reducidos al silencio anuente, el mentado apuntillamiento de su segundo en el rango partidario, la degeneración informativa de RTVV, transformada más si cabía en foco turiferario. No es raro que, a pesar de los confortables pronósticos electorales, ya se piense en candidatos que capitalicen tal bonanza antes de que se diluya a golpe de nuevos y viejos escándalos.

Para los valencianos todos, por otra parte, este Gobierno hace tiempo que ha echado a perder la legislatura, enredado como está en sus problemas judiciales, corruptelas y anemia financiera. Por unas cosas y otras, la legislatura pasará a nuestra historia autonómica como la legislatura basura, gracias sobre todo a las aireadas desventuras y pecados de quien la presidió y de cuantos han sido sus cómplices, activos o pasivos, pues en el ajo han estado recibiendo regalos o mirando hacia otra parte. Ahora, con el agua al cuello, hay quien propone y predica el rearme moral del partido. Bienvenido sea si nos libra de chorizos, pero raramente habrá regeneración creíble si antes no se marcha a su casa quien dio la venia y recomendó a sus amigos, esa peste que le sedujo.

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