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Aviso preventivo en las obras del AVE

"Precaución, niños gitanos en la calzada", alerta el letrero de Gregorio y su familia. Son una veintena de personas, la mayoría menores, y llevan año y medio padeciendo las obras del AVE a la entrada de A Coruña. Por la pista que separa sus cinco casas de la vía ferroviaria no dejan de pasar grandes camiones. Hartos de pedir prudencia a los conductores, pusieron el cartel. Y ahora los camiones respetan la limitación de velocidad, a 20 kilómetros por hora, que marca.

"La señal la hizo y la pagó mi tío porque los camiones iban lanzados", cuenta una de las jóvenes madres de esta familia que lleva más de tres décadas asentada en terrenos de su propiedad. Alza los hombros cuando se le pregunta por qué se especifica la etnia de los pequeños. "La verdad es que payos aquí no hay". Y lo importante es que el cartel "funcione". "Ahora van despacio".

Es sólo uno de los muchos problemas con los que tuvieron que convivir desde que comenzaron las obras del AVE. Ruidos ensordecedores, vibraciones que hacen temblar los muros, grietas por las que se cuela la humedad. A Gregorio, el patriarca, le expropiaron medio terreno y la casa. Con el dinero construyó una nueva y remozó la contigua donde vive su hijo. Pero las edificaciones, pese a su aspecto nuevo, acusan ya muchos defectos causados por las obras.

Rocío, la mujer del patriarca, muestra su cuarto de baño: por culpa de las vibraciones incesantes, tuvo que poner fuera la lavadora "que corría más que un conejo", renunciar al calentador eléctrico de agua recién estrenado porque se descolgaba de la pared, y acostumbrarse a un plato de ducha que es imposible fijar al suelo. La constructora del AVE "dio su palabra" de que enviará unos peritos y arreglará todo cuando acaben las obras de una vía de tren que ahora pasa muy cerca de estas casas, al pie del monte que acoge el poblado de As Rañas. Una comunidad gitana, propietaria de sus terrenos, con fuerte integración social. Allí todos los niños están escolarizados y no hay drogas.

Un perro despeñado

Lo que resulta incomprensible para esta familia es que les dejaran vivir y edificar tan cerca de las obras. Sólo un guardarraíles separa las casas del terraplén de 15 metros en el que está la vía. "Es un peligro auténtico para los niños". "Ya perdimos un perro y un gallo que se despeñaron", cuentan los pequeños. "Y tenemos mucho miedo a que cuando llegue el AVE nos tire las casas estando nosotros dentro", dice Rocío. Pero lo peor, de momento, es el ruido, que empieza a las siete y media de la mañana, a veces incluso de madrugada. "No nos deja dormir, estamos todos enfermos de la cabeza", se quejan.

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GABRIEL TIZÓN

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