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La alcaldía de Benidorm cambia de color
Columna
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Una alegría para la afición

A las 11.59, Agustín Navarro bebe un vaso de agua para aplacar los nervios. Ha abierto la carpeta donde lleva los folios escritos de su discurso y juguetea con ellos como si los repasara una y otra vez. El discurso que leerá dentro de unos minutos es de tono moderado, con un punto de acento social -los orígenes mandan- y promesas de participación ciudadana. Es un discurso breve, sin exceso de retórica y sin nada que llame particularmente la atención. Durante años, este hombre ha aspirado a ser alcalde de Benidorm y ahora se encuentra a un paso de conseguirlo. Visto desde la tribuna de la prensa, Agustín Navarro ha dejado de ser Agustinet y parece revestido con la dignidad del que se siente próximo al poder. El traje, naturalmente, ayuda; pero se precisa una cierta convicción y uno diría que Agustín Navarro se siente ya alcalde de Benidorm. A su lado, María Teresa Iraola sonríe; no ha dejado de sonreír desde que entró en el salón de plenos luciendo un llamativo blusón de colores, y lo hará mientras dure la sesión. Esta mujer quiere que todo el mundo sepa lo contenta que está. José Bañuls, el hombre cuyo voto será hoy decisivo, se sienta en la segunda fila. Aunque cuando el nuevo equipo de gobierno pose para la prensa, una vez haya acabado el pleno, Navarro lo coloque a su izquierda, sabe que hoy le corresponde ser un hombre discreto -un tránsfuga no tiene nunca buena prensa-, y asume su papel.

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Sobre esta moción de censura que va a desalojar a Pérez Fenoll de la alcaldía dentro de unos minutos se ha dicho prácticamente todo; se ha analizado desde cualquier punto de vista; se han formulado toda clase de juicios. Unos han hablado para condenarla; otros, para aplaudirla. No siempre se han correspondido las condenas y los aplausos con la ideología de quienes los formulaban. Es probable que de no haber sido la madre de Leire Pajín una de los concejales socialistas que firman la moción, el asunto hubiera perdido mucha intensidad.

Hemos vivido en Alicante otras mociones de censura que no han levantado ni la mitad de la expectación que ha suscitado ésta. Ahora, fuera del espacio que crean los propios medios de comunicación, el eco de la moción quizá esté algo apagado. Quienes conocen los asuntos de Benidorm, dicen que la ciudad ya ha descontado el cambio de gobierno hace días.

Quien también ha descontado el cambio de gobierno es el Partido Popular. La presencia de sus militantes en el vestíbulo del Ayuntamiento ha sido más bien escasa esta mañana. La visita de Costa el lunes, una formalidad. Pese a las voces que oiremos en el transcurso del pleno y que obligarán a cerrar las puertas del salón, se nota falta convencimiento en la militancia. Hay quien achaca esta falta de entusiasmo al propio Pérez Fenoll. Es difícil, mientras le escuchamos pronunciar su discurso de despedida, adivinar qué vio Francisco Camps en él cuando decidió enfrentarlo a José Joaquín Ripoll en el congreso provincial. Este hombre, del que todo el mundo dice que es un magnífico dentista, resulta francamente aburrido como orador. Me temo que le sucedería lo mismo como alcalde. No es ya que sus palabras carezcan de importancia; es el tono, la desgana con que las pronuncia, la falta de imaginación que dejan traslucir. Es probable que haya sido esta falta de imaginación, esta ausencia de empuje, la que ha acabado alarmando a los empresarios: Benidorm es una ciudad que necesita un cierto ímpetu para dirigirla, pues debe renovar su espectáculo de continuo para mantenerse en primera línea.

Cuando llega el turno de los portavoces, éstos aprovechan sus discursos para lanzarse puyas. Es la parte aburrida que estos actos tienen para el espectador, que ya presume lo que unos y otros van a decirse. Llinares recuerda a Maruja Sánchez; el popular Antonio Pérez, en un gesto ensayado que no llega a cuajar, acaba pidiendo un minuto de silencio por la democracia (¡!). A esa hora, las 12.45, los concejales ya han comenzado a aburrirse y miran el reloj o juegan con su móvil. Se vota sin sorpresas y casi sin emoción -ya se conoce el juego de cada uno- y Agustín Navarro es proclamado alcalde de Benidorm. Apenas jura el cargo, los concejales del Partido Popular abandonan a escape el salón de plenos. Los fotógrafos y las cámaras buscan al nuevo alcalde.

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A esa hora, el vestíbulo del Ayuntamiento ha cambiado de ambiente. Quienes ahora se agolpan en él son los militantes socialistas. Buena parte de ellos han venido de El Comtat, del Vinalopó, de la Marina, de otros puntos de la provincia. Ver en su presencia sólo un reto a Alarte o un apoyo a Leire Pajín probablemente sea excesivo. En mi opinión, estas personas han viajado hasta Benidorm para obtener una satisfacción: ver triunfar a su equipo. Hace tantos años que estos militantes no reciben una alegría que la moción de censura de esta mañana se ha convertido en un desquite. Esta gente que ahora aclama a Agustín Navarro está pidiendo que alguien les levante el ánimo.

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