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Columna
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Juicio de Dios

Manuel Rivas

Dios escribe derecho con renglones torcidos. He ahí las circunstancias que rodearon la visita de Benedicto XVI a Valencia. Había muchos fotógrafos, pero lástima de Caravaggio. Él fijaría ese acontecimiento para la posteridad con un retrato de la genuflexión de El Bigotes ante el Santo Padre. A propósito de estilismo, el instructor del caso Gürtel ordenó que se eliminaran de las diligencias fotografías y conversaciones de fuerte contenido sexual y en fiestas celebradas en prostíbulos. En la Edad Media, a la sombra de las grandes catedrales surgían los lugares del pecado llamados infiernillos. Así que es posible que después de la visita papal, los hampones de la Gürtel celebraran el éxito del evento en algún lupanar cercano brindando contra el relativismo liberal, la relajación moral y el uso del preservativo en África. La expurgación judicial pretende proteger la intimidad de los presuntos. Comprendo que lo importante es la Caja B. Pero estilistas y antropólogos nos perdemos la caja semiótica, la de los signos, más relevante para interpretar una época. Quedan algunas pinceladas en el lenguaje, como el uso habitual de Hijo de Puta con el rango de un apellido compuesto y esa zoofilia de llamar El Cabrón al tesorero. En conjunto, lo conocido nos permite definir el estilo Gürtel como un "matonismo cursi", esa síntesis futurista de neofacha y pijo. Si después de todo, y tal como parece, la derecha sube en votos en Valencia, Camps podrá decir lo que Maradona: "¡Qué me la chupen!". Más caballerosa es la expresión "poner las manos en el fuego", que oímos a todas horas. Tiene su origen reglado en la ordalía o Juicio de Dios, que se celebraba en las iglesias. Si la mano no se quemaba era señal de inocencia. Creo que a Rajoy lo que le queda es una ordalía en la Almudena y televisada en directo. Si no se quema, bien. Si se chamusca, arrasa en votos.

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