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Columna
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La ciudad hechizada

El domingo pasado, en este periódico, declaraba el alcalde de A Coruña: "Claro que A Coruña es la mejor". ¿Mejor que Ourense, que Lugo...?¿Que Vigo? Ningún alcalde de otra ciudad gallega ostentaría ese narcisismo impúdico, que es parte de un discurso: "Es la vanguardia de Galicia, social, cultural y económicamente (...) Somos la que más aporta al PIB de Galicia. Siempre hay una ciudad que tira del resto". Las demás y los demás, la carga a arrastrar. Todo eso lo hemos leído y oído demasiados años, lo resumió el anterior alcalde cuando, tras inaugurar otra ampliación de Alvedro, declaró: "¡Y para los demás, sarna!". Desprecio y malos deseos.

Tantos años de mensajes descorazonadores ofenden más a quienes esperábamos que A Coruña jugase un liderazgo en la construcción de la democracia en Galicia. Algunos veíamos en el tono de la vida de la ciudad un depósito de cultura cívica, democrática, que se extendería por una Galicia moderna. Pero no fue así. Sigue siendo una ciudad de envidiable vida societaria, con un interés cultural notable y el mejor público lector de Galicia, pero vive encerrada y sólo se dirige al resto de los gallegos enfurruñada con una inagotable lista de reclamaciones. Hoy por hoy resulta inimaginable una Coruña que asuma un papel de liderazgo de Galicia, más bien parece ajena y, como una ciudad imaginada por Calvino o Torrente, flote suspendida en el aire, separada de la tierra, del país.

El orgullo ciudadano de los coruñeses ha sido manipulado por una especie de 'lobby'

Solemos pensar que el origen de este desencuentro estuvo en la construcción de la autonomía, cuando las pretensiones coruñesas de ser la capital, muy legítimas, se frustraron al dividirse el Parlamento gallego de forma radical. Los parlamentarios de esa ciudad de todos los partidos votaron a favor de su candidatura y absolutamente todos los demás a favor de la de Santiago. Las razones de la candidatura coruñesa eran a tener en cuenta. También las que avalaban a Santiago, pero resultaron absolutamente inasumibles para los parlamentarios coruñeses. De fondo había dos concepciones casi contrarias de la autonomía gallega: una descentralización del Estado unitario existente frente al autogobierno de una nacionalidad histórica. Y naturalmente también había intereses, intereses locales coruñeses e intereses de los demás. Pues, visto ahora, lo que quizá explique mejor la opción de todos los demás por Santiago era que los habitantes del resto de Galicia, además de reconocerse simbólicamente en esa ciudad, veían en ella un campo neutral y sin intereses propios, mientras desconfiaban de que, si A Coruña fuese la capital, sus particulares intereses locales prevaleciesen sobre los generales. Después de lo visto estos años, esa desconfianza tenía fundamento.

El estudio Mercociudad señala que, de 78 ciudades españolas, A Coruña es la tercera mejor valorada por sus propios ciudadanos tras Gijón y San Sebastián; el mar da autoestima. Pero vistas y valoradas las ciudades por los demás, Santiago aparece en el número 10 y A Coruña, en el 16. Contrasta cómo son vistos por los demás y cómo se ven los coruñeses, que viven en una dimensión particular. Esa gran autoestima local tiene dos argumentos, como si hubiese dos ciudades distintas. Un argumento reside todavía en ese callejero franquista, la añoranza de un esplendor mitificado, Franco y sus ministros en agosto. El otro argumento reivindica una cuna de galleguismo, liberalismo, republicanismo, anarquismo... Los dos argumentos confluyen en "vivir na Coruña que bonito é...", cantan a la llama del culto a la ciudad.

Pero ese orgullo ciudadano ha sido manipulado y engordado tendenciosamente por una especie de lobby que, cual hechiceros, mantienen a la ciudad atrapada en un hechizo, en un meigallo, encerrada en una falsa realidad. Borrando incluso su memoria más reciente, nadie recuerda ya que su primer alcalde democrático fue galleguista y de izquierdas. Antes de la reacción de la gomina local. Quienes se sienten dueños de la ciudad han utilizado ese sentimiento benéfico de amor por la localidad para obtener sus particulares réditos. Mientras, contemplamos desde fuera a una ciudad dando vueltas abrazada a si misma y hurgando en sus heridas. Lo de la letra L no es sino otra arma más. La usó el anterior alcalde y ahora se la disputan unos y otros para atizarse con ella en un pleito vetusto y reaccionario.

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Quo Vadis, Coruña?

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