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Columna
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Caricias

Frotarse la espalda con la mano cuando la gente se abraza se ha convertido en un gesto social que realizan sobre todo los jóvenes en una actitud cariñosa, suavemente protectora. No existen parejas amigas que al encontrarse o despedirse no se den un ligero masaje en las costillas después de besarse. Tú como hombre ya no significas nada si una mujer, mientras te saluda o te dice adiós, no te frota una y otra vez la espalda. Aunque ese gesto se repite hoy en los momentos en que la gente se siente feliz, se trata de una costumbre que ha salido de los tanatorios y funerales. En la actualidad los polideportivos tienen una función subsidiaria. Su espacio se aprovecha como depósito de cadáveres cuando sucede una tragedia masiva. En el momento en que los familiares acuden allí para reconocer a sus muertos alineados en la cancha se producen escenas de mucho dolor, que captan las cámaras. Hasta hace poco, cada uno remediaba la propia congoja con un pañuelo en la boca a solas en un rincón, pero ahora, después de una catástrofe, a los depósitos de cadáveres llegan enseguida equipos de psicólogos y de asistentas sociales para evitar los desmayos y ataques de ansiedad. Las cámaras captan la imagen de abrazos prolongados en la que se ve una mano del profesional frotando, a modo de caricia, la espalda de unos padres, de unos hijos compungidos. Esa leve frotación de las costillas debe de tener un efecto espiritual, que sirve, tal vez, para liberar la carga negativa acumulada en el cuerpo angustiado o para introducir en él desde otro cuerpo una energía positiva. Ignoro si esa caricia rítmica podría curar otros males, pero sin duda este mundo sería un paraíso si frotándose la frente y la boca del estómago desaparecieran la jaqueca y el hambre, de la misma forma que frotándose el sexo se remedia momentáneamente la libido. Queda por demostrar si no bastaría para superar la crisis económica con que el director del banco te frotara la espalda en su despacho después de negarte un crédito. Este gesto se ha generado en los tanatorios y de allí ha pasado a coronar todos los saraos, por eso puedes considerarte tú mismo el muerto si no encuentras a nadie que te frote las costillas con un poco de amor para despedirse al final del baile.

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