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Entrevista:Gabriela Adamesteanu | LIBROS | Entrevista

"Las novelas necesitan matices, no panfletos"

Amelia Castilla

Gabriela Adamesteanu (Târgu Ocna, 1942) se considera una persona con suerte. La escritora rumana se define como supersticiosa y como tal cree en el destino de las personas y los libros. Una mañana perdida, que ahora edita Lumen en español, se publicó en su país cinco años antes de la caída y muerte del dictador Nicolae Ceausescu y su esposa. "Un poco después su publicación no hubiera sido posible porque las cosas se pusieron mucho peor y el control policial fue total", cuenta la escritora. Pese a las circunstancias favorables que relata su autora, Una mañana perdida tuvo que sortear todos los controles que exigía la censura impuesta por el feroz régimen comunista rumano: "En uno de los trámites nos obligaron a suprimir algunas páginas, pero el libro salió a la calle y fue bien recibido por la crítica".

"Seguramente, la historia y los defectos de los rumanos resultan novedosos para un lector extranjero"
La novela contiene tantas variantes estilísticas que la crítica llegó a calificar a la autora como "el mejor oído de Rumania"
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Una mañana perdida

La novela, en la que se recrea la vida de Rumania a lo largo del siglo XX a través de los ojos de Vica, una mujer de más de setenta años acostumbrada a trabajar duro para salir adelante, prendió como la pólvora. A la buena aceptación del libro le siguió el montaje de un espectáculo de teatro que tuvo muchísimo éxito, con un grupo de actores extraordinarios y una directora de escena muy famosa, Catalina Bozoianu. Sin embargo, la representación teatral tropezó aún con más dificultades que el libro a la hora de enfrentarse con la censura. "No consiguió el visto bueno en el primer intento y la directora de escena tuvo que cambiar muchas cosas. Sinceramente, creo que el teatro es más peligroso que la literatura porque el espectáculo y la forma en que se dicen las cosas, aunque sean muy inocentes, pueden crear mucha emoción en las personas".

Han transcurrido más de veinte años desde la publicación de la novela, pero sus personajes se mantienen vivos. La editorial Gallimard publicó la obra en francés en 2005 y en unos meses la novela se editará también en inglés y en alemán. En Rumania, Vica, la vieja desdentada e hipocondriaca que protagoniza Una mañana perdida, se ha convertido en un personaje de culto, pero cuando el traductor francés le dijo que estaba enamorado de esa anciana se sorprendió. "Se trata de una mujer de setenta años que no es nada atractiva, aunque entiendo que se trata de un estereotipo que existe en todos los países", añade. "Seguramente, la historia y los defectos de los rumanos resultan novedosos para un lector extranjero. Al fin y al cabo, hay cosas que no han cambiado tanto. Sigue habiendo grandes fallos en la Administración, prosigue la corrupción y la capacidad de las personas para adaptarse a las malas situaciones".

Una mañana perdida, construida en buena parte a base de diálogos, recrea, en el curso de una fría mañana de invierno, el recorrido por las calles de Bucarest de la protagonista. Con su talega de cuero colgada del hombro en la que va guardando todo lo que cae, Vica visita la casa de su antigua patrona y recuerdan épocas pasadas. En las más de quinientas páginas de la novela, a través de las conversaciones con los inquilinos de la mansión, se percibe la tristeza de Bucarest, la de sus ciudadanos y la de los edificios que llenaban el centro de la capital a principios del siglo pasado y que le valieron el apelativo del pequeño París. Parte de la obra transcurre cuando se encontraba en vías de desarrollo el proyecto de demolición de estas casas, planificado por Ceausescu, y algunos de los propietarios de esas maravillosas residencias ya se encontraban en el exilio.

Adamesteanu recrea el pasado de su ciudad, en la sede del Grupo de Diálogo Social (una de las primeras organizaciones de la sociedad civil de la cual formó parte la escritora), en el curso de un viaje realizado por cortesía de la editorial. La sede se ubica en uno de esos palacetes. El olor a humedad invade un salón decorado con sillas de terciopelo rojo y muebles de los años veinte. Desgraciadamente, dice la escritora, la situación sobre el destino de los edificios en la actualidad es muy parecida. La Revolución, así denominan los rumanos el periodo que acabó con la caída y muerte de Ceausescu y su esposa en diciembre de 1989, devolvió las propiedades nacionalizadas por el Estado comunista, pero eso no ha salvado del desastre a los palacetes. Muchos de los propietarios, nietos de los antiguos dueños, venden las casas a los tiburones inmobiliarios que las derrumban para construir pisos. Basta pasear por Calea Victoria para ver los carteles de venta colgados de los balcones. En la ciudad funcionan asociaciones que tratan de parar sin éxito ese fenómeno.

