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ANÁLISIS
Columna
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Saldar otra deuda histórica

En esta sociedad de grandes enunciados, de titulares que la actualidad despliega cada día con la misma voracidad con la que los sustituye por otros, estamos demasiado acostumbrados a que una fecha, una conmemoración, a menudo no sea más que eso: un puñado de palabras que un día son noticia y al día siguiente olvidado papel de hemeroteca.

Es lo que ocurre a diario, y lo que puede que suceda también con la jornada que hoy celebramos: Es el Día Internacional de las Mujer Rural. Un epígrafe que, así leído, entre tantos frentes informativos de este 15 de octubre de 2009, probablemente apenas sirva para recordar que ese mundo rural existe. Que también tiene nombre y rostro de mujer, femenino singular. Y poco más.

Estas líneas están escritas desde la esperanza de que hoy no ocurra eso. Es, insistimos, el Día Internacional de la Mujer Rural, una fecha instaurada por la ONU en el año 1995 en Beijing, China, por la Cuarta Conferencia de la Organización de las Naciones Unidas sobre la mujer. El objetivo entonces era doble: destacar la labor, callada pero imprescindible, de esas mujeres rurales, a la vez que animarlas para que exijan y reivindiquen sus derechos.

Catorce años después, ese objetivo sigue vigente. Sigue siendo necesario recordarle a la sociedad que cuando se habla del trabajo y el papel de las mujeres rurales, las más discriminadas, no nos estamos refiriendo a una simple ayuda familiar. Lo de ellas es mucho más: han sido y son un elemento clave de la economía. Protagonistas de una revolución silenciosa que está cambiando la vida de nuestros pueblos. Pero reconocerlo así es el gran paso aún pendiente para el desarrollo sostenible del medio rural. Un medio aún lastrado por la falta de empleo, las dificultades en el acceso a los servicios básicos o la cultura más conservadora. Donde son ellas, las mujeres, a pesar de su enorme carga de trabajo, las que sufren mayor desigualdad. Las que aún encuentran más obstáculos para su plena participación o para el acceso a las nuevas tecnologías. Las que, en gran medida, en fin, siguen siendo invisibles, tanto en la esfera privada como en la pública.

Hoy no se trata sólo de nombrarlas. Esta administración pública andaluza tiene claro que si no se alcanza la igualdad en el ámbito rural, no será posible la igualdad total. Y a ello dirige sus políticas, también en sectores tan fundamentales para la economía de nuestra tierra como la agricultura, la pesca y la ganadería, donde lo tradicional no puede estar reñido con la innovación. En esa línea, el Programa Andaluz de Desarrollo Rural, en vigor hasta 2015, incluye, además del apoyo a los jóvenes, garantía de supervivencia de los territorios rurales, una línea estratégica: trabajar por la conciliación, promoción, formación o salud laboral, hasta conseguir la integración real y la participación efectiva de la mujer en todos los ámbitos rurales. En esa misma línea, los nuevos programas de Desarrollo Rural de la Consejería de Agricultura y Pesca inciden de forma especial en el acceso al empleo. En los últimos años, las mujeres se están introduciendo en sectores laborales hasta ahora exclusivos de la población masculina, ponen en marcha nuevas empresas e invierten en la mejora de la calidad de los servicios, pero la igualdad de oportunidades aún queda lejos.

A estas alturas, avanzar hacia esa visibilidad imprescindible, hacia esa igualdad real en los ámbitos familiar, social y laboral, no puede ser sólo un reto. Ni siquiera puede ser sólo un compromiso de la administración autonómica, por mucho que esta administración lo tenga como prioridad. Tiene que ser, por encima de todo, un objetivo compartido de toda la sociedad. Porque hablamos de mucho más que de una mera cuestión económica o política. Se trata, por encima de todo, de un acto de justicia. Es hora de saldar la deuda pendiente con un colectivo de mujeres que han sido y son motor de un mundo rural a menudo tan desconocido como olvidado.

Clara Aguilera es consejera de Agricultura y Pesca

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