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Columna
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El regalo

El diario EL PAÍS fue creado en el inicio de la Transición por pura necesidad ideológica sin pensar en el negocio. El éxito económico sorprendió a sus promotores. Este diario sintetizó los sueños más nobles de la II Republica destruidos por la guerra y todas las aspiraciones de modernidad que estaban en suspensión en el aire durante la dictadura. El regeneracionismo de Giner de los Ríos, la Institución Libre de Enseñanza, el pensamiento orteguiano, la política de Azaña, el laicismo, la libertad, la democracia y el europeísmo fueron su patrimonio espiritual y a este acervo histórico se sumó el talante de una minoría burguesa ilustrada y la creatividad más vanguardista de las nuevas generaciones. Este mensaje era lo que cada mañana la correa de transmisión del diario EL PAÍS llevaba a los quioscos, a las mesas de los políticos y a los despachos de los altos financieros. Desde el principio fue el diario de referencia, solvente, con una identidad muy marcada, el intelectual colectivo, como lo definió Aranguren. El Gobierno de Felipe González se integró en este mismo proyecto de viaje. Compartían los mismos valores y los mismos ataques desde la caverna. Aquel sueño periodístico, casi romántico, se convirtió en una formidable empresa cultural con gran proyección latinoamericana y según la derecha en un temible contrapoder fáctico. En su momento el propio Felipe González también se consideró desasistido por este periódico hasta el punto de afirmar que había perdido las elecciones contra Aznar por los 300.000 votos socialistas que El PAÍS llevó a la abstención por una simple cuestión de estética frente la corrupción. La derecha ideó todas las tretas posibles para arruinar esta empresa, sin excluir la tentativa de meter en la cárcel al patrón sirviéndose de la prevaricación de un juez. Lo que no consiguió la derecha reaccionaria está a punto de conseguirlo el puto fútbol. Estremece pensar que el burdo enredo de la televisión de pago, la falta de cintura de este Gobierno para asimilar la crítica a su política errática y cuatro pícaros que sólo piensan en forrarse acabe con aquel sueño en una batalla con fuego amigo, en la que El PAÍS puede perder la identidad y los socialistas las elecciones, como un regalo a su común adversario.

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