La escritora rumana se tomó su tiempo a la hora de escribir la que, sin duda, es su mejor novela. Le llevó más de una década y dejó lapsus bastante largos sin escribir una palabra. Uno de los éxitos de Una mañana perdida es la manera en que está narrada. "Partí del personaje de Vica y su oralidad inspirándome en varios prototipos. Cuando comencé el libro tenía poco más de treinta años y no sabía muy bien qué hacer con el personaje. Al cabo de unos cuantos fragmentos abandoné el texto. Con el paso de los años tuve la imagen completa del personaje, una mezcla tragicómica de una mujer que se debate entre la vejez y la pobreza. Luego el estilo me llevó a una novela más alegre de lo que había pensado inicialmente, aunque volví a sufrir un parón porque los personajes seguían doblándome la edad y no me podía basar en su memoria", dice. Adamesteanu solía escuchar atentamente las cosas que contaban los mayores sobre el pasado, y su propio padre era profesor de Historia, pero le faltaba documentación. "Muchos libros estaban prohibidos y no sabía por dónde mirar, hasta que en las bibliotecas encontré tomos olvidados por la policía de memorias o biografías sobre la Primera y la Segunda Guerra Mundial, aunque de ésta había menos porque el comunismo se había instalado inmediatamente después. Ahí mismo descubrí lo que no se enseñaba en la escuela y decidí situar a mis personajes a principios de siglo pasado para a partir de ahí llegar hasta el presente. La documentación me permitió adaptar el estilo y la manera de hablar y recrear la época. Como no había salido nunca del país, ni sabía lo que era la libertad, quedé fascinada con lo que tenía entre manos. No puedo negar que fui feliz sumergiéndome en los distintos tiempos de las personas. La lucha de clases y la presión que ejercía la burguesía. Ahí, en esos libros, estaba también la historia de las casas de Bucarest. Encontré incluso un palacete que se acercaba al espíritu de los personajes de la novela. La casa se salvó por los pelos del plan de demolición del dictador".

El resultado final de la novela contiene tantas variantes estilísticas, según los personajes de que se trate, que la crítica llegó a calificar a la autora como "el mejor oído de Rumania". Para narrar cómo se vivía bajo el régimen comunista, la escritora no necesitaba consultar ninguna hemeroteca. Bastaba contar lo que veía a su alrededor y cómo el régimen consiguió que recelaran unos de otros. La represión, el miedo y la destrucción de las personas quedan patentes en algunos de los diálogos de los personajes: "Cuando anochecía y un coche se detenía frente a la casa, todos nos quedábamos paralizados y nos mirábamos pálidos como muertos", cuenta la patrona de Vica a lo largo de la jornada en la que transcurre la novela, una de las bucarestinas retratada en la novela, una de esas mujeres a las que los mozalbetes llamaban "señoronas de sombrero" por la calle. "Había muchos que del miedo que tenían no dormían en su casa, vagaban por las calles. Me acuerdo de un viejo que se pasaba todo el santo día en la cola del hielo. No era corriente que detuvieran a alguien en la cola. Así que el viejecito estuvo muchos días haciendo cola. Si los veía acercarse se escabullía a otra. ¡Pobre hombre! Por supuesto que al final lo prendieron. Unos meses después del arresto de Lulú, alguien denunció a Margot y la juzgaron..., a Ivona la echaron de la Facultad". Pasado y presente se funden por momentos. Así que no resulta menos dolorosa la sensación de impotencia del profesor Mironescu, uno de los personajes más fascinantes de la novela, en los días previos a la declaración de la Primera Guerra Mundial: "Ya sé qué quiere preguntar..., si estamos fatalmente sujetos a los tiempos que vivimos, si somos del todo impotentes, perdidos bajo el fardo de la época, y si nuestra voluntad (aun la colectiva, si hay tal, una e indivisible, no fragmentada, como aparece en este momento), si acaso nuestra voluntad no tiene siquiera el peso de un grano de arena...", le responde el profesor a uno de sus discípulos. Mientras tanto, Vica, inmersa en la tristeza de la ciudad, pronuncia sentencias del tipo: "El último placer que nos queda es la comida", "qué triste es la vejez" o "los maridos sólo tienen que conocer a las mujeres de la cintura p'abajo". La frase en cuestión la escuchó la creadora del personaje en la calle y decidió ponerla en boca de su protagonista porque tras esa máxima quedaba "mucha experiencia y un matrimonio sin comunicación. No sólo los hombres tienen esa idea de usar a las mujeres, ellas también tienen esa imagen cínica y no le ceden la parte más importante de su cuerpo, la mente y el corazón. Sentencias que pueden parecer cínicas pero que a lo mejor son sólo pragmáticas".

Las demás novelas de Adamesteanu cuentan también la vida de su país. Ahora trabaja en otro relato, que lleva el título de Provisional, una historia sobre una adolescente en la que incluirá fotografías del momento actual, no menos fascinante e inquietante. "Distanciarse de los hechos no resulta fácil. Rumania tiene una tradición dictatorial larga; primero fue la extrema derecha y luego la extrema izquierda y no hay una costumbre larga y sana de democracia, pero ésas son sólo ideas relacionadas con la política. A la hora de escribir novelas se necesitan matices, no panfletos".

Lo ocurrido en el país se parece mucho a lo que sucede en toda la Europa del Este: el regreso a un capitalismo que, al menos en Rumania, tiene matices salvajes. "Lo grotesco se combina con la pérdida de un sistema de valores. Durante el comunismo persistía ese sistema que se manifestaba con una oposición en contra de lo oficial, pero la libertad no mejoró la injusticia social. Cuando los jóvenes ven que no son sus padres los que han trabajado honestamente, los ganadores de la libertad, sino los que vivieron muy bien durante el comunismo, se quedan sin motivación para seguir en su país o construir correctamente su camino en la vida".

La victoria de la Revolución trajo consigo un fenómeno curioso. "Había una nueva realidad que hacía falta entender después de lo ocurrido en 1989". Durante los años noventa la gente dejó de leer novelas. Triunfó la literatura memorialista y se multiplicaron los ensayos y los libros de filosofía, antaño prohibidos. La ficción no interesaba, todo eran diarios y biografías en los que se contaba la represión y la situación de las cárceles. La presión por recuperar el tiempo perdido y el ritmo febril de los acontecimientos fueron tan fuertes que la propia Adamesteanu dejó de lado la literatura. Entre 1991 y 2005 aparcó la narrativa y se dedicó al periodismo. Durante más de trece años dirigió la revista 22, un semanario político cultural en el que todavía trabaja pero dedicada a supervisar el suplemento cultural. Cuando las cosas empezaron a calmarse y su país entró en la Unión Europea, el interés por la literatura rumana empezó a crecer de nuevo. Fue entonces cuando sopesó la idea de dedicar menos tiempo al periodismo para recuperar la literatura. En el suplemento en el que trabaja ha reforzado la presencia de los jóvenes, una nueva generación de entre 30 y 40 años que aún anda en proceso de formación pero que tiene grandes ideas y que habla del país desde todas las perspectivas. Muchos tienen estudios de doctorado, algo que les hace diferentes de los anteriores narradores. Durante los últimos quince años del comunismo muchos quedaron defenestrados por la política.

Una mañana perdida. Gabriela Adamesteanu. Traducción de Susana Vázquez Alvear. Lumen. Barcelona, 2009. 567 páginas. 24,90 euros. Gabriela Adamesteanu participa en el Hay Festival de Segovia el 25 de septiembre.

Gabriela Adamesteanu (fotografiada el año pasado en su casa de Bucarest) tardó más de una década en escribir <i>Una mañana perdida,</i> que se publicó en su país antes de la caída de Ceausescu. 
Foto: Santos Cirilo
Gabriela Adamesteanu (fotografiada el año pasado en su casa de Bucarest) tardó más de una década en escribir Una mañana perdida, que se publicó en su país antes de la caída de Ceausescu. Foto: Santos CiriloSANTOS CIRILO

